CHESTERTON EN BUSCA DEL PITECÁNTROPO


El hombre eterno
G. K. Chesterton
Editorial Porrúa, Serie Sepan Cuantos…México,Núm.490, 2007

Es el eslabón perdido porque, dice, no es que esté perdido sino que no existe.

Podemos imaginar que se trata de un ejercicio intelectual el que nos propone Chesterton, de un repaso de teorías. La creacionista y la evolucionista. En la primera todo empieza como una escultura terminada en la que ya no hay que devastar el bloque de mármol.

En la evolucionista nos encontramos en el campo de la fenomenología, la causa y el efecto, el eterno devenir aristotélico, donde no hay principio ni fin porque el devenir es hacia adelante y hacia atrás, donde un efecto viene de una causa que antes también era efecto de otra causa. Así, hasta el infinito pretérito y futuro. Haciendo y deshaciendo experimentos para, creemos, mejorar…

Lo anterior son dos modos de decir. En la filosofía positiva el individuo dice esa idea o esa cosa me gusta, el método negativo dice eso no me gusta. El método que escoja sirve para autodefinirse.

Tan sencillo como decir me gusta vestir de traje y el otro pues a mí me gusta vestir de mezclilla.

Chesterton parece escoger el método negativo al considerar, con escepticismo, una serie de paradigmas que la ciencia da por asentadas como algo inobjetable: el hombre viene del mono. Él dice: eso es una fantasía que carece de pruebas suficientes.
El golpeador Hombre de Cro Magnon

Es la vieja tentación de querer explicar (¿objetar?) lo subjetivo desde lo objetivo y viceversa. O, dicho en otras palabras, ganas de meterse con el modo de pensar del vecino.

Hay conciencia que  el tema de los  huesos viejos, en el caso del prehumano,  es más polémico que el de las religiones,  la política y el futbol.

Todos buscan el eslabón perdido. Chesterton dice que sigue perdido, por más ADN que se busque en los fragmentos de huesos de la Reina Africana…

La idea del desarrollo humano se basa en una serie de fragmentos de huesos que sugieren  una evolución pero:”no existen ni los más leves  indicios de que la inteligencia humana se haya formado por evolución natural. En el sentido científico más estricto, no sabemos nada de cómo se desarrolló. Existe una cadena rota de piedras y osamentas que sugiere  vagamente cierto desarrollo del cuerpo humano.”

Y agrega que el enfoque es más intelectual que biológico: “Para sugerirnos esa criatura intermedia, se han reunido unos cuantos huesos bastante sospechosos, porque esto conviene a cierta filosofía, pero nadie puede creer  que esto es suficiente para formular un aserto filosófico, que apoye lo que dice esa filosofía.”
Obra terminada desde el comienzo

En punto del comienzo del humano Chesterton coincide con el Popol Vuh: es creación y no evolución. Primero la teoría creacionista y después la teoría de adaptación al medio.

Por sobre la mirada de los evolucionistas Chesterton introduce la creación del arte: “El arte es patrimonio del hombre.”

La historia de la cueva de Altamira, en España, nos dice de un arte pictórico, el impresionista, del siglo diecinueve, que ya se había manifestado treinta mil años antes en ese lugar.

Naturalmente la modernidad no cree cuando gente de fe, como es Chesterton, dice que el hombre es como siempre fue. Pero la modernidad tampoco cree cuando filósofos ateos declarados, como Schopenhauer, aseguran que el hombre es como es  y nada lo puede cambiar, ni él mismo lo puede hacer, como no puede cambiar la forma de sus orejas. En todo caso la pedagogía y el bisturí pueden ayudar a descubrirse a sí mismo, por el método filosófico negativo, cómo él es, tratando de ser diferente.

Chesterton se asombra ante la audacia de algunos estudios científicos que empiezan con la afirmación respecto del hombre prehistórico que “vivían desnudos”. “Cómo, se pregunta, a partir de una quijada y unos molares, puede saber alguien que vivían desnudos?”

De la célula primordial, individual, a la célula central, que es la familia, el hombre parece no haber experimentado cambio o evolución, sino sólo adaptación al medio.

Se va a referir a las primeras grandes civilizaciones de Babilonia y Egipto y a la viejísima de China sin dejar de mencionar la tibetana. Con sus incipientes formas de sociedad impuestas por las glaciaciones y todo eso.

 Pero de aquel simio que se  nos presenta que   arrastraba por los cabellos a la hembra y en la otra mano una terrible macana para amedrentar a todos... Todo lo contrario, si pudieron construir, con los milenios,  a una civilizada y culta  Babilonia, y a un no menos refinado Egipto, y a una espiritual Lhasa, fue   gracias a su empatía. Empatía individual y empatía para lo social.

El argumento es que una evolución darwiniana necesita de millones de años. El contra argumento es que hace millones de años existe el mono y sería cosa de ver al menos grados marcados de evolución hacia el humano.

El   párrafo anterior parece sintetizar, una y otra vez, la caliente y  eterna polémica sustentada por ambas hipótesis, la ideal de Platón y la atómica de Parménides. Y de esto se han escrito tantos libros como para llenar la cuenca del  Mediterráneo. ”Cada uno arrima el ascua a su sardina”, escribe Chesterton.

Pero más importante que la trasformación esquelética, está la facultad creadora, aun con su aumento de la cavidad para la masa encefálica: “Cualquiera que sea la razón, es indudable que ciertas experiencias y ciertas emociones no franquean más que en el hombre  la frontera de la expresión creadora.”

Ciertamente el hombre escribió en piedra durante la época prehistórica y, a la par que en la computadora del siglo veintiuno, sigue escribiendo en piedra: “Si nuestros teóricos se tomasen  el trabajo de mirar a su alrededor, comprobarían que el hombre ha conservado el gusto de escribir en la piedra.”

En todo caso es propio de la ciencia el escepticismo, como actitud de dudar de los cánones establecidos por la religión y por la misma ciencia. Los paradigmas científicos son desplazados todos los días por otros paradigmas también científicos.

Pero no hay que asustarse con los iconoclastas. Nadie tiene que arrojarse ya  de la roca Tarpeya en la colina capitolina. La reflexión de Chesterton no asegura nada, sólo va   en el sentido de ser precavido ante las verdades absolutas de la ciencia fenomenológica:

“Es muy posible que el gran pasado mudo  encierre en su sima, inaccesible a nuestros sondeos, formas sociales tan civilizadas como rudas o feroces, mejores quizá de lo que un vano pueblo piensa hoy. Pero ¡cuánta prudencia y tacto se requieren para estas conjeturas.”


“Gilbert Keith Chesterton ['gɪlbət ki:θ 'ʧestətən] (Londres, 29 de mayo de 1874 - Beaconsfield, 14 de junio de 1936), escritor británico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes.”










 









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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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