Cuando los
niños perdieron el gusto de subirse a los árboles, las cárceles quedaron en sobrecupo, los psiquiátricos se saturaron
y los cerrajeros fueron llamados para poner tres y hasta cuatro cerraduras en
las puertas de las casas, los comercios pusieron cortinas de acero a sus
negocios y la gente procuró organizarse y poner en sus casa lo que se conoce
como “alarma vecinal”.
Esta semana
un muchacho, de apenas veinte años de edad, asaltó al propietario de una tienda,
en la calle donde vivo. Le puso una navaja en el estómago al tiempo que le
decía: “Te pico si no me das el dinero que tienes en la caja”.
El asaltante
vivía en la misma calle de la tienda. Se fue cargado con su pequeño botín en
tanto que el propietario llamaba a la policía. En menos de dos horas el
asaltante iba en una patrulla camino del reclusorio, del que había salido
apenas tres semanas antes. Era un rufián reincidente.
La mamá y la
abuelita del asaltante fueron a rogarle al propietario, con sendas y
desgarradoras lagrimas en los ojos, que retirara los cargos contra el
hijo-nieto: “Compréndame, se lo vengo a pedir como madre”. Y la más vieja: “Yo
se lo suplico como abuela”.
La respuesta
del propietario fue tajante: “No voy a retirar nada. Ahora están presentes
suplicando pero cuando el muchacho estaba a punto de asesinarme no estaban aquí para
defenderme. Si retiro los cargos ese muchacho va a salir y asaltar o matar a alguien.
Es su modo de vivir y ya no hace caso ni a la madre ni a la abuela. Sus lágrimas
de madre no me conmueven. No supo ser madre, en realidad, no se preocupó de
llevar a la escuela a ese muchacho cuando era niño ni enseñarle a convivir con
la gente. Y usted, abuelita, no le enseño a su hija, aquí presente, a
prepararse a ser responsable para cuando tuviera hijos. Ustedes, no yo,
enviaron a ese muchacho a la cárcel. Siento decírselo señora, pero todo empieza
con las abuelitas.”
Esto sucedió
así. Tal cual. Por alguna causa que desconozco, los hombres (padre, abuelos,
tíos) no estuvieron presentes y por eso no aparecen en el relato.
Por la
mañana, de ese día,antes de abandonar la cama, acababa de darle una repasada a Pasear, de Henry David Thoreau y recordé uno de sus párrafos. Aquel
que dice:
“Nos pegamos
a la tierra, ¡qué pocas veces ascendemos! Pienso que sería factible elevarnos
un poco más. Podríamos trepara un árbol por lo menos. Una vez, hallé mi propia
estimación subiéndome a uno. Era un alto pino blanco, en la cima de un cerro;
aunque me llené de resina, mereció la pena, porque descubrí en el horizonte
nuevas montañas que nunca había visto, mucha más tierra y mucho más cielo.”
THOREAU |
Henry David Thoreau (Concord, Massachusetts,
12 de
julio de 1817 - 6 de mayo
de 1862) fue un escritor, poeta y filósofo estadounidense,
de tendencia trascendentalista y origen puritano, autor
de Walden
y La desobediencia civil. Thoreau fue
agrimensor, naturalista, conferenciante y fabricante de lápices. Uno de
los padres fundadores de la literatura estadounidense.
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