J.G.FICHTE Y EDUCANDO A PAPÁ


                                     El Extraño asunto de la lectura.


Leer es la manera de saber, y conocer, que el indoamericano del siglo veintiuno es el feliz heredero de dos grandes culturas: la indígena y la occidental, principalmente y, de manera adyacente, de otras culturas del mundo. 

Pero  se leen dos libros de cultura al año, como promedio por individuo, según cifras oficiales. Y  en lo general se desconoce tanto la cultura indígena como la occidental.

Vemos con admiración, es decir, con suma extrañeza, la ciudad de Teotihuacán o Machu Pichu, igual que si   estuviéramos contemplando el  monumento de guerra de Leipzig o la ciudad de Ur de  los caldeos o el Foro romano.

 Igual de admirados o ajenos escuchamos los nombres de Parménides y de Platón.

No es aventurado decir que esta situación la  viven todos los países de América india o Amerindia.

Por el eterno fenómeno de migración y emigración de los individuos, que van y vienen de un país a otro, creemos que podemos hablar de una mundialización de la cultura. Pero viajar como trabajadores, turistas o refugiados políticos, es ver la superficie de otros pueblos y no propiamente conocerlos.

Había que preguntar en los millones de mexicanos, centroamericanos y suramericanos, que viven en Estados Unidos, cuántos han leído a Margaret Mitchell o a Emerson, o cuantos mexicanos en México, de procedencia extranjera, han leído el Popol Vuh.

Son señalados los casos como el de esa memorable mujer inglesa, Frances Erskine Inglis, más conocida como Madame Calderón de la Barca, que pisando  tierra mexicana, en el siglo diecinueve, conocía ya la historia de México y al mexicano de todos los tiempos.

Leer, que  es el asunto de esta nota, es naturalmente del ámbito de los maestros enseñar a leer a sus alumnos. Pero por ahora ellos están tan distraídos, tratando de arreglar sus condiciones laborales, que no hay esperanzas.

Esta semana Roger Bartra dijo, en una entrevista por televisión que le hizo Silvia Lemus, que aun estudiantes que llegan a las aulas universitarias, no saben leer…

Queda volver los ojos a lo que siempre fue antes que la escuela, los padres en el hogar. Pero en general los padres no tienen el hábito de leer.

Fichte se vio obligado, en un periodo de su vida, dadas las precarias condiciones económicas por las que atravesaba, en dar lecciones particulares a los niños de algunas familias de Zúrich. Fue cuando externó este pensamiento, que puede valer para Indoamérica:”antes de poder educar a los hijos era preciso educar a los padres.”

¿Por qué tanto afán con eso de la lectura?

Hay una relación directa de lo informado, o culto, que sea un pueblo, con las condiciones de corrupción e inseguridad social que prevalezcan en ese país.
También en los países que van en ascenso hay inseguridad social y cárceles, pero no en la magnitud de los países en descenso.

Leer nos permite conversar, dialogar, no monologar. Leer da belleza a las relaciones con la gente. Es la mejor manera de aprender de otros y de enseñara otros. Hacer que la información cultural vaya y venga.

 Para otro aspecto de la salud del individuo, y de la sociedad, sirve la lectura cultural cuando ya  se hizo hábito. En Wikipedia encontramos la siguiente información.

“La lectura estimula la actividad cerebral, fortalece las conexiones neuronales y aumenta la reserva cognitiva del cerebro, un factor que protege de enfermedades neurodegenerativas.

Y también de Wikipedia es lo siguiente:

“En México el hábito de la lectura no es uno de lo más apreciados por los habitantes de este país, la encuesta realizada sobre la materia por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y la UNESCO y cuyos resultados fueron dados a conocer en 2006 indica que el mexicano lee en promedio 2.8 libros al año, uno de los índices más bajos del orbe.”

 Ruy Pérez Tamayo, catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México, con más de 60 años impartiendo clases en la Facultad de Medicina, dijo en una entrevista que apareció publicada en Humanidades y Ciencias Sociales, hablando de las nuevas generaciones, de su formación y contacto con la lectura:

 “Creo que necesitan más horas en la biblioteca y menos frente a la televisión y la computadora. Una de las cosas fundamentales que tendrían que implementar es el amor a la lectura. Esto se ha perdido. En la ciudad de Barcelona hay más librerías que en este país (México). Esto no puede ser, somos 100 millones de analfabetas funcionales. ¡Cuántos libros al año lee el mexicano promedio? Ni un libro completo. No es posible vivir en el siglo XXI en ese estado de ignorancia.”
Fichte

Johann Gottlieb Fichte (Rammenau, 19 de mayo de 1762Berlín, 27 de enero de 1814) fue un filósofo alemán de gran importancia en la historia del pensamiento occidental. Como continuador de la filosofía crítica de Kant y precursor tanto de Schelling como de la filosofía del espíritu de Hegel, es considerado uno de los padres del llamado idealismo alemán.











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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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