PASCAL, PENSAR


 

Pensamos y más pensamos. Dejar de pensar nos fastidiaríamos, en todos sentidos. En “sano juicio” tampoco podríamos dejar de pensar, aunque quisiéramos.

¿En qué pensamos?

Comemos y dormimos. Son dos necesidades apremiantes. Porque con estas dos incesantes satisfacciones renovamos todo para volver a empezar.

Otras dos necesidades son el hambre  espiritual y el hambre de justicia. Y esto es lo que ha ocupado a los filósofos en una tarea que lleva siglos:

 “Uno no se fastidia de comer y dormir todos los días, porque el hambre y el sueño renacen; sin esto se fastidiaría. Así, sin el hambre de las cosas espirituales se siente el fastidio. Hambre de justicia: octava bienaventuranza.” (Blaise Pascal, Pensamientos, capítulo II)

En “sano juicio” no hay humano ( o como decían los filósofos: un bípedo implume que razone), que deje de pensar. Ya hemos pensado en el espacio, en el tiempo, en el vacío, en los átomos que chocan, en el ser y en el no-ser, en el amor y en el desamor, en el dolor y en el placer, en el mal y en el bien, en la caída y en el volver a levantarse, en la belleza y en la otra parte del molde, en que acá apenas nos alcanzan quinientos euros al día para comer y que allá vive una familia numerosa con  un dólar, pensamos en la evolución, en la creación, en las pinturas prehistóricas  de Altamira y en las de Baja California, en que somos apenas  un punto en el universo pero que también hemos abarcado este y todos los universos, en lo malagradecido de Aristóteles para con su maestro Platón, en los corajes que Schopenhauer hacía con Hegel, en lo real, en lo virtual, en La Cuádruple Raíz del Principio de Razón Suficiente,  hasta hemos descubierto que existimos porque pensamos y en ocasiones, como hacían los poetas aztecas, creemos que sólo soñamos “acá”, pero que estamos “allá”, en el grupo de  meteoritos que viene hacia nosotros desde antes que este planeta Tierra existiera, pero no para destruirnos sino para traernos, para seguir trayéndonos, más agua porque el hielo en los glaciares ya
El agua ya no baja  entre los lahares.
4,200 m.s.n.m., flanco oeste del Pico de Orizaba,México.
 
no descienden hasta las línea de fusión y el agua  no escurre a los valles, pensamos también que Bukowski escribe poemas en tanto sigue repartiendo, a pie, sus cartas a domicilio, pensamos en la antiquísima ciudad Ur de los caldeos y su “diluvio universal”, en las puntas clovis de Norteamérica, que los continentes se estiran o se encogen, en que las islas viajan del Pacífico al Atlántico, en que el caos es lo habitual en la vida y lo “normal” un milagro…

Tomado del diario El País, de España
En todo eso y más hemos pensado. Y nos vemos impelidos a seguir pensando. Algo o alguien nos lleva  a seguir pensando.

Como el padre que juega con su hijo pequeño a los acertijos y lo anima a seguir pensando para llevarlo a cierta conclusión, como dicen que Sócrates hacía.

¿Qué más? Esto, responde el niño. ¿Qué más? Aquello. ¿Qué más? ¿Qué más?

Pascal escribe lo siguiente: “Puedo concebir a un hombre sin manos y sin pies. Pero no puedo concebir a un hombre sin pensamiento: sería una piedra o un bruto. Toda nuestra dignidad consiste, por lo tanto, en el pensamiento. De ahí es de donde nos es menester realizarnos, y no en el espacio ni del tiempo, que no podemos llenar. Trabajamos, por consiguiente, en pensar bien: de ahí el principio de la moral.”

PASCAL
 “Blaise Pascal fue un polímata, matemático, físico, filósofo cristiano y escritor francés. Sus contribuciones a la matemática y a la historia natural incluyen el diseño y construcción de calculadoras mecánicas” WIKIPEDIA

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores