MARCO AURELIO, EN EL CAMINO

 


Subir una montaña es  ir resolviendo los obstáculos que vamos encontrando. Todo alpinista sabe eso. Su voluntad se prepara para tal cosa. Enfrentarse a lo que a cada paso va encontrando.

Una vez que hemos llegado a la cumbre no está todo concluido. Apenas es la mitad del asunto. Ahora es necesario resolver los problemas del descenso. En ocasiones éste es más complicado que a la subida. Entre otras cosas porque ya empleamos mucha de nuestra energía. Los tobillos pueden romperse... un descenso por cuerdas…

El alpinismo es la metáfora perfecta de la vida para el humano. Al nacer nada tenemos resuelto. Es preciso ir resolviendo los quehaceres dé cada día, en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en el modo de relacionarse, o no, con el contexto en el que nos tocó vivir. Hay suficiente energía para todo eso. Para llegar a la cumbre.

¿Pero cuantos nombres se conservan de los que, arriesgando su vida, conquistaron montañas? Personalmente conozco muchas de estas escaladas pero ni idea tengo, por más que busco, de los nombres de esos valiosos y valientes escaladores. Si acaso dos o tres. El tiempo se llevó y borró sus nombres. Como el río se lleva a las hojas de los árboles  que caen sobre sus aguas.

A la mitad de la vida es cuando empieza el descenso. ¡Ya mucha de nuestra energía se ha gastado! Las grasas asesinas, de las sabrosas comidas, han obstruido la mitad de las arterias y el corazón, ya gastado, se ve sometido a realizar un esfuerzo doble que en la juventud. ¡Poco colágeno queda en las rodillas! El Alzheimer toca a nuestra puerta por el poco oxigeno que llega al cerebro o, tal vez, como apuntó Stekel, el famoso psiquiatra austriaco del siglo diecinueve, para olvidar algo…

¡Cuarenta años antes!

Así es en las películas. De pronto se interrumpe la acción de los personajes y aparecen en la pantalla las palabras: “Cuarenta años antes”.

Aquellos personajes, ya adultos, ahora son jóvenes. Estamos otra vez en el principio, pero ahora con la fresca actitud ante la vida. Enfrente hay una aporía, como se dice en filosofía ante una situación al parecer sin solución.

En un tono, que parece revolucionario, el poeta dice que se hace camino al andar.  Arrancar de cero es un pensamiento creacionista, no evolucionista. Pero el humo del cigarro no deja ver claro.

La tradición es su contratesis. Pero apoyarse en la tradición parece un determinismo, el mecanicismo de la causa y el efecto en el que la libertad de decisión del individuo para decidir su vida, no cuenta para nada. Todo está escrito desde antes del principio de los siglos o, dicho en el modo moderno, todo está escrito en nuestra herencia genética.

Es aquí cuando aparece Marco Aurelio, el sabio emperador romano. El que habló como mil años después hablaría san Francisco de Asís, también romano.



MARCO AURELIO



¿Ayer? ¿Mañana? ¡Lo más tranquilo que puedas vive este día!

Tus apologistas ya se fueron a hacer la apología de otro. La estatua tuya  de bronce, que se elevaba a la entrada de la ciudad, ya la derribaron, la fundieron e hicieron tornillos para componer el viejo motor del carro de la basura. ¿Tus memorias? Sabes  bien que todo pasa y dentro de cuarenta años ya nadie se acordará de ti. 

El administrador del panteón buscaba ganar más dinero, cambió los requisitos,  reorganizó las tumbas, antes a  perpetuidad, y tus distinguidos huesos fueron a dar a la fosa común, junto con los huesos  del indigente que dormía en la calle.

El encargado del crematorio tenia prisa de reunirse con su familia, para la cena de Año Nuevo y entregó cenizas de un perro a los familiares que esperaban las de su ser querido apenas fallecido dos días atrás...

“Alejandro el de Macedonia-dice Marco Aurelio- y su mozo de mulas, habiendo muerto, vinieron a parar en una misma cosa…”

Marco Aurelio:

 “! Cuantos se hallan ya sepultados en el olvido habiendo sido antes muy aplaudidos! !Y cuántos de los que celebraron a estos  fueron asimismo borrados tanto ha de la memoria de los hombres!”

Antes había anotado en su obra Soliloquios, libro IV:

“El tiempo es como un río, y aun como un rápido torrente, que arrastra cuanto hay en el mundo. Lo mismo es dejarse ver cada una  de las cosas, que desaparecer precipitadamente, y sucederla otra, y también ser arrastrada con igual prontitud.”

Esta fugacidad eterna, incesante, fue observada por Platón y dijo que apenas se puede señalar o poner nombre a las cosas cuando ya mudaron, se fueron, o desparecieron. Como las sombras largas de los arboles, en la mañana,van moviéndose durante el día y desaparecen en la oscuridad de la noche.

Igual que en las rocas se trate  de millones de años o que el animalito que nació en la mañana, por la tarde sea ya un anciano.

Buscando algo estable, perenne, Platón  fue dando forma a su teoría de las Ideas, esas que están fuera de la fenomenología, no localizadas ni en el tiempo ni en el espacio…

Este anhelo de Platón, de dar con lo único estable,el hombre nahuatl lo encontraba en las dos palabras de flor y canto,lo que perece todos los días, y el canto,lo metafísico

En un tiempo tan remoto, como el de Marco Aurelio, o tal vez  antes, y en un continente desconocido y también muy lejano, es decir, aquí en América, un tlamatini, como se llama al  sabio filósofo   náhuatl mexica, dijo:

 “No para siempre en la tierra, sólo un poco aquí.”

De Ayocuan Cuetzpaltzin, sabio y poeta, águila blanca, de Tecamachalco, que  vivió entre la segunda mitad del siglo XV y principios del XVI, la tradición oral conservó lo siguiente:

“¿Nada quedara de mi nombre?

¿Nada de mi fama aquí en la tierra?

 Nezahualcoyotl, rey y poeta  de Texcoco, México, dijo así sus pensamientos metafísicos:



“Así somos, somos mortales,

De cuatro en cuatro nosotros los hombres,

Todos habremos de irnos,

Todos habremos de morir en la Tierra…”


Los del pensamiento positivista, materialista, se quedarán aquí en Tlaltícpac, como se dice en náhuatl, “aquí sobre la tierra”.

Los animistas se irán, envueltos en su aureola teológica-metafísica, con Ometeotl, el dios de la dualidad (Ometecuhtli, Señor, y Omecíhuatl, Señora), el que habita en el Omeyocan, más allá de los cielos.

Pero todo eso está por verse. Los mismos sabios tlamatinime, tan profundamente creyentes en Ometeotl, reflexionaban escépticos:

“De pronto salimos del sueño,

sólo vinimos a soñar,

no es cierto, no es cierto,

que vinimos a vivir sobre la tierra.

Como yerba en primavera

es nuestro ser.”

 Tochihuitzin Coyolchiuhqui, el autor de este pensamiento, vivió entre fines del siglo XIV y mediados del XV

Mejor, como escribe Marco Aurelio, procuremos  ser felices  este día:

“Donde quiera que te encuentres puedes ser un hombre feliz…Ajústate y acomódate a lo que el hado te ha destinado, y ama a los hombres con quienes  te cupo en suerte el vivir, pero que sea de veras!

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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