Schopenhauer entre la soledad y la multitud





Arturo Schopenhauer, La sabiduría de la vida, Editorial Porrúa, México, 2009
    Schopenhauer dice que busco a los otros porque no puedo vivir con mí mismo (recuérdese que Séneca coincide con él:”No es que quisieras estar con el otro, sino que no podrías estar contigo mismo”).El  personaje de una novela  de Jardiel Poncela quiere estar con su novia porque tiene pavor a estar solo.
 Y, así, nos encontramos en la disyuntiva(o con la dualidad)  de ¿sociabilidad o soledad? 

Un alpinista desciende al valle, después de una expedición de dos meses en la soledad de las montañas, y se da cuenta, como tal vez ningún otro humano pueda hacerlo, lo inmensurablemente valiosa que es la convivencia con la gente.    

Pero es un hecho que mucha sociabilidad  también descompone lo valioso de la vida porque no permite un cierto alejamiento para estar con mi mismo. Es cuando “el vino se convierte en vinagre.”

Este es  el contexto en el que  Schopenhauer dice que   nacemos en la comunidad, no en la soledad: “la soledad no es natural al hombre, que a su llegada al mundo no se encuentra solo sino en medio de padres, hermanos, hermanas, o, dicho de otra manera, en el seno de una vida en común”.

En tiempos de vigor, el hombre conquista al mundo y, no necesita de nadie. En la etapa prostática necesita que le cambien el pañal de la incontinencia y lo lleven en silla de ruedas. No necesitamos recordar la vida y ocaso físico  de Federico Nietzsche.

No es la soledad, de Schopenhauer, el solipsismo  patológico de Strirner. Éste viaja solo por el universo negando a las otras personas.


 

  1. Arthur Schopenhauer (Danzig, 22 de febrero de 1788Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta. En su obra tardía, a partir de 1836, presenta su filosofía en abierta polémica contra los desarrollos metafísicos postkantianos de sus contemporáneos, y especialmente contra Hegel, lo que contribuyó en no escasa medida a la consideración de su pensamiento como una filosofía «antihegeliana».

Schopenhauer tampoco  idealiza al hombre del común, como lo hace el político que, en tiempo de campaña, busca su voto en la urna para poder llegar a la cámara de legisladores o hacerse del supremo poder de ese país.

La expresión “hombre del común” no se refiere al lumpenproletariat ni al trabajador  urbano, como se dice en el panfleto y en la ciencia política, sino aquel individuo, de la clase social que sea, que adolece de cultura. El instinto de lucha por la sobrevivencia, o por la opulencia, se brinca las trancas de toda clasificación de la sociología, nos deshumaniza y nos regresa a la caverna. Así andemos en harapos, en ropa burda  o con corbata todos los días del año.

El lumpenproletariat ahora ya no es ausencia de cuenta corriente en el banco  sino de lejanía de los libros de cultura. Antes al que leía libros de cultura se le etiquetaba como pequeño burgués. Tenía que estar en la fábrica o en la mina, no leyendo libros. En la actualidad ya casi ha desaparecido esa clase de pequeños burgueses…Se sabe porque en el mundo hay mucha boruca. Donde falta la cultura abunda la boruca y el ruido. No hay inclinación al retiro.

Sucede en los países  cuyos programas de las escuelas y las universidades se han quitado, desde muy temprano, materias como civismo, moral y ética. El resultado es tan obvio que basta asomarse por la ventana para comprobar que el mundo se ha descompuesto. Se ha descompuesto hasta para los que descompusieron al mundo.

Schopenhauer habla de la urgencia que tiene la gente de la soledad. La soledad: “se consigue especialmente después de haberse convencido de la miserable condición moral e intelectual de la mayoría de los hombres”. Se insiste: no de la pobreza económica sino de la cultural y de la moral. Para los que se incomodan con la palabra moral recomienda sustituirla por ética.

No se queda en la crítica y sí traza el camino que pueda conducir hacia la soledad terapéutica, esa que necesitan hombres y mujeres para vivir en paz consigo mismo, o para pensar y escribir, si ese es su modo de vida, o su vocación: “en cada individuo, separadamente, los progresos de la inclinación al retiro están siempre en razón directa de su valor intelectual”.

Cervantes nos habla, mediante esos dos inmortales  personajes, que parecen tan chiflados uno como el otro, del  instinto y el ensueño. Uno de ellos leía muchos libros. En Platón el anhelo de una vida fuera del espacio y el tiempo. Éste escribía muchos libros. La inmortalidad demostrada en la prisa de Sócrates, por salirse de este planeta, porque “allá” lo esperan los filósofos con los que puede conversar de manera inteligente y amena. Éste, como haría  Jesús, no escribía pero habla para que otros escribieran.

La conclusión para Schopenhauer es que si sólo me gusta la soledad lo mejor será que me apresure a buscar al psiquiatra. Y si nada más me siento a gusto entre la boruca,  el vaticinio es que, tarde o temprano,  visitaré la clínica de salud mental.

Estos vericuetos intelectuales, y otros parecidos, son en los que Schopenhauer quiere que se camine en busca de la soledad de mimismo pero sin soltar amarras con la  multitud.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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