SPINOZA Y LAS SUSTANCIAS SON ETERNAS


Ética
Benito Spinoza
Editorial Porrúa, S. A. México-1977
Ética, primera edición 1677-Tratado Teológico Político 1670

¿Sustancias? Si todo cambia esto debe ser referido desde   una permanencia.

Las sustancias son por sí, no creadas. Por lo tanto, dice Spinoza, son eternas: “el que admitiera la creación de una sustancia, admitiría también que una idea falsa se había convertido en verdad, y no puede concebirse nada más absurdo.”

Hay que decir, en respeto a la condición dialéctica, que numerosos filósofos, como Nietzsche, Bergson, Heidegger, han negado la existencia de las esencias, dicen que, aparte de las cosas, no hay nada más.

Sustancia parecer una entelequia de esas que se mencionan en filosofía, un tema de intelectuales, que nada tiene que ver con nuestro mundo real de todos los días en la calle, en el metro, en la fábrica…

Habría que decirlo de otra manera: en este día que estamos escribiendo la presente nota, miles de individuos latinoamericanos, africanos y árabes, mediante las emigraciones legales, y sobre todo las ilegales, abandonan la inestabilidad de sus lugares de origen y van en busca de la estabilidad… Estabilidad es uno de los elementos de la sustancia.

“Sustancialmente” es una palabra que pronunciamos con frecuencia. Se refiere a la estabilidad que tiene la cosa o la situación. Lo eterno para Spinoza, de las sustancias, podemos traerlo a la tierra para manejo humano.

El contrato colectivo de trabajo es lo estable de las relaciones obrero-patronales. Pero mirada así la sustancia es sólo la mitad del asunto. Quiere decir que si hay estabilidad también existe la inestabilidad. 

En este caso es el outsourcing, como se le llama a la inestabilidad en las condiciones laborales. No hay contrato colectivo, no hay prestaciones duraderas, no hay permanencia en el empleo, no habrá jubilación, etc.

Otra estabilidad sería el matrimonio en la pareja. La dicotomía aquí será vivir con una mujer “hasta que la muerte los separe”. O uno o dos años, con otra, otro medio año con otra mujer, tres años…

Nótese que hay estabilidad en los dos ejemplos, en el del trabajador y en el matrimonio. Pero esa no es la sustancia en ambos casos. Sólo es la coherencia, en primera instancia, frente a la incoherencia.

Lo que es la sustancia eterna de Spinoza es la calidad que lleve la relación, siempre hacia lo positivo. 

Trabajador que cumpla con sus labores para las que fue contratado y patrón que cumpla con sus obligaciones con el contratado. Aun si no existiera contrato colectivo serías una relación de calidad. El C. C. T. es sólo un documento de desconfianza que se pone en manos de una autoridad federal superior como sería la Secretaría del Trabajo. En caso de conflicto es la que  va a decidir como árbitro.

En el matrimonio pasa lo mismo. Hay matrimonios perfectamente reglamentados, ante el juez de lo civil y ante el sacerdote, pero que viven en La pavorosa Casa de Usher.

Otros matrimonios, también reglamentados, o no reglamentados, (“unión libre" o como se le llame),  viven con esa calidad en la relación que ha construido civilizaciones a través de los siglos.

El fondo que hay en todo esto es la sustancia, la estabilidad y la calidad que hay en las cosas o en las situaciones.

“No soy de aquí ni soy de allá” es una buena frase para la tertulia de jóvenes tomando cerveza en viernes por la tarde. Lo hace a uno aparecer encantadoramente iconoclasta.   

Otra lectura de ese viernes es la de ir de acontecimientos en acontecimientos por demás inconexos. Sobre este substrato falto de bases no se construyen civilizaciones ni contratos colectivos ni convivencias estables de pareja. Es una intención por vivir en el azar, lejos de los hábitos de la causalidad.

La rutina en la actividad creadora, lo rutinario, tan denostado por Nietzsche y por José Ingenieros, tiene su dicotomía en lo que se llama falta de constancia.

Imagine a alguien que tiene a su cargo escribir, para una columna que aparece todos los días en un periódico, pero que ese columnista cumple un día sí y el que sigue no…

Lo que la filosofía dice que a la vista de tanto cambio, que se da en la naturaleza, debe haber algo permanente. Fue lo que Kant también  llamó sustancia: “La propia palabra sustancia-dice Jean  Wahl  en su obra Introducción a la filosofía- nos dice algo acerca de su significación. Sustancia es lo que está debajo, esto es, debajo de las apariencias. Cuando pensamos en la sustancia, tenemos la idea de algo permanente  por debajo del cambio, de una unidad por detrás de la multiplicidad.”

Finalmente hemos de anotar que Benito Spinoza es un filósofo de la razón práctica, al punto que escribió su célebre obra: Ética. A la vez  es un espíritu creyente y posee un conocimiento de la religión como pocos. Su Tratado Teológico-Político es un estudio crítico profundo (por lo mismo muy controvertido) del Antiguo Testamento.

Para Spinoza Dios es la sustancia por excelencia. Dice en Ética: “la verdad de la sustancias fuera del entendimiento que no reside más que en sí mismas  porque se conciben por sí… Dios, es decir, una sustancia constituida por una infinidad de atributos de los que cada uno expresa una esencia eterna e infinita, existe necesariamente.”
Spinoza



“Baruch Spinoza (conocido como Baruch de Spinoza o Benedict/Benito/Benedicto (de) Spinoza, según las distintas traducciones de su nombre, basadas en distintas hipótesis sobre su origen) (Ámsterdam, 24 de noviembre de 1632 - La Haya, 21 de febrero de 1677) fue un filósofo neerlandés de origen sefardí portugués, heredero crítico del cartesianismo, considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz” Wuikipedia











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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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