W.DURANT, FRANCISCO Y LA ARISTOCRACIA DEMOCRÁTICA


 

En democracia cualquiera puede  dejar el arado o el taller o su tienda de abarrotes y llegar a presidente de la república.

Pero tendrá que marcharse en breve sino quiere ser derribado por el pueblo que no gusta de las permanencias prolongadas.

Sólo que el hijo del pueblo, el otrora convencido republicano, se enamora muy pronto del poder y después ya no quiere irse.

Entretanto aparecen los experimentos que cuestan mucha sangre al pueblo, dinero y, sobre todo, mucha libertad. Una tribu política  quiere desplazar a otra, un sistema filosófico la emprende contra todas las otras filosofías. Es la vieja película de la humanidad.

Se rompe así la cadena de la democracia y tarde o temprano habrá que empezar de cero para reestablecer esa amada democracia. Durant:

“La cordura del individuo se basa en la continuidad de su  memoria, la del grupo en la continuidad de la tradición; en ambos casos, la rotura de la cadena implica reacciones neuróticas y disturbios que hacen peligrar la vida.”

El ejercicio dialéctico está en la médula de la democracia. Argumentar, oír, escuchar, disentir, consensar o, como se decía todavía para terminar el siglo pasado, siguiendo a Hegel, sintetizar.


Por otra parte las aristocracias modernas andan en la dulce vida, como se llamaba en tiempos remotos al hedonismo. Se han vuelto blandengues.

 Es un grupo  reducido, de la clase media, que saca adelante los avances de la ciencia y trata de conservar, y si puede hacer avanzar, el mundo de los valores vitales.

Durant es implacable con nuestros aristócratas: “Los aristócratas modernos se pierden en hedonismos despreocupados y diletantes, bulliciosos, cómodos, en que los privilegios del momento son gozados plenamente y las responsabilidades dejadas de lado e ignoradas. El concepto estrecho que tiene de la herencia, y la orgullosa limitación numérica de las que pudieran tomar por esposas y el ambiente mimado en que se desenvuelven, les lleva a la degeneración; sus figuras son delicadas físicamente  y flojas moralmente y en un siglo descienden de la genialidad a la mediocridad.”

 En la aristocracia añeja, valga la expresión, sólo caben los aristócratas. Sus filtros no permiten que lleguen los hijos del pueblo. Estos “ni siquiera saben comer con cubiertos”. Y cuando lo intentan el pollo se les sale del plato.

Hay otra aristocracia, dice Durant, a la que se puede llegar a la cúspide desde el barrio marginal y es, en ese sentido, más demócrata que la más demócrata de las democracias. Es el Papado.

En el Papado, igualmente, pocos renuncian. El caso más reciente es el de Benedicto XVI ( 2005-2013).

Como en las democracias, aquí también hay que marcharse. Y en breve. Se llega a ella en edad avanzada y el fin no puede estar muy lejos ¡y la estructura queda!

El promedio es de siete años ( del año 30 hasta la fecha, entre 266 papas). Jorge Mario Bergoglio tomó posesión el 7 de abril de 2013)

En el mundo del siglo no se quiere ya a los viejos, se nombran jóvenes, estos no se van, se hace la tremolina y al final hasta la estructura se cuartea. Y tan cuarteada queda que mejor hay que cambiarle las siglas.

El actual Papa, Francisco, salió desde los barrios argentinos y ha declarado recientemente a los medios que su estancia ahí será breve. Hasta ahora nadie sabe  decir si está pensando  en su avanzada edad o también en renunciar.

Y otra vez esa singular fórmula de gobierno, terrenal y espiritual, aristocrática y democrática, que de cerca o de lejos, ha conocido la humanidad, sigue en pie. Durant lo dice de esta manera:

“¿…qué distancia hay entre la duración de los Habsburgos y la cadena interminable del Papado? Los monarcas más ilustres de Europa han sido los papas y la regente más importante del mundo ha sido la Iglesia. Y en ésta la herencia no cuenta para nada. Cualquier hombre puede elevar su trayectoria desde el arado al Vaticano. El gobierno más fuerte de la historia ha sido esta democracia aristocrática. Quizá algún día seamos lo suficientemente avisados como para decidirnos por un Gobierno de ese estilo.” ( Will Durant, Filosofía ,cultura y vida, II tomo, 1960,Buenos Aires)

 


“William James Durant (5 de noviembre de 1885 - 7 de noviembre de 1981) fue un filósofo, escritor e historiador estadounidense de los siglos XIX y XX. Conocido ante todo por su obra The Story of Civilization (Historia de la Civilización) narrada conjuntamente con su esposa Ariel. Nació en North Adams, Massachusetts. Sus padres Joseph Durant, y Mary Allard, emigrantes franco-canadienses, formaron parte de la emigración de Quebec a los Estados Unidos.En 1900 comenzó su educación con los Jesuitas en la Saint Peter's Academy. Más adelante, continuó en el Saint Peter College en Jersey City, Nueva Jersey. En 1905 adoptó la ideología Socialista. Graduado en 1907, trabajó como periodista para el New York Evening Journal de Arthur Brisbane.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores