M.L.PORTILLA, LA FILOSOFIA NAHUATL Y PLATÓN

 

 

Lo que pasa y lo que permanece.

En esto giran los mitos, las filosofías y las teologías, antiquísimas, y las modernísimas de todos los continentes. En otras palabras, lo material y la esencia, lo fenomenológico y la idea. Hay un ejército de filósofos del Devenir y otro ejercito de filósofos  de la Permanencia.

 Un poema náhuatl dice en una de sus líneas:

“Aunque sea oro se rompe”.

Otro poema se refiere al canto, que no perece,  en boca del dador de la vida:

“Allá oigo su palabra, ciertamente de él

Al dador de la vida responde el pájaro cascabel:

Anda cantando, ofrece flores…

¿Allá se satisface tal vez el dador de la vida?

¿Es esto lo único verdadero sobre la tierra?”

Los tlamatinime o filósofos sabios nahuas, mexicas, lo expresaban como la flor y el canto. Lo perecedero y lo que no pasa.

Esto sucede en la tierra y en el cielo. En Tlaltípac (sobre la tierra) y en Omeyocan (el lugar que está más allá de los cielos).

Pero, ¿todo eso es cierto? ¿O sólo soñamos?

Así es como  aparece, en el México milenario,  el tercer personaje infaltable en la filosofía, el escéptico, el que duda no para negar,  negar de manera patológica, sino para abrirse camino hacia la realidad ya sea material o ideal. O ambas. En filosofía se duda para buscar la certeza.



Miguel León Portilla

 

El poeta náhuatl se cuestiona sí el Omeyocan existe:

¿Acaso es verdad, acaso no es verdad como dicen?”

Comprende la teoría creacionista porque Ometeotl (dos dios- ome=dos, teotl=dios), el dios de la dualidad (Ometecuhtli y la diosa Omecihuatl, los que rigen el Omeyocan)

“es quien envía a los hombres al mundo. Es el inventor de hombres”.

Pero no se ignora la posibilidad de la evolución:

“Un día muy de mañana lanzó el sol una flecha desde el cielo. Fue a dar en la casa de los espejos y del hueco que abrió en la roca nacieron un hombre y una mujer. Ambos eran incompletos, sólo del tórax hacia arriba, e iban y venían por los campos saltando cual los gorriones. Pero unidos en un beso estrecho engendraron a un hijo que fue raíz de los hombres”.

Las normas mecanicistas, y las morales, que Platón y Glaucon consideran que son necesarias para formar una Republica sana, son hipotéticas, en abstracto.

Dos mil años más tarde Tlacaelele, las hizo realidad al consolidar a la sociedad mexica, en la ciudad en medio del gran lago, en el sur del Valle de México, al pie de las altas montañas nevadas de más de cinco mil metros de altitud, cuando occidente aun no llegaba a América.

Leemos La República de Platón y La filosofía náhuatl de Miguel León Portilla y no deja de sorprendernos sino en su totalidad, sí en numerosos aspectos, cuánta  proximidad hay ente las dos maneras de pensar.



Platón


Una de ellas la educación de la niñez. Deficiente y  La República estará haciendo aguas por todos lados, como buque  chatarra, camino al basurero de la historia. Platón se dirige a Glaucón:

“un niño ni sabe diferenciar  lo ficticio de lo que no lo es, y lo que se introduce  en el espíritu a esa edad deja huellas imborrables. Por eso es muy importante que los primeros relatos que oiga, sean con el propósito de conducirle a la virtud…Aquí sólo hay una forma de gobierno, pues no importa que el poder  recaiga en un solo o en muchos, eso no altera las leyes  básicas del Estado, si la educación se lleva acabo al pie de la letra”.



Una educación deficiente en la niñez y el tren descarrila.

Tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria

De Fritz Redlich 1968

 

Las enseñanzas las  llevaban los aztecas en sus dos escuelas, el Calmecac y en el Telpochcalli impartidas por los tlamatinime o sabios filósofos. Ayudaban a que los jóvenes  aprendieran a conocer sus rostros, como a hora se le dice la personalidad, al carácter.  Mitos, leyendas e historia, modo de gobernar, con una tradición, por medio de sus códices y cantos,  de miles de años.



Los tlamatinime ayudaban a que los jóvenes  aprendieran a conocer sus rostros


Portilla:

“ La elaboración de la filosofía náhuatl no puede atribuirse,   al igual que en el caso de los orígenes de la filosofía  hindú contenida en los Upanishadas, a pensadores aislados, sino más bien a las antiguas escuelas de sabios. Y es que no hay que juzgar  puerilmente  con el criterio individualista de la cultura occidental moderna  las agrupaciones más socializadas de los sabios de otros tiempos y latitudes”.

Durante cientos de años, a partir del siglo dieciséis, el mundo occidental conoció la versión de los  soldados españoles y frailes católicos. Los mexicanos (gentilicio derivado de mexicas, aztecas, que después englobaría a las más de cincuenta etnias de lo que en la actualidad es el país México) son: salvajes, bárbaros e idolatras.

No todos se creyeron la falacia de un dios que reparte sabiduría a unos y a otros la niega. En el capítulo doce de su obra Los caracteres, el filósofo   francés La Bruyére (1645-1696) anota:

“El prejuicio del país, juntamente con el orgullo de la nación, hácenos olvidar que la razón es de todos los climas y que se discurre lógicamente allí donde hay hombres. No nos placería ser tratados así por aquellos a quienes llamamos bárbaros. Si en nosotros existe alguna barbarie, ésta consiste en asustarse de ver que otros pueblos razonan como nosotros.”

Leer a Platón y a Portilla, en las obras mencionadas es, sin lugar a dudas, ir al encuentro intelectual, tanto filosófico como metafísico, del genio de la especie de todos los tiempos y de todas  las latitudes.

 

 "León-Portilla, Miguel (1926-2019) Nació en la Ciudad de México el 22 de febrero de 1926. Falleció el 1° de octubre de 2019. Ensayista, filósofo, historiador y traductor. Licenciado y Maestro en Artes por la Loyola University, de Los Ángeles; Doctor en Filosofía por la UNAM. Fue editor de la revista Estudios de cultura náhuatl."

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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