ABBAGNANO, EL FACTOR INDETERMINADO PARA EL ESCALADOR

 


Referencia:

Nicola Abbagnano, Introducción al existencialismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1975

 Anderl Heckmair, Los tres últimos problemas de los Alpes, Editorial Juventud, Barcelona, 1958

Kurt Salamun, Karl Jasper, Editorial Herder, Barcelona,Biblioteca de Filosofía número 23 , 1987

 

“Contra qué luchamos”, dijo desolada la bella doctora Maggie Rice (Meg Ryan) de la película Un ángel enamorado, con Nicolas Cage. 1998.

Concluyó con éxito una intervención quirúrgica pero el operado murió enseguida.

¿Contra qué luchamos al escalar una  montaña? Tomo todas las precauciones para subir por la pared y con el ánimo necesario para dejar que el destino haga su juego.

El control de la situación lo pongo bajo la lógica del razonar humano. Pero también estar consciente que hay cosas fuera de mí que pueden alterar el resultado esperado.

Vacunarse contra el coronavirus es un acto responsable pero hasta ahora no hay una vacuna que garantice la efectividad al cien. Conté con la feliz circunstancia que se me aplicara la vacuna que más alto porcentaje tiene sobre las otras vacunas pues sólo falta el cinco por ciento para la garantía plena. Y ese cinco por ciento es donde el destino, en la forma de virus, puede jugar sus cartas que yo no puedo controlar.

"Es la respuesta que tu organismo tendrá ante la vacuna" me dice un medico amigo mío. Sí, pero mi pasado ya no lo puedo controlar.Las grasas saturadas, la sal ingerida, el azúcar y la dulce vida dejaron su huella imborrable en mi cuerpo.

Los productos que anuncian en los medios para satinizar esto o aquello, no se arriesgan a una demanda y dice: Este producto es efectivo en un noventa y nueve por ciento.

El senador fulano tenía  en su bolsillo seguro la reelección pero de pronto se encontró con que algo lo había dejado fuera del presupuesto.

Abbagnano, un filósofo italiano del  existencialismo, nos invita a meditar sobre este factor indeterminado.

Las entrometidas diosas del Olimpo hacían cambiar de parecer a lo que Zeus tenía planificado para los hombres y para las naciones. Era enamoradizo y por lo tanto débil ante las bellas inmortales, y todo cálculo del Dios supremo se iba al traste.

Adquiero un tónico para la tos y veo en la etiqueta: alivia casi todo tipo de tos. Casi es el factor fuera de todo control de la previsión humana.

En el cristianismo todo está diseñado desde antes del  tiempo, para bien. Hay un factor que puede alterar eso. Se llama libre albedrío, o libertad, en  el laicismo.

El humano, siempre ingenioso para no responder sobre sus actos fallidos,  le echa la culpa al diablo. Llamada  a cuentas, la pareja primordial, en el paraíso terrenal, la mujer dijo: “el diablo me sedujo”, presionado, el hombre espetó a su creador: “Fue la mujer que tú me diste”.

En el Olimpo, está claro, las hermosas inmortales hacen y deshacen, sino pregúntenle a Héctor, el valiente guerrero de la bella Ilión. Pero en el cristianismo no. Dicho en otras palabras, qué o quién movió los dados para que se llegara a esa confusión. El diseño se salió de control. Es lo que Abbagnano llama, el factor indeterminado.

¿Es el humano, entonces,  a semejanza de un balón de futbol en la cancha, que es llevado y traído falto de voluntad ante el destino. No, dice Abbagnano, el hombre ha de realizarse como unidad propia. Luego aceptar que la existencia es continua apertura hacia el mundo y hacia los demás.

 “Yo sé-anota Abbagnano-, en todo caso, que afronto un  riesgo y este mi saber está presente en mi decisión y constituye un elemento  necesario para ella.”

Contra eso va el escalador y también contra eso el hombre y la mujer dentro del ruedo al pararse frente al toro. No es contra el toro, no es contra el obstáculo de la montaña por la que se moviliza el hombre. Es contra esa indeterminación que escapa a su control. Su antropocentrismo no lo acepta.

 


Ese es el juego que juegan los escaladores y lo toreros: retar al destino

Travesía en el Corredor Superior del Pecho de la Iztaccihuatl, México, a 4,800 metros.

 En la foto Mario Campos Borges y Salvador Alonso Medina.

Foto de Armando Altamira

 

Su yo se resiente. Ya calcula el desnivel de la montaña, sabe que en las altas cotas en las que se mueve la roca está erosionada, hay menos oxígeno para sus pulmones, oye al meteorólogo que le informa de las condiciones atmosféricas.

Más aún se sirve de su arma secreta que todo hombre  tiene, y en especial la mujer: la intuición. Fuera de todo cálculo del razonar humano, la intuición, ese saber antes del saber, ya otea el horizonte como el más efectivo de los sabuesos y, sin embargo, ese casi sigue estando presente. 

"Debe afrontarse siempre la posibilidad del fracaso", apunta Jasper como una condición natural de la vida. En el deporte, en   la guerra, en  las finanzas,en lo laboral, en el amor, en el fútbol,en las canicas, se gana y se pierde. Lo que importa es lo que sigue a ese descalabro en el alpinismo. El buen montañista sigue jugando.

Es lo que nos dice la leyenda de los Soles Teotihuacanos:sólo se gana por un día pero, igual, sólo se pierde por un día.

Ese es el juego que juegan los escaladores y lo toreros: retar al destino. Destino, suerte o azar se le llama a esa partícula indomable por el humano.

“Todos los escaladores saben que la suerte tiene un papel primordial en los éxitos alpinos de la juventud”, escribe  Heckmair, el escalador alemán que tomó parte en la conquista de la pared norte de El Ogro, montaña de Suiza.

Leonel Terray, francés, un excelente escalador que superaba problemas alpinos en todas las cotas, un día se precipitó en caída mortal.

Juan Medina, mexicano, escalaba como pocos. Pero la reducida porción incontrolable se hizo presente y un día, él y su compañero de cordada, volaron en caída mortal sobre el flanco oeste del Pecho de la montaña Iztaccihuatl, 4,800 m., conocida la ruta como Rampa de Oñate.

Lo mismo puede decirse de Santos Castro, el destacado escalador originario de Real del Monte,  estado de Hidalgo, México. El factor casi otra vez se hizo presente y quedó oscilando, llevado por el viento, en la pared  norte de El Abanico, norte del Popocatépetl, a 5 mil metros de altitud.

Así pues se está consciente del riesgo de que las cosas no salgan como las he planeado y, no obstante me decido.

Abbagnano: “Esta pretensión implícita en la decisión está fundada sobre una indeterminación efectiva, esto es, sobre la posibilidad de que las cosas se desarrollen de distinta manera  de aquella  que decido; pero también  está fundada sobre el asumir, por mí que decido, este riesgo, y sobre la consideración de todas las posibles garantías que puedo conseguir.”

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores