MÁS SUSTANCIA, POR FAVOR: J.WAHL




Introducción a la filosofía
Jean Wahl
Fondo de Cultura Económica, México, 1975
Primera edición en inglés 1948

“Jean Wahl nació en Marsella, en  1888. Falleció en París en 1974. Filósofo francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de París. Es recordado, sobre todo, por su estudio sobre La desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a destacar son, entre otros títulos, Filosofías   pluralistas de Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la filosofía (1948).”

Una comida no tiene sustancia y entendemos con ello que carece de  nutrientes. A la vez estamos diciendo la dicotomía de cuestiones una pobre y otra rica en calidad nutricia. Hay esencia pero no hay sustancia. ¿Será que  por la costumbre o el desconocimiento no vemos la sustancia?


 Después de escuchar  diez minutos al que monologa que tenemos enfrente nos damos cuenta que aquí también  se puede calibrar la ausencia  de la sustancia. ¿Pero es   verdad que  le prestamos atención al contenido de sus palabras o sólo me oigo a mí mismo?

La mercadotecnia nos prometía una lectura sustanciosa y sólo encontramos el escorbuto de un libro carente, no sólo de síntesis sino ya, de la menor dialéctica. La confrontación de tesis y la contratesis. ¿De verdad lo leí o sólo  vi todas las palabras de su texto?

Una de las circunstancias que ha llevado a la idea de la sustancia es observar a las cosas reales. Debe haber algo diferente a los objetos: “Tengo que distinguir las mesas, las sillas y los árboles, si quiero orientarme  en este mundo. El niño imagina que las cosas encierran una especie  de núcleo espiritual. Pero ¿cómo puede pensar esto? Si reflexionamos sobre la materia, veremos que esta idea  presupone otra. Nos proyectamos a nosotros mismos en las cosas.”


Wahl quiere llegar a una sustancia  más rica mediante la dualidad cuerpo-alma. Dice de  Sócrates, bajo la influencia de los pitagóricos y de sus propias especulaciones morales: “La sustancia se volvió la Idea. Y en el Fedón unió apretadamente Platón esta teoría  de la Idea con la teoría del alma. Aquí vemos por primera vez  la clara afirmación de una sustancia espiritual.” No solamente la cosa.

Tratar de la sustancia tal vez lleve a la creencia  de una entelequia perfecta que se desplaza allá entre las nubes y nada tiene que ver con el mundo real de los humanos. Por lo contrario, tiene que ver hasta con sus mismas tripas: “El hombre no sabe cómo obra el espíritu sobre el cuerpo. Pero hay una relación directa entre el espíritu y el cuerpo, que no es menos real porque no se la comprenda ni pueda traducirlas  en proposiciones  objetivas.”

Con Descartes muchos pensadores han jugado el juego sucio de la abstracción. Lo han llevado como paradigma al antropocentrismo al citar su “pienso, luego existo”. Y ahí, tramposamente, se detienen. La cita completa comprende tres cuestiones filosóficas: “Pienso, luego existo, ¿quién soy? Y se responde: “Un ser prudente, un alma.” Con lo que cambia  todo el panorama de su sistema filosófico.
Jean Wahl

Por eso Wahl anota: “Otro problema de la filosofía cartesiana surge del hecho de que tanto la sustancia pensante cuanto la sustancia  extensa son creadas por Dios. El mismo término se aplica a dos sustancias finitas y a una sustancia infinita... El termino sustancia no tiene la misma significación cuando se aplica a Dios  que cuando se aplica a sus criaturas.”

De ahí su afirmación en las sustancias que él llama “mónadas”. Varios pensadores de la filosofía occidental se refieren a la sustancia vital  pero no saben cómo definirla. Aceptan que existe pero no saben qué es. Uno de los que confiesan lo anterior es Locke: “Creía que existe y que por detrás de las propiedades hay algo, algo de  lo cual no podemos decir nada.”

Finalmente dice  Wahl que nos hemos quedado en la superficie del término, como en el caso de la comida sin condimentos o la charla banal: “Tenemos que abandonar la idea corriente de sustancia, si queremos comulgar sustancialmente con lo que hay de sustancial en las cosas.”





















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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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