EN ARGENTINA CON M.LEÓN PORTILLA

 


El argentino  comentaba cosas de La Filosofía Náhuatl de Miguel León Portilla. No entendíamos nada.

Nos encontrábamos a la sazón en su casa de Córdoba, ciudad de la República Argentina. ¿Quién es ese León Portilla?, preguntamos.

El argentino abrió mucho los ojos, pasó dos tragos de  su vino tinto de San Juan y se tragó un churrasco que se la había atorado. Al regreso de su sorpresa, exclamó:

¿Pueden imaginar a un guatemalteco que le diga a los griegos la teoría de Platón o   un chino les cuenta a los alemanes la filosofía  de Kant? Fue la manera en que nos reveló a nosotros, mexicanos, nuestra ignorancia de la filosofía mexica.

Flashback, como en el cine:

Dos semanas antes estamos en la ciudad de Jujuy, en el norte del país. Pensamos escalar el monte Chañí (6,100m) de importancia arqueológica (hasta su cumbre se han encontrado restos de ofrendas de tiempos precristianos), según relata Rosen en su libro Un mundo desparecido.

 Describe que esta montaña tiene una pared de mil metros. Y eso nos ha traído hasta aquí. Tenemos  a Mario Campos Borges y Salvador  Alonso Medina, los escaladores idóneos  para esa empresa. Recursos en billetes suficientes y material de escalada de primera y de moderna fabricación, en diseño y aleación metálica.

Pero Tláloc tiene otros planes. Hace tres días que el mal tiempo se ha generalizado hasta la Tierra del Fuego. Nuestro equipo de escalada que debía llegarnos desde Mendoza por avión no llega pues los vuelos se han suspendido y las carreteras están hecha un caos.

Otro Flashback.

Semanas atrás realizamos   la ascensión del glaciar NE del monte Aconcagua, con una cordada de dos, y uno de los que llegaron a la cumbre fue Francisco Martínez E. de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México.

Nuestros boletos de regreso a México  están para   dos semanas, saliendo de Buenos Aires, y no tenemos ya tiempo de sitiar por tiempo indefinido al monte Chañí.

Resignados,  bajamos esa mañana  al restaurante del hotel. Era temprano,  la hora en que la gente saca a las perras y a los perros a pasear por las calles. Los veíamos a través de los grandes ventanales.

 Una sala muy amplia. Almorzábamos y una muchacha hermosa pasó frente a nuestra mesa. Al aproximarse su paso era más lento y giraba discretamente en sentido contrario su cabeza. Como se hace para escuchar mejor.

Eran los tiempos de una dictadura en el país y pensamos que se trataba de algún agente de la policía. Ya al principio del viaje tres de la expedición, sin deberla ni temerla,  estuvimos  presos veinte horas  en una cárcel de Buenos Aires. Celda de tres metros con tan sólo dos metros  aprovechables para dormir en el suelo con una laguna de un metro de excremento como playa.

 En Buenos Aires nos parábamos todos los del grupo a charlar en cualquier lugar de la calle, como se hace en México, y ni quien se fije. Veinte o treinta pueden estar en la calle el tiempo que se les antoje y no pasa nada. ¡Ignorábamos que en tiempo de las dictaduras eso no es posible! Nuestra dictadura del monólogo,  la de Porfirio Díaz, tenía  sesenta años atrás. Ignorábamos como son  las cosas en situaciones como esa.

Otra vez pasó la muchacha hermosa. Las argentinas bellas,  así como  las argentinas hermosas, no son ninguna excepción, pero  ésta, por algo, más que por su hermosura, nos llamaba la atención.

A la tercera vez que pasó, como siempre aminorando su paso, uno de los quince de la expedición no se aguantó y le lanzó un piropo  (eran los tiempos que los hombres podían mirar a las mujeres sin ser sancionados).

Cada vez la muchacha se sentaba en su mesa hasta el fondo de la sala. Por fin fue directamente hasta nosotros y nos espetó: ¡Ustedes son mexicanos! Cuando esperábamos que sacara las “esposas punitivas” para llevarnos a la cárcel, por estar los quince almorzando en una misma mesa, nos dijo: soy media mexicana. Supimos entonces por qué tenía algo que nos llamaba.

¿Cómo lo supiste, también podemos ser peruanos? Por su modo de hablar el español y su color de piel. ¿Qué tiene nuestro español, hablamos el mejor español del planeta y qué tiene nuestra  piel? Son rojos, dijo.

Los mexicanos en México no lo notamos pero cuando se vuelve a México, procedente de un “país blanco”, sí nos damos cuenta que, efectivamente,  somos pieles rojas.

La muchacha nos explicó que su madre era mexicana y tenía más de cuarenta  años viviendo en Argentina. Añoraba cosas de México y se la pasaba escuchando, en discos, cantantes como Miguel Aceves Mejía, Jorge Negrete o viendo películas de Cantinflas…Somos gente sencilla, dijo.

 Sería feliz  si puede platicar con ustedes. Escuchar de nuevo el español mexicano... Nos invitó a su casa. Ella trabajaba en una línea de aviones y estaría en Córdoba antes que nosotros. Allá fuimos. Nos agarraba de paso para Buenos Aires.

Churrasco y vino  de San Juan. El padre, obrero, empero,  nos contaba cosas de intelectuales mexicanos como Samuel Ramos, Octavio Paz, Amado Nervo, Altamirano, Alfonso Caso…



La metáfora del maguey


Una cosa notamos, esta familia, la gente que tratamos en Punta de Vacas ( ya en la cordillera), en Mendoza, en Uspallata, y en el mismo Buenos Aires, tan sencilla y amable, no se parecen en sus modales, a algunos argentinos que conocemos en México.

He leído dos veces La Filosofía  Náhuatl del Doctor Miguel León Portilla, dijo el padre de la muchacha. Hay  algunas cosa que no entiendo del pensamiento náhuatl, y ya que están aquí me gustaría comentarlas con ustedes. 

Fue cuando le dijimos que  del libro de León Portilla no conocíamos ni el título. ¿Bueno pero si conocen de la cultura náhuatl? Pues algo, dijimos, en realidad, muy poco.

Fue el momento que un argentino, obrero, en Argentina, nos platicó cosas de La filosofía  Náhuatl. Empezó preguntando ¿Saben que es un destino manifiesto? ¡Cuando un pueblo se declara llamado por la Divinidad para  que alguien reúna a las etnias en un grupo-nación,o que gobierne a los pueblos de ese continente o del mundo! Algo parecido a lo que en Alemania llevó a cabo Bismark o lo que dijo el periodista John Ó Sullivan para  Estados Unidos.

Bueno, siguió el argentino, eso mismo hizo Tlacaelele, personaje de la jerarquía azteca en el siglo quince. Fue por un ejemplar de La Filosofía Náhuatl y nos leyó palabras de Tlacaelele, del tomo 1 de la obra monumental de Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de la Nueva España, en el que habla del por qué Huitzilopochtli, el dios tutelar de  los aztecas, vino a este mundo:

 “Nuestro dios fue venido: para recoger y atraer  así a su servicio todas las naciones con la fuerza de su pecho y de su cabeza.” Habla de conquistar a  las naciones pero no destruirlas, con el objeto de estar comiendo de ellas.

El argentino nos habló de aspectos culturales, no ya guerreros del pensamiento náhuatl, desde tiempos remotos, de miles de años, como son la escultura, la arquitectura, la astronomía, las matemáticas y el concepto que tenían de la historia, que plasmaban en el modo  ideográfico en sus códices.

Sobre todo la educación de los niños que empezaba, de manera rigurosa, en el hogar y se perfeccionaba en las dos instituciones llamadas calmécac y telpochcalli. Nos habló de tantas cosas que ignorábamos de la cultura de nuestros antepasados.

Como seguramente el argentino conocía a  Pedro Infante, Luis Aguilar, Jorge Negrete y otros grandes del cine mexicano, en el que el mexicano aparece como mujeriego, borracho, jugador y pendenciero.Los corridos o canciones rancheras de Juan CharrasqueadoGabino Barrera.  O tal vez porque al principio de la reunión hablamos que en el planeta hay seiscientos millones de padres  que abandonaron a la mujer tan pronto como supo que estaba embarazada.

 El caso es que al final buscó algo en el libro de  León Portilla. Es la metáfora del maguey.

¡Aquí esta!, dijo. Es una cita  también de Sahagún, en el tomo 1 de su Historia, el padre le inculca su hijo principios morales:

 “No te arrojes a la mujer

como el perro se arroja a lo que le dan de comer;

no te hagas a la manera de perro

en comer y tragar lo que le dan,

dándote a las mujeres antes de tiempo

 

Aunque tengas apetito de mujer

resístete, resiste a tu corazón

hasta que ya seas hombre perfecto y maduro;

mira que el maguey, si lo abren de pequeño

para quitarle miel,

ni tiene substancia, ni da miel, sino piérdese

 

Antes de que lo abran

para sacarle la miel,

le dejan crecer y venir a su perfección

y entonces se saca la miel

en sazón oportuna.

 

De esta manera debes hacer tú,

que antes que te llegues a mujer

crezcas y te embarnezcas

y entonces estarás  hábil para el casamiento

 y engendrarás hijos de buena estatura, recios, ligeros y hermosos…”

Al final de la velada el argentino comentó  que la palabra mexica tlamatinime se le aplicaba a los sabios filósofos nahuas. Y que el mundo náhuatl, en particular el azteca, llevaron a la práctica lo que en Platón fue una teoría que, hasta la fecha, quedó en utopía para el mundo occidental, y también para el mundo occidentalizado, y es que los que dirigen un pueblo fueran filósofos. En el tomo II, nos lo enseñó, de la Historia de Sahagún, se dice:

“También los señores tenían cuidado de la pacificación del pueblo y de sentenciar los litigios y pleitos que había  en la gente popular, y para esto elegían jueces, personas de buenas costumbres que fueran criadas en los monasterios de calmecac, prudentes y sabios…” 

Vale repetir, “sabios” en ese contexto náhuatl, equivale a filósofos. Así lo explica León Portilla.

Contábamos con la oportunidad financiera  de montar, de ahí a dos años,  otra expedición para escalar montañas en sector central de los Andes argentinos. De tal suerte que prometimos  a esta familia, que tan  amablemente nos había recibido en su hogar, volver a saludarlos. A nuestra paisana llevaríamos otros discos de Pedro Infante, Jorge Negrete y Miguel Aceves Mejía. Al padre también prometimos leer La Filosofía Náhuatl de León Portilla, para comentar más ampliamente con él.

 Pero la idea de regresar  a meternos en el ambiente viciado de la dictadura nos hizo voltea hacia otros macizos montañosos del planeta y nunca volvimos a verla.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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