CICERÓN, EPICUREISMO Y ESTOICISMO

 


 

Referencia:

Cicerón, Sobre la naturaleza de los dioses, versión de Julio Pimentel Álvarez, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México, 1976

 

No es lo que digan los hombres, sino lo que hagan. Es el nudo de esta página de Cicerón. Si los seres son benéficos para el individuo, y para el grupo,  por qué no llamarlos dioses. Caso contrario, ¿qué caso tiene creer en ellos?  El asunto  es, como dijo Jesús a Pedro, piensas como hombre, no como Dios. En otras palabras, piensa bien lo que pides.

 

Cicerón, romano, es una fuente muy importante para el conocimiento de la filosofía griega.

Escribió muchos libros. En este, que tituló Sobre la naturaleza de los dioses, ofrece información sobre dos escuelas, la epicúrea y la estoica.

Epicuro buscaba la felicidad en el hedonismo como el equilibrio de los placeres. Estaba, en contra de creencias como el destino, los dioses y la muerte. El Placer y una vida tranquila era su ideal.

El estoicismo, con su figura principal Zenón de Citio en 301 a C. buscaba la sabiduría moral  a través del control de los hechos, cosas y pasiones. La felicidad, creía, es el destino de la vida humana.

Ambos buscaban la eudemonia, la felicidad, la dicha, pero cada quien por el camino que le parecía más adecuado para él. Cosa distinta es que se crea capacitado pensar por todos, lo que sucede con mucha frecuencia.

Para tal propósito Cicerón imagina  una conversación en casa de Cayo Aurelio Cota, hacia el año 77 antes de Cristo. Participan en la charla  el propio Cota, que es seguidor de la Nueva Academia, Cayo Valeyo, como representante del epicureísmo y Lucilo Balbo, representante del estoicismo.

La Academia fue fundada por Platón en el 387 antes  de nuestra  era. La Nueva Academia, en los siglos I y II a C. Primero estuvo contra los estoicos y siguieron periodos en los que, de manera ecléctica, une el platonismo y el estoicismo, entre otras escuelas.

En la charla Valeyo y Cota exponen tesis contrarias respecto de los dioses. Valeyo dice que no existen  y que en todo caso están formados por átomos. Aunque muy ligeros tiene principio y por lo mismo no son eternos.

Por sí, no pueden producir la inteligencia ni la virtud, que son cualidades propias de los humanos.

La tesis y contratesis son propios de la cultura europea y eso la hizo profundizar en muchos temas. Refleja además la naturaleza libre de los humanos.

¿Por qué todos los hombres deberían de creer en la existencia de los dioses? ¿Pero también por qué no creer que ellos existen? Hay cien argumentos  para exhibir al respecto.

 Pero el tiempo ha demostrado el juego peligroso que es hacer abstracciones del todo. Dicho de otro modo, donde no hay dialéctica, dialogo, discrepancia que escucha, hay robotismo.

El dialogo, ciertamente,  puede degenerar en alboroto de asamblea, por no decir pleito de comadres, relativizar todo y acabar en el nihilismo. Pero si ese pueblo  tiene una buena base cultural todo volverá a su cauce.

El robotismo se  da si falta la libertad de expresarse. Hay fuentes remotas que hablan de eso pero no tenemos que ir tan lejos. En nuestros días, como se dice, hay tela de donde cortar.

En los pueblos libres cuando se cree haber llegado a la verdad, sobre todo a la verdad universal, se le da el nombre de Morgana y, ¡se escapa! Para de nuevo emprender su búsqueda.

Como el alpinista que llega la cumbre y ya piensa en otra montaña.

Las ciencias exactas ya llegaron a la luna pero en el modo de pensar seguimos en Platón. Hay N cantidad de pensadores, de primera línea, que han elaborado tesis y más tesis, dignas de leerse y releerse, porque  discrepan de él  en esto o en aquello. Otros lo siguen, sin mencionarlo. Otros lo refutan, sin mencionarlo.

El humano es feliz en este su modo de actuar, entre ellos Cicerón cuando anota: “La felicidad se basa en la virtud y la virtud es activa.”

 


                                                La virtud es activa

En las montañas del estado de Hidalgo, México. Al fondo la peña La Colorada.


Es uno de los puntos que Cota le refuta a Valeyo .Los dioses del epicureísmo son inmóviles ¿para qué sirve unos dioses así? No se preocupan por lo humanos y, en consecuencia, los humanos no tienen por qué venerarlos ni creer que existen.

Y de aquí Cota  pasa a otra consideración, atrevida, por cierto: no creer en los dioses hace el caldo de cultivo de la descomposición social. Al decir: “Los perjuros y los impíos no serían tales si creyeran en los dioses.”

Luego el cristiano dirá: “El que conoce a Dios no puede ser malo”.

Decirse laico para no ser llamado a cuentas, en lo moral, es una ingeniosa coartada.

El laicismo no hace a los hombres, estos, con su probo proceder, dan, o mejor, viven, una existencia de calidad. Y ennoblecen el término laicismo.

Con lo que tanto laicos, como religiosos, están en la misma perspectiva: no es lo que digan, sino lo que hagan.

Tiempos remotos conocieron, en lejanos paralelos del mundo,  que partidos políticos de derecha andaban en la izquierda y algunos de izquierda andaban en la derecha. Los del centro para donde apuntara el vencedor.

En México  no había partidos políticos en el siglo diecinueve sino logias masónicas, los yorquinos y los escoceses. En ocasiones estos andaban con aquellos y aquellos con estos y en medio los que se iban con el ganador del momento.

De ahí que pensadores como Cicerón escribieran: “no es lo que digan, sino lo que hagan.”

En la Ciudad de México había, hasta 1960, un templo católico, a unas calles hacia el este del primer cuadro. Un día específico del año los pillos iban a pedirle a la Virgen que A) los protegiera de la policía y, B) que les pusiera al alcance de la mano lo más posible de dinero.

A la Basílica de la diosa Chicomecoatl, llamada Guadalupe desde el siglo dieciséis, por los europeos, en el norte de la Ciudad de México, van (con mucha devoción) los boxeadores profesionales. Le piden a la diosa-virgen que le permita ganar en su ya próxima pelea al contrario. En la banca de más allá está el oponente pidiéndole le permita dar una paliza al otro.

Uno de estos dos va a dejar de creer en la diosa-virgen y en  la espiritualidad o al menos se va a resfriar en cosas de la religión.

En el siglo de Juana de Arco dos países europeos, católicos, entraron en conflicto…

En ocasiones  el cielo  deja, a los países cristianos en conflicto mutuo, en un empate, igual que a los boxeadores del ring. Como las diosas hacían manipulando la voluntad de Zeus, según relata Homero en La Ilíada.

 


Del libro La Psiquiatría en la vida diaria

De Fritz Redlich, 1968


Valeyo y Cota, los “contrarios” que describe Cicerón, llevaron su combate de ideas en la casa de éste y nos dan un ejemplo del modo de ser de los individuos y de los pueblos de aquellos tiempos.

Un primer resultado de esta plática en casa de Cota es que se cree en los dioses pero no como se dice que son. Habla Cota:

“Yo, al igual que todos salvo los totalmente impíos, considero que los dioses existen, pero no tus argumentos, Lucilio, de ninguna manera lo demuestran. El consenso universal no es una razón válida porque “asuntos tan importantes” no pueden ser juzgados por los necios”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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