ESCALANDO DENTRO DE LA PANDEMIA

 


 

Lacerados, casi hipnotizados, por el virus (y sus variantes) que recorre paralelos y meridianos, encerrados en nuestras habitaciones, nos deterioramos día a día psicofísicamente.

La inmovilidad corporal  y lo obligado a ver durante   horas  programas inanes, de políticos y artistas, que hacen hasta lo inimaginable porque el público no se olvide de ellos, y todo sazonado con las  insidiosas fake news o noticias falsas.

 Estamos en un mundo que se deteriora paralizado por el miedo.

En todos los países hay sistemas montañosos o  mares o desiertos o selvas, tan soltarías, que cuesta trabajo pensar ¿por qué estamos encerrados, aterrorizados?

 Ya muchos millones de habitantes estamos vacunados, dos y hasta tres veces, además contra el virus estacional, ya la mayoría usamos cubre bocas, ya nos lavamos las manos cien veces al día. 

¿Cien veces al día nos lavamos las manos? ¿El síndrome de Pilatos?¡Ahora hay que acudir al psiquiatra!¿Lavamos el virus o lavamos la conciencia?

¡Tomemos todas las precauciones y dejemos que la naturaleza haga su juego!

Recuerda  que  Nietzsche es muy insistente en eso de que mata más el miedo a la enfermedad que la enfermedad misma. Mucha enfermedad real y mucha más imaginaria.

Lo anterior me decía un compañero de alpinismo. Con ese criterio una mañana agarramos nuestras mochilas y cuerdas y nos fuimos a escalar a la Sierra de Pachuca, Hidalgo (3,000m .s.n.m.), en el norte del Valle de México.

Subimos hacia el Valle de las Ventanas, por el viejo camino abandonado de las minas, conocido como el Camino  de Humboldt,  por el barrio de El Arbolito,  saliendo del Reloj, por la calle Peñañuri.  Un muy buen ejercicio ascendente.

Antaño por aquí subían todas las cordadas de escaladores pero se abandonó al abrir la  carretera de los valles cimeros.Una evidencia de cómo la maravilla del mundo industrial moderno perjudica rotundamente nuestra salud tanto del cuerpo como de la mente. Los elevadores en los edificios, en lugar de subir caminando por las escaleras, la escalera eléctrica del metro, ir a la panadería de la esquina en automóvil,etc.

 


Valle de México (2,200m).En el norte la Sierra de Pachuca.


Lo que sigue es la ficha técnica de una escalada en  el grupo de Las Monjas, en el noroeste próximo del pueblo minero El Chico. La publicamos por primera vez en el libro Alpinismo Mexicano, de Armando Altamira, editado por ECLALSA, 1974 y por segunda ocasión en el cuaderno número 81  de la Secretaria de Prensa del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (STUNAM), en noviembre de 2005, bajo el provocador título Método para suicidarse en siete lecciones. Sólo fue eso, un título provocador, pues vamos a las montañas a vivir, no a morir.  

 


Vía de aproximación (Pachuca, aldea de Cerezo-Ventanas) al grupo de las Monjas y su sector oeste llamado Circo del Crestón. 

1-La Pezuña,2-Pared Benito Ramírez, 3-Innominada,4- El Crestón,5-La Rosendo de la Peña,6-El Espejo.


Pared norte. Vía Hernando Manzanos. Mide 140 metros de alto. Se sube en cuerda sencilla. La ascensión comienza a la altura del collado del Crestón A. Se ganan 5 metros en línea ascendente hacia la izquierda, en dirección a la arista NW de la Rosendo. En el vértice se coloca una clavija en la que puede asegurase al escalador para hacer un giro hacia la pared del norte.

 


Dibujo tomado del libro Técnica Alpina de Manuel Sánchez y Armando Altamira, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),  1976


1 Es un descanso en el que los escaladores pueden hacer la primera reunión. 1-2 Un tramo de 20 metros, libre, que conduce al pie de una grieta. 2- 3 La primera travesía de la ruta. Para alcanzar la altura de la travesía es necesario ascender con un pie en cada pared de la grieta y, de preferencia, de cara al valle.

 


Pared Rosendo de la Peña, vista desde el oeste.El circulo rojo marca (6) la altura en la que se hace la travesía hacia la derecha.Es la ruta de conquista abierta por el gran escalador  Hernando Manzanos.

El tramo transversal se prolonga 4 metros en sentido horizontal a la izquierda. Puede hacerse en cuerda sencilla o, si se prefiere, en doble para mayor comodidad. 3-4 En este tramo, de 30 metros, se sube libre. El terreno es abundante en poyos. En 4 hay un accidente rocoso parecido a una chimenea, de unos 2 metros de alto. Habitualmente se pasa por la derecha. Aunque también puede desviarse el escalador hacia la izquierda, como está marcado en el esquema.4-5 De la pequeña chimenea hay que recorrer 25 metros para llegar a la repisa 5. Este es un lugar espacioso en el que caben sentados cómodamente unos cinco individuos. Con ánimo de encontrar un ambiente terapéutico propio del escalador, en los años setenta se hizo frecuente ir a “acampar” tres o cuatro días en este lugar a cordadas de montañistas de la ciudad de México. Desde entonces al sitio se le conoce como “La Suite de Zaratustra”.5-7

 


Ficha técnica de la norte Rosendo de la Peña.

 Desde la repisa puede asegurarse al primero que se interna en la segunda travesía de la pared 6 La travesía que ahora parte a la derecha es de unos 8 metros en terreno que se presenta cortado de tajo a la vista del escalador. No obstante, no faltan los apoyos, pequeños y consistentes. Después de la travesía hay que avanzar 8 metros hasta meterse en la chimenea 7. Aquí se coloca un dado o nuez o clavija desde donde se asegura al segundo de la cuerda. De la chimenea se sale ascendiendo derecho hacia arriba hasta llegar a un lugar seguro, como collado. Este pequeño collado debe recorrerse en dirección al sur. De ahí a la cumbre hay unos 20 metros de terreno sencillo. Las dificultades de la ruta terminan exactamente al quedar superada la chimenea 7.

 

Hernando Manzanos fue ese gran escalador del Club Exploraciones de México. A él se debe en gran parte la solución a los problemas alpinos que planteaba el flanco norte de la Cabeza de la Iztaccíhuatl (5,000m). Consideradas  como imposibles de escalar, una vez escaladas se les quedó el nombre de Inescalables.

 Murió en los años sesenta a consecuencia de una afección de las vías respiratorias, contraída en una de sus ascensiones en dicho lugar. Fue al baño y el aire helado te cubrió los pulmones entre la ropa y el cuerpo. Algunas semanas más tarde esperaba en la calle, sentado en su automóvil, a que su esposa saliera del mercado a donde fueron  de compras. Murió solo, en silencio, entre la multitud de la gran ciudad. Esta pared, a la que él puso el nombre de “Rosendo de la Peña”, en recuerdo de otro escalador del club Exploraciones de México, la conquistó al mediados los años cincuenta del siglo veinte.

 

Directa Eulalio Rivera. La idea de una directísima a la pared norte Rosendo de la Peña se logró el 3 de junio de 1957, al abordar un pequeño desnivel ascendente arriba de la Suite de Zaratustra. Hay que salir a la izquierda de la repisa 5. Es un tramo de unos 5 metros exento de clavos, con asideros pequeños y firmes. Al abandonar la repisa el escalador se enfrenta con un ligero desplome o desnivel de terreno  para quedar situado más arriba, en un lugar vertical. Este tramo se sube derecho para voltear finalmente a la izquierda (4) y llegar a una repisa C en la que hay (había  ese día) algunos arbustos muy firmes a los que se fija la cuerda de ataque del segundo. C-D El tramo, de unos 50 metros, conduce directamente a la cumbre. Hay apoyos de buen tamaño y la línea se suaviza un poco. 10 Lado este del Crestón. Época para escalarla: invierno y primavera.

El día que logramos esta directa era todavía la época de la escala libre y fue así, en libre, que se logró. Después llegó otro estilo de escalar y no sabemos si ese paso  sigue libre o ya tiene barrenos.

 

En el desarrollo de la ascensión Eulalio Rivera perdió la vida y yo seguí solo hasta la cumbre, en medio de la tormenta, misma que había sido la causa de que mi compañero se precipitara en caída mortal, al tratar de salvar el paso clave, arriba de la repisa.



Portada del cuaderno número 81 de fichas técnicas editado por el STUNAM. La portada es de Manuel Sánchez.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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