FROST, EN EL 32 ANIVERSARIO DEL LIBRO LAS CATEGORIAS DE LA CULTURA MEXICANA

 


 

24 de mayo de 1990

 

Comunicadores, carentes de vitaminas culturales, repiten sin ton ni son categorías para referirse a los mexicanos: hispanoamericanos, latinoamericanos, etc.

 

 De ahí la enorme importancia del trabajo de Frost para ayudarnos a comprender el terreno que pisamos.

 

Elsa Cecilia Frost se refiere, en esta su obra (publicada  por la Universidad Nacional Autónoma de México), concretamente a cuatro categorías de la cultura mexicana, de los últimos cinco siglos que son la hispanoamericana, la latinoamericana, la indolatina y la panamericana.

“Elsa Cecilia Frost (Ciudad de México, 25 de diciembre de 1928 - Ib., 1 de julio de 2005) fue una académica y traductora mexicana. Obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras por la UNAM. Elsa Cecilia Frost dedicó su vida a la traducción de textos filosóficos, religiosos e históricos. Dominó los idiomas español, alemán, inglés, francés, italiano, catalán, y latín.”

 

“La expresión Hispanoamérica se refiere a la época colonial, la etapa que va desde  el descubrimiento hasta las guerras de independencia; Latinoamérica es el nombre que se adopta en la época republicana (siglo XIX y por último, Indoamérica, es el nuevo concepto revolucionario creado por el aprismo. Casi resulta innecesario añadir que tras el panamericanismo se oculta la ambición imperialista de los yanquis.”

En  conjunto todas  han aportado, para bien, a la cultura mexicana y es necesario apresurarse a decirlo.  Pero para  algunas categorías ya pasó su tiempo hegemónico y no obstante   se empeñan por permanecer vigente en grandes sectores de la sociedad.

Hay un México  que vive los tiempos de Hispanoamérica, aplaudiendo la conquista y añorando los días de la Colonia aún en las mentes actuales tenidas como progresistas. En el Frente Popular, de la guerra española de 1936, la Pasionaria soñaba con México y con Hernán Cortés...

En la actualidad los canales televisivos de la Iglesia católica, desde la costa oeste de los Estados Unidos, no tiene otra manera de referirse a los habitantes del continente americano, del Río Bravo hasta el sur extremo, sino  como “hispanos”.

De la misma manera los millones de individuos de los países sureños, que viven en la Unión Americana, para la Iglesia son “hispanos”. Aquí no hay ignorancia, como puede ser el caso del hombre sin instrucción. No hay que olvidar que el catolicismo fue impuesto en México con la espada, la cruz y la hoguera. A semejanza que el protestantismo lo fue en Norteamérica para los pueblos indoamericanos.

“Al encenderse la Guerra de Independencia y frente al criollo que aseguraba que la verdadera  América es la prehispánica y el español un intruso, se alzó al voz de los colonialistas en defensa de la obra de España. América-decían- debe sus ser a la Conquista. Qué era este continente antes de la llegada de los españoles sino un mundo idolatra, salvaje  y antropófago?”

Eso cuando la guerra de independencia en el siglo diecinueve, pero en 2021 se oyeron las mismas voces desde España y dichas por personajes de la política de ese país. Algunos ilustres pensadores españoles han pugnado por dejar de lado este “madrismo” siempre esgrimido por  España.

Hay otro México, latinoamericano (Frost llama a no confundir los nombres de “América Latina” y el de “Angloamerica”). Está por las calles de las ciudades y por los campos, en especial en el occidente del país, ya como parte importante de México.

Hay graves  diferencias históricas con Estados Unidos  pero no obstante  los mexicanos,  más los  liberales, pero también los conservadores, se acercan , por voluntad propia, a su economía, costumbres, y cultura, su novela, su poesía, su filosofía.

Buscando, con desesperación, la seguridad social que hace mucho no hay en los países al sur de la frontera.  Ante esa innegable realidad actual hay un atisbo de legitimidad con el panamericanismo de los Estados Unidos. En este caso ya no impuesto por ellos sino buscado por las oleadas de migrantes de todo el continente que de manera ininterrumpida se dirigen al norte.

 Ante la miseria y la inseguridad las categorías parecen quedar en segundo lugar.

La aplastante presión diplomática de Estados Unidos, sobre Austria para que se abstuviera de abrir puestos de voluntarios a venir a México al lado de Maximiliano, y    algunas victorias pírricas del ejército mexicano, hizo que sus naves de guerra emprendieran el regreso a Francia. A decir verdad, con decepción de no pocos mexicanos, por la empatía del mexicano hacia ese pueblo europeo. Hasta el dictador Porfirio Diaz, liberal, que combatió contra los franceses, escogió Francia para vivir ahí sus últimos años.

(Ver el libro Maximiliano, ese desconocido, del doctor Konrad Ratz, Conaculta-INHA,2008, México) )

“A Francia debemos sin duda la enseñanza que nos permitió pensar con libertad, y sólo en virtud de esta libertad pudimos darnos cuenta de lo que éramos y a lo que teníamos derecho como hombres y como pueblo”, escribe Frost. Con lo que nos hace recordar a Rousseau y a la Revolución Francesa.

A Francia fuimos los mexicanos a buscarla expresa y tácitamente en el siglo diecinueve. A los mexicanos no se les revuelve el estómago cuando se les llama “latinoamericanos”, término que se atribuye fue inventado por Francia. Arquitectura, bigotes, literatura ( Víctor Hugo, Jean Wahl, Bergson…),moda en el vestir, inclinación por el idioma francés, dominó por un tiempo de la clase media para arriba en México.

“Pero no obstante la vaguedad del término este no sólo fue muy usado en la época del afrancesamiento de nuestra cultura, sino que ha llegado a reemplazar en el uso común a la denominación “Hispanoamérica”, escribió Frost.

Con todo, siempre habrá que ponderar el hecho que  hubo no pocos mártires que murieron en la hoguera, o en las fauces de los perros, cuando la llegada del dios andrógino que trajo la conquista española, por persistir en su milenaria religión de Tezcatlipoca.



Mujeres de la tribu colombiana


Ejemplo el de don Carlos. Mártir en Tezcoco,por haber muerto en defensa de su religión mexica. Igual que a los cristianos se les venera como mártires por su muerte en defensa del cristianismo en el Coliseo, así murieron muchos mexicanos por persistir en la religión milenaria.  

Estos nombres de occidente: Carlos, Juan, Sebastián, etc.  también  eran impuestos y al parecer no se conserva el nombre indígena original de don Carlos:

"También entonces ocurrió la muerte de don Carlos que gobernó Tetzcuco Acolhuacán durante 8 años. Él era hijo del Nezahualpilli Acamapichtli. Por orden de don Fray Juan de Zumárraga, primer obispo que hubo en México, don Carlos fue quemado por...que era fiscal en Tezcuco y así terminó su carrera de idolatra porque, según se sabe de fijo, él no abandonó el culto a los dioses antiguos sino que, por el contrario, siguió prestando adoración a los diablos que cada uno de ellos estaba dentro de un envoltorio, que en los tiempos antiguos fueron la adoración religiosa de los pasados. Dicen también que a todo alrededor de su huerta había puesto en hilera estas siniestras y antiguas figuras"(Chimalphain, Séptima Relación).

El Ceteotl (Uno Dios) y el Tloque Nahuaque Ipalnomoani (por quien todo está hecho y existe) son atributos del politeísmo indígena mexica que los frailes se apresuraron a identificar y a imponer con el androginismo traído de Europa. Lo general en el mexica es que cada dios tiene su diosa. El Autoteo llegado en el siglo dieciséis es una idea ajena a esta tierra.

En México hay, en sus ciudades, por lo anteriormente anotado, un México pluricultural, de calidad, que vive dentro del México indígena.

Un pluriculturismo vivido y practicado con entera libertad por cada grupo al interior del mismo, y muy enriquecedor para el pueblo en general. Pero nefasto en la medida que abriga la intención de colonizar a los demás. 

De la cultura indoamericana Frost anota que esta referencia sólo puede aplicarse a “aquellas culturas en las que haya, o pueda haber, una influencia indígena”.

Con población fija de mexicanos de origen extranjero de todo el mundo: europeo, norteamericano asiático, suramericano…toda ciudad del país tiene el tono de mexica, ya por descendientes de habitantes originales de antes del siglo dieciséis, migración del campo a la ciudad o comercio.

En realidad, lo que se conquistó en el siglo dieciséis fueron los lugares en donde existían los centros de poder: México- Tenochtitlan. Todavía les llevó un siglo a los españoles y a sus aliados tlaxcaltecas poder avanzar más hacia el norte, en busca de los yacimientos de oro y plata.

 

 


Mexicana de la etnia Kicapoo de Monterrey

 

El resto quedó como antes de la conquista. Para el siglo veintiuno se calcula que hay 52 etnias a lo largo de todo el territorio, con su amado ancestral politeísmo  en el diario   vivir y su hablar, además del español y el inglés por necesidad del comercio.

No es un pensamiento anquilosado sino una filosofía de vida dinámica la de las etnias.

Al estilo del contrato colectivo de trabajo, conquistado por el sindicato, que después necesita una lucha perenne para conservarlo.

 El mestizaje, donde todos somos iguales, la Torre de Babel, de donde todos llegamos, el relativismo, de la actual sociedad tecnológica, el uniteísmo del siglo dieciséis, con su Autoteo, son cosas que las etnias no se han creído.

En otras palabras, cada quien que se coma su pan.

 El filósofo español José Gaos  dice: "desde siempre cada filósofo ha considerado su filosofía como verdadera y las demás falsas".

 Y C.S. Lewis, escritor británico en La experiencia de leer, anota: "Por naturaleza, cada uno de nosotros ve el mundo desde un punto de vista, y con criterio selectivo, que le son propios. E incluso nuestras fantasías desinteresadas están llenas de peculiaridades psicológicas que las condicionas y las limitan". 

De donde resulta que querer imponer al otro su modo de pensar es un intento colonialista  ya muy  anacrónico. México, país abierto a todos los perseguidos del mundo (y los españoles sobre todo no deberían de olvidarlo) jamás ha intentado imponer su ideología nativa. El que conozca el nacionalismo mexicano encontrará que eclécticamente ha escuchado las voces democráticas del mundo contemporáneo. 

En el Valle de México existieron hegemonías indias precristianas que duraron seiscientos años, otras trescientos, por ejemplo, el eje Chalco-Amecameca, según escribe Chimalphain en su obra Relaciones. O el eje Culhuacán- Amecameca, Teotihuacán, milenaria, con su influencia cultural que llevó hasta la actual Centroamérica.

Así, no es  una mera nostalgia llamar amerindia a la cultura de   los habitantes del país. Como no lo es el gentilicio “mexicanos” para nativos y llegados después. Es la conclusión a la que llega nuestra autora.

“Es pues, posible llamar “indoamericana” a la cultura de México”.

Pero, como anotamos al principio, no todos los comunicadores, que trabajan en los medios, poseen las vitaminas culturales necesarias o bien por interés de grupo dejan caer, generalizando, colonizando, la categoría que les conviene.

                                       

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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