FAULKNER, CARRERA EN LA MAÑANA

 cuento


El equipo de expertos se pone en movimiento muy de mañana para ir a la caza del ciervo.

Un niño de doce años es el que relata. Es el que comunica que el ciervo  está cerca pues ha visto la cornamenta. Van por las veredas y los terrenos pantanosos del Misisipi, que es donde Faulkner gusta de colocar a sus personajes, lejos de su mítico condado de Yoknapatawpha.

El niño vivía en la casa que el señor Ernest alquilaba a su familia. Una mañana su mamá se fugó con otro hombre, recuerda el niño “sin haber dejado preparado el desayuno”… Al día siguiente el padre se fue de la casa para siempre. Al tercer día el señor Ernest fue por al niño y se lo llevó a vivir con él: “Tu padre ya no volverá de modo que descuelga esa vieja escopeta y vamos para mi casa. Cada noviembre iremos a la caza del ciervo.

El relato es por demás minucioso. Agacharse para poder seguir avanzando entre la maleza o brincar un tronco. El color rojo de algunas hierbas como señal que por fin han herido al animal. Pero no, es pura imaginación, el ciervo se encuentra lejos.

Son expertos cazadores Para ellos el peligro es  rutina. Como para el habitante en la ciudad que  va por la calle potencialmente llena de peligros. El descontrolado semáforo de la esquina que da el paso a los automóviles al mismo tiempo que da el siga a los peatones. La patrulla que pasa ululando, señal que va en persecución de un delincuente. El puesto de tacos que con seguridad tiene carne de puerco contaminada con el asesino cisticercos. Pero todo, con su carga de peligros,  es rutina que apenas quita el sueño del peatón.

Así son los expertos cazadores del Misisipi sorteando inconvenientes. Pero resulta que el ciervo también es experto en evadirse de lo expertos. Entretanto se han alejado mucho de su campamento.

¿Por qué sucede todo esto?

 ¡Porque tienen  que hacerlo!

 Nadie se va a poner a filosofar frente al imperativo categórico de ir al W.C. ha satisfacer las necesidades fisiológicas. ¡Hay que ir!"

Recientemente (mayo del 2022) le preguntaron a Schwarzenegger (el actor estadounidense) por qué sigue  yendo al gimnasio,  a los 75 años de edad? Contestó: 

"Por la misma razón por la que he desayunado hoy. ¿Por qué he desayunado hoy? He desayunado hoy y lo hice hace 10 años. ¿Por qué crees que sigo desayunando?", señalando que  esa actividad física  para él resulta tan imprescindible como alimentarse.

¿Por qué vamos a escalar montañas, a bailar o tomar una taza de café? Sutiles imperativos categóricos que hay que obedecer.

La literatura filosófica ofrece una encantadora leyenda que  ha venido relatándose a través de los siglos por distintos autores, pero que con toda seguridad arranca desde La República de Platón.

Funde creación con evolución. Es frecuente que los genios de la ciencia moderna encuentren la pauta, para desarrollar sus teorías, en viejos libros de la leyenda. La creación, la evolución, los sueños, la libertad, el ciego destino, los átomos, las mónadas, etc. Sobra decir que este viejo libro no va a ser mencionado en la bibliografía del trabajo tan celebrado  del Premio Nobel.

En un tiempo antes del tiempo y en algún lugar fuera del espacio sideral, bajo la mirada de un personaje griego llamado  Laquesis, los individuos que van a nacer se forman en fila ,así como nos formamos para llegar a la taquilla donde expenden los boletos para el próximo partido de Boca Junior contra  el River  Plate o del América vs Guadalajara.

Llegado a un punto, a la taquilla, el individuo escoge su genio que lo acompañará para cuando viva como mortal en la Tierra. ¡Él es el que decide su vida! A este genio personal también se le conoce como daimon. Lo acampanará en todo momento de su vida (como las muelas y demás dientes nos acompañan a lo largo de nuestra vida).

 


¡Escala porque tiene que escalar! Llegado a un punto, a la taquilla, el individuo escoge su genio que lo acompañará para cuando viva como mortal en la Tierra. ¡Él es el que decide su vida!

Del libro Técnica Alpina, de Manuel Sánchez y Armando Altamira, Editado por la UNAM, 1978



Pero el daimon permanecerá allá arriba, colgado de una estrella, acompañándolo desde ahí pues como ser inmaterial no tiene que resolver eso de la distancia y tiempo. En todo momento está con él.Por eso cada ser humano tiene en el cielo una estrella, su estrella particular. Cuando llegó el cristianismo a Laquesis lo llamó providencia y al daimon  alma.

El humano ya en la tierra tiene que cumplir con un programa de vida. Eso de la verdad y la libertad es un puro juego de niños que a alguien se le ocurrió. Con este juego tanto filósofos como sacerdotes se pasan la vida escribiendo sendos tratados sobre la libertad y la verdad. San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Kierkegaard, Spinoza, Kant…

¿Por qué   tiene que hacerlo? ¿Para qué la criatura humana tiene que bailar al son de un imperativo categórico que llega desde los espacios siderales?

¡Pues sólo porque tiene que bailarlo! Ya Epicteto es muy tajante en esto, dice: ¡Cumple con el papel que te ha sido asignado!

Es una broma. Acuérdense que se trata sólo de una vieja leyenda, ingeniosa desde Platón, como anotamos. Y Platón seguramente la conocería de algún presocrático o de la India o del Tíbet, quien sabe.

Como sea, es  imposible que los filósofos  y sacerdotes dejen el trasiego de sus  viejos libros buscando eso de la verdad y la libertad. ¡Tienen que hacerlo! ¿Quién sabe si alguna vez ellos mismos  se hayan preguntado ¿Por qué tienen que estar en eso de la filosofía? Algunos debieron estudiar profesiones impuestas por sus familiares, luego de lo cual se apresuraron a meterse al terreno de la filosofía.

Al alpinista una vez que se ha colgado de los hombros la mochila ya nadie lo para: ¡tiene que subir montañas, aun a costa de su vida! Este individuo  toda intuición, todo razonamiento, pero tan ciego como las hormigas, cumpliendo el papel que le ha sido señalado, o que el escogió al llegar a la taquilla metafísica.

El bailador conoce los salones de la ciudad y nada lo detiene. Yo por mi parte por nada del mundo dejaría de ir al centro a tomar una taza de café, holgazanear viendo como las multitudinarias marchas pasan trinando, vociferado y maldiciendo, contra el presidente en  turno. Epicteto sigue señalando: ¡Cumple con el papel que te ha sido asignado. ¡Uno cumple como presidente y otros cumplen protestando contra el presidente". Así estaba escrito. Así seleccionó cada uno su actuación desde la eternidad.

Una precisión: él escoge la vida que deberá llevar pero, con base en esa decisión, se le asignan tareas o un plan a desarrollar. Como cuando te inscribes en la universidad y escoges una "carrera", pero ya son otros los que te asignan las materias a estudiar.

Insistimos: es una pura broma eso de los imperativos categóricos procedentes de los espacios siderales. Está claro que podemos hacer  o dejar de hacer, lo que queramos y en el momento que nos plazca. ¡Libre albedrio! ¡Voluntad shopenhaueriana!

También parece que no es una broma eso de que es un imperativo categórico de ir al WC. Según mi voluntad puedo decidir no ir.

No es ironía. Se sabe que Diógenes, el pensador ilustre de los antiguos griegos se quitó la vida mediante el recurso de dejar de respirar. Cecridas, su contemporáneo, le dedicó este pensamiento: " murió cerrando fuertemente sus dientes y sus labios y oprimiendo el aliento". 

Con lo que vemos que eso de la voluntad puede ser en verdad  más  fuerte que el mandato de los sentidos. Confirmado en nuestros tiempos modernos por la frecuencia que se sabe de enfermedades mentales inducidas desde fuera y otras autoinducidas. Lo que de algunos siglos para acá dio origen al desarrollo de las ciencias psicología y psiquiatría.

Bueno, pues así hacen los cazadores del Misisipi persiguiendo al viejo ciervo, que, a su vez, burla a los cazadores.

El caso es que el relato de Faulkner parece tener la respuesta. Ya dijimos que es un niño el que hace el relato y que, por cierto, siempre va agarrado del cinturón del señor Enest, uno de los cazadores. Como si ese adulto fuera su daimon.

Ya cansados de tanto perseguir al ciervo deciden regresar a su campamento. El niño  entonces hace  una reflexión: “ habíamos corrido la hermosa carrera lo mejor que sabemos, y ahora los tres, como siguiendo un acuerdo, volvíamos a casa; no todos juntos en el mismo grupo, ya que no queríamos molestarnos o tentarnos unos  a otros ,pues lo que los tres habíamos estado haciendo aquella mañana no era una representación teatral organizada por mera diversión, sino que era serio, y todos, los tres, seguíamos siéndo lo que antes éramos: el viejo ciervo necesitaba correr, no porque tuviera miedo sino porque correr era lo que mejor sabía hacer y de lo que se sentía más orgulloso; Eagle y los demás perros que trataban de darle caza, no porque le odiaran o le temieran sino porque eran lo mejor que sabían hacer y de lo que se sentían más orgullosos; y yo y el señor Ernest y Dan(el caballo) que lo perseguíamos no porque deseáramos  su carne, que de todos modos sería demasiado dura, o su cabeza para colgarla en la pared, sino porque  así podríamos volver a casa y trabajar duro durante once meses  en la cosecha, de forma que nos ganáramos el derecho a volver de caza el próximo noviembre, los tres volviendo a casa, separados y apacibles, hasta el año siguiente, la ocasión siguiente”

Desde el principio el niño se sintió a gusto viviendo en casa del señor Ernest porque, cuando estaban persiguiendo al ciervo, el señor Ernest le disparó tres veces al enorme animal, tan grande como una vaca y, no obstante tenerlo muy cerca, las tres veces falló. 

Después el niño le reclamaría: “Yo vi cuando quitó a propósito los cartuchos de  la escopeta”.

 Fue cuando el niño empezó a interesarse por esas cosas del bien y el mal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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