ANAXÁGORAS DE PASEO POR EL CEMENTERIO




Vida de los filósofos ilustres
Diógenes Laercio
Editorial Porrúa, Serie Sepan Cuantos…Núm. 427, año 2003
Primera edición en español, Basilea, 1553

“Anaxágoras (Clazómenas, actual Turquía, 500 a.C. - Lámpsaco, id., 428 a.C.) Filósofo, geómetra y astrónomo griego. Probable discípulo de Anaxímenes, Anaxágoras perteneció a la denominada escuela jónica y abrió la primera escuela de filosofía en Atenas.”


Anaxagoras nos dice, en imágenes sencillas, en tanto pasea por el cementerio, lo relativo que son las cosas que tenemos por importantes.
En los cementerios hay sepulturas que guardan toda clase de presentaciones y condiciones de conservación, abandono y olvido.


 Parece una idea loca ir a pasear al cementerio. Pero por más visos que tenga de inclinaciones  escatológicas nada es tan efectivo para poder apreciar que este día estamos con vida y el inmensurable valor intrínseco que ello tiene. Lo mismo vale, para apreciar la libertad, ir a una excursión guiada a la cárcel. En automático se reducirían a la mitad todas esas actitudes que transgreden la ley. O ir de excursión guiada a un hospital nos apuraría a cuidar la salud psicofísica, etc.

En los cementerios hay sepulturas que guardan toda clase de presentaciones. Desde las soberbias y amplias, tal que en ellas podría habitar una familia entera. Luego las medianas que se pueden señalar como sobrias, tanto en presentación como en dimensión del área. Siguen las sencillas, con piedras sueltas arregladas artificialmente a ras de piso, para delimitarlas.

 Finalmente las tumbas que, abandonadas, de lejos se ve que ya nadie visita, con restos de construcción esparcidos  por el piso. Los familiares se olvidaron de su muerto, se cambiaron de continente o se extinguió todo parentesco. O bien la administración del panteón, trasgredió el reglamento de panteones, se hizo corrupta y, siguiendo un interés pecuniario ilícito, redistribuyó los espacios y desubicaron las anteriores sepulturas…

Parece que Santayana  se inspiraría en esta desoladora escena, evocada por Anaxagoras, cuando escribe: “”La naturaleza no tiene memoria. Olvida y serás olvidado.”

 Esa es la historia de todas las tumbas. Hasta que el tiempo regresa toda obra a su estado original, partículas, que llamamos polvo, y que son llevadas por el viento.

Anaxagoras, parado frente al imponente sepulcro erigido para Mausoleo, exclamó: “Un monumento suntuoso es imagen de riquezas convertidas en piedras.”

 “El Mausoleo de Halicarnaso o el Sepulcro de Mausoleion1 (en griego Μαυσωλεῖον τῆς Ἁλικαρνασσοῦ) fue una tumba construida entre el 353 y el 350 a. C. en Halicarnaso (actualmente Bodrum, Turquía) por Mausolo, un sátrapa en el imperio persa, y Artemisia II de Caria, que era su mujer y su hermana. La estructura fue diseñada por el arquitecto griego Sátiro de Paros y Piteo.2 3 El mausoleo medía aproximadamente 45 metros de altura, y cada una de las cuatro plantes era adornada con relieves esculturales creados por cada uno de los escultores griegos — Leocares, Briaxis, Escopas de Paros y Timoteo.4 La estructura del mausoleo fue considerada un gran triunfo estético, tanto que Antípatro de Sidón lo consideró como una de las Siete Maravillas del Mundo. La palabra mausoleo es ahora usada genéricamente para una tumba sobre la tierra.”

El Mauosoleo en ruinas,tal como se encuentra ahora


La otra observación que Anaxagoras hace en su paseo por el cementerio tiene que ver con los que mueren lejos de la tierra en que nacieron. Tema siempre vigente ya que la emigración y la migración es cosa de todos los días y la gente va y viene a través de los países y los continentes.

No se considera en esta apreciación a los viajeros por negocios o vacaciones. Sí a los que buscan establecerse por necesidad de trabajo, o refugiados políticos. Por voluntad y circunstancias muchos ya no regresan a su patria de origen.

 Sólo el que vive en el extranjero puede apreciar en toda su dimensión el lugar común “patria de origen”, aunque cuando estaban en su patria de origen no le dieran importancia al  vocablo.

Aun los que mueren dentro del mismo país, en Guanajuato México, por ejemplo, y falleció en Yucatán, aunque no tengan posibilidades económicas los familiares,  llevan el cadáver a Guanajuato, para enterrarlo “en la tierra que lo vio nacer”. Por eso en las ciudades no es rara la existencia del “panteón francés” o el “panteón español” o el “panteón ruso”, etc.

Se asegura que los muertos no pueden cambiar de opinión, tampoco los vivos, dice Schopenhauer.

En Real del Monte, estado de Hidalgo, de México, los ingleses que trabajaron las minas por varios siglos, construyeron su panteón y, se dice, sus tumbas están orientadas hacia Inglaterra.En la guía de turismo del Estado de Hidalgo se lee, en referencia a este cementerio: "El cementerio inglés se localiza en la cima de una arbolada loma,donde puede  admirar estupendas vistas de la población y conocer las lápidas con inscripciones en inglés,orientadas hacia el Reino Unido en medio de un apacible bosque."

 George Santayana, hijo de padres españoles que emigraron a América cuando él era niño,que creció, fue  educado y realizado como académico en Estados Unidos,que fue académico en una de las más importantes universidades de ese país, que publico toda su obra filosófica en ingles, que vivió sus últimos años en Italia, al morir fue enterrado en el panteón español de Roma...

México, como es país de puertas abiertas para los perseguidos del mundo, el tema del éxodo es familiar. Miles de extranjeros llegan a México y millones de mexicanos  se van de México. Tanto que se  menciona al asunto  como  el “síndrome del éxodo”.

Ezra Pound, uno de los famosos exiliados (norteamericano en Italia), tiene un pensamiento relacionado con el tema que dice: “Sufrimos mucho pero no queremos regresar a nuestra patria.”

Diógenes escribe que Anaxagoras dijo a uno que llevaba mal el morir en tierra ajena: "No te molestes por eso, pues de todas partes  hay el mismo camino que hace para bajar a la región de los muertos.”






























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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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