VIAJES CON MI TÍA
Graham Greene
Una novela
de ritmo suave, muy a lo Greene, que dice cosas inmorales a través de un
sobrino que relata los viajes con su tía Augusta.
Tía augusta
es una anciana que lleva una vida de trapacería, encubiertas de la manera más
hábil con el recurso de “penetrar”, como ahora se dice, a cuanta autoridad
civil, militar y diplomática faciliten sus “negocios”.
En Europa
eso se dificulta por los cuerpos policiacos, no inmunes pero sí con un
prestigio de corporación que cuidar. Es cuando ella y sus “compañeros de empresa” y sentimentales, se trasladan al
sur de América. Aquí organizan reuniones
caseras con invitados, “al más alto nivel”, como embajadores y jefes de
policía. Entre risas, brindis y platillos de carne asada, van tejiéndose los
“negocios”.
Otros
negocios son negocios sin comillas. Operaciones licitas de compra y venta, si
bien, con una visión envidiable de mercadotecnia. En el sur del continente todo
mundo toma mate (se considera que al año se consumen más de 500,000 toneladas). La cosa es convencer a la gente que no la beba a través de la tradicional “bombilla”, o cañita metálica,
sino que lo haga con pajitas (lo que en México se llaman “popotes”).
Se ha hecho
pasar subrepticiamente dos millones de pajitas por el Canal de Panamá y ahora
están a la disposición de ofrecerlas al público a mitad de precio. Negocio
redondo que dejará mucho dinero para el”grupo
de inversionistas”. Pero, ¿quién va a
querer tomar mate en pajitas de plástico?
Es cuando
vemos al grupo buscar la manera de
inventar una necesidad en la gente. Antes el mundo marchaba bien sin teléfono
celular, ¿no es cierto?
Los norteamericanos habían llegado a la Luna, la
madre Teresa de Calcuta refrendaba el espíritu Franciscano y ya antes Schopenhauer
había escrito la Cuádruple raíz del
principio de razón suficiente.
¿Puede en la actualidad alguien pensar en un
mundo sin celular, y no corra el riesgo que lo encierre en un manicomio?
Scheler explica la ruta que sigue el trienio lujo-necesidad-carencia. Anhelo algo que no me es indispensable,básico. Conseguido el lujo se me vuelve una necesidad y, de no poder obtenerlo, la mercadotecnia me lo presenta como carencia:
"Todos los días estamos viendo con nuestros ojos cómo ciertas cosas que primeramente sirven tan sólo de lujo,es decir, para el goce de lo agradable en ellas incluido,se tornan, como cosa y como cosas de esa especie, en "necesidad", y luego ya no sólo experimentamos su existencia como placentera,sino que también sentimos su no existencia como dolorosa y como "una falta". (Max Scheler,Ética,capítulo segundo)
Scheler explica la ruta que sigue el trienio lujo-necesidad-carencia. Anhelo algo que no me es indispensable,básico. Conseguido el lujo se me vuelve una necesidad y, de no poder obtenerlo, la mercadotecnia me lo presenta como carencia:
"Todos los días estamos viendo con nuestros ojos cómo ciertas cosas que primeramente sirven tan sólo de lujo,es decir, para el goce de lo agradable en ellas incluido,se tornan, como cosa y como cosas de esa especie, en "necesidad", y luego ya no sólo experimentamos su existencia como placentera,sino que también sentimos su no existencia como dolorosa y como "una falta". (Max Scheler,Ética,capítulo segundo)
Ya no se
trata sólo de beber mate con pajitas
sino también refrescos y cerveza. Hay que convencer a la gente que tomar
cerveza con pajitas emborracha más. Paso número uno. Paso número dos: convencer
a la policía que prohíba el uso de las pajitas. De esta manera el público
buscará conseguir pajitas a cualquier precio…
Habrá tanto
dinero que hasta se podrá fundar un instituto de investigación médica que, a la
vez, desautorice el uso de las pajitas y más se venderán. Nunca falta la gente que
busca lo prohibido. Quiere ser heterodoxa, no ortodoxa. De alguna manera
nosotros abanderaremos ese espíritu de rebeldía. Acabarán comprando las
prohibidas pajitas.
Hay que
poner a trabajar en nuestro benéfico a los virus patógenos. Antes tomaban agua de los arroyos o de la llave casera.
Pagaban al gobierno cinco pesos por diez mil litros, ahora pagan cinco pesos
por un litro embotellado…
¿Y si la
población católica persiste en seguir tomando su mate de la manera tradicional,
con su vieja cañita metálica. No hay que descuidar el hecho que esos países son
católicos, en su gran mayoría, y pueden dar al traste con nuestro negocio.
Hombre, hay
que pensar en los marineros y turistas norteamericanos.
Pero estos pueden ser protestantes, dice otro. Un tercero contesta: “Entonces
les daremos pruebas médicas. Es la forma moderna de la leyenda. Los efectos
tóxicos del alcohol ingerido a través de
una pajita. El doctor Rodríguez me ayudará. Las estadísticas del cáncer de
hígado. Imagínese si convencemos al gobierno de panamá de que prohíba la venta de pajitas con
bebidas alcohólicas. Las pajitas se venderán clandestinamente. La demanda será extraordinaria. Un peligro
remoto es una atracción inmensa. Con las ganancias fundaría el Instituto de
Investigaciones Visconti…”
Otro negocio
lícito lo lleva a cabo O´Toole, otro personaje involucrado de alguna
manera con el grupo de la tía Augusta. Este
puso a trabajar su próstata para incrementar su cuenta bancaria. O’Toole se la
pasaba registrando sus micciones. Cada vez que iba a orinar se fijaba en la
cantidad de segundos que tardaba, en la hora, la temperatura del día, la
estación del año y lo que había bebido, si era cosa diurética y al final
anotaba su edad, esa cantidad la sumaba
por las veces que visitaba el mingitorio al día, luego por el mes y por el año, después la multiplicaba por cinco
años. Creía que era una información valiosa que pensaba ofrecer al urólogo.
A toda esa
clase de “negocios” se dedicaba la tía Augusta con su grupo de hombres de
empresa. Desde su juventud lo hacía y sigue haciéndolo ya anciana.
La tía
Augusta tiene un secreto de familia.
Henry Pulling, su sobrino que es el alter ego de Graham Greene y relata los
hechos en primera persona, no conoció a su mamá, sólo a su madrastra que viene siendo
su tía, hermana de la tía Augusta.
Cuando su
tía-madrastra fallece, es cuando la tía Augusta aparece en la vida de Henry y
de la que en toda su existencia, casi cincuenta años de edad, poco sabía de
ella.
La tía
Augusta empieza a meter a su sobrino Henry a sus “negocios” de manera tan
discreta que él pobre Henry apenas se da cuenta.
Al final
Henry descubre que la tía Augusta es en realidad su madre. Pero ya es tarde.
Soltero y algo viejo, Henry sufre de soledad y no pone reparos en adherirse al
grupo de “hombres de negocios” de la tía Augusta. Además, le dijo la tía
Augusta, tú nos servirías muy bien con tus conocimientos de la banca. En
efecto, Henry es a la sazón jubilado como empleado de banco en el que laboró
durante treinta años y, como dice el dicho, se las sabe de todas, todas.
Henry
Pulling pudo haber sido diferente pero no tenía reservas culturales
suficientes. Su padre, ya fallecido, tenía lecturas tan limitadas que sólo se
componían de un solo autor. Y en la casa de su madrastra-tía las conversaciones
no daban para mucho. Recuerda:
“Su
conversación era como una revista norteamericana, donde hay que seguirle la pista
a un relato saltándole de la página veinte a la página noventa y ocho, pasando
por entre toda clase de temas: delincuencia infantil, nuevas recetas para
cocteles, la vida amorosa de una estrella de cine y otro relato completamente
distinto del que ha sido bruscamente interrumpido.”
“Escritor,
crítico y dramaturgo inglés, Graham
Greene fue uno de los más conocidos escritores anglosajones del
siglo XX, recibiendo tanto alabanzas por parte de la crítica como del público
en general. Comenzó a escribir todavía en la universidad -poesía, sin demasiado
éxito- y pasó a trabajar para The
Times. Su primera novela, Historia
de una cobardía, salió a la luz en 1929 y su éxito le
permitió dedicarse a la literatura a tiempo completo.”
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