MARK TWAIN Y EL PERIODISMO DE TENNESSEE


 

Juicio precipitado es creer que los “medios” nos “hacen”. Se les está atribuyendo un poder de dios que no tienen.

Ni el más débil mental podría ser manipulado por el más astuto jefe de redacción. Creer eso es uno de tantos mitos de nuestra cultura.

De manera injusta los adjetivos abundan para la televisión, las revistas, los periódicos y, por extensión, a libros y la  academia con sus diversos sistemas pedagógicos:

“amarillos”,”vulgares”,”vaciós”,”mercenarios”,”frívolos”,”corruptores”, etc. Sin faltar la contraparte del molde: “culto”, ”balanceado”, ”formativo”, ”veraz”…

Todos se disputan el galimatías de “informativo” y “formativo”.

Lo que los medios hacen es la oferta de su producto. Como el que tiene un puesto  en el mercado surtido de las más variadas clases de frutas. Uno compra la fruta  de su gusto.

Alguien come con delicia los kius y no le gustan las manzanas.Está diciendo cómo es él, con el método filosófico positivo, al preferir   los kius.Y también está diciendo cómo  él es, con el método filosófico negativo, al rechazar comer las manzanas.

Con la observación que para que esto suceda es necesario vivir en un sistema político de democracia bien cimentada, no blandengue. Donde uno pueda decidir verdaderamente en libertad. Si no ¿para qué serviría la democracia y su contexto de fondo que llamamos libertad?

Tal vez una manera de medir la libertad la comprendieron bien los norteamericanos Robert Adler y Eugene Polley. No mediante la encuesta o la cantidad de votos depositados en las urnas. Inventaron ( 1956) ese pequeño aparato accesorio de la televisión que conocemos como "mando  a distancia" o "control remoto" inalámbico. Si no estamos de acuerdo con la programación de un canal nos pasamos al otro, así de sencillo, pronto y expedito.

También la democracia, es cierto, y lo han dicho muchos, es una dictadura, la dictadura de la mayoría, pero es lo que hasta ahora se ha podido encontrar donde se pueda respirar bien. La libertad con sus mil opciones, de comer la fruta donde uno pueda escoger.

¿Y la filosofía,  la cultura, escribir esto o aquello, el deporte, abarrotar los cafés, las exposiciones en las salas de arte?

 Algo tenemos que hacer para no cruzarnos de brazos y morir de aburrimiento, en nuestro tiempo libre después de trabajar el turno, en la fábrica o la oficina.

Esto sucedió hace mucho tiempo, en el siglo diecinueve, allá en 1868, cuando un periodista, urgido por su estado de salud,  se trasladó a Tennessee, sur de los Estados Unidos, y encontró trabajo en el Gloria Matutino.

Su primer puesto fue el de subdirector del periódico. El redactor jefe le pidió que escribiera algo. Que escogiera entre un montón de revistas y periódicos amontonados en el local. El título  del escrito sería. “El espíritu de la prensa de Tennessee”.

En tanto busca y escribe su artículo, Twain nos ofrece lo que parecería el más absurdo contexto de violencia imaginable: disparos de pistola a través de las ventanas de la redacción, bombas lanzadas desde el exterior y que explotan donde ellos escriben, brazos mutilados, violencia contestada desde la redacción hacia el exterior, muertos, heridos, injurias…

Cuando el artículo quedó terminado el redactor en jefe le dijo que  le faltaba coraje al escrito.

-¡Rayos y truenos! ¿Cree usted que es así como pienso hablar de ese hatajo de mulas? ¿Cree que  mis suscriptores van a tolerar semejantes cursilerías? ¡Deme la pluma!”Y sobre el escrito empezó a borronear, tachar, borrar y agregar.

El redactor jefe  escribió el artículo en tanto él lo observaba: “Nunca he vista una pluma  rascando y perforando el papel con tan mala baba, ni meterse tan implacablemente con los verbos y adjetivos escritos por otros” pensó el periodista del norte.


Rascaba y perforaba el papel con mala baba
Cuando el redactor jefe terminó su escrito se lo enseñó diciendo:” Vea, así es como se escribe; echándole pimienta y yendo al grano. El periodismo a base de merengue me pone enfermo.”

Al final el periodista  del norte se despidió del redactor jefe con estas palabras: “la escritura vigorosa ha sido pensada para elevar al público, sin duda, pero es que no me gusta atraer tanto la atención como uno la atrae  cuando escribe así. Me cuesta escribir tranquilamente cuando me interrumpen tantas veces como hoy. Me gusta este empleo, es cierto, pero no  me gusta quedarme aquí para atender a los clientes.”

El redactor jefe del Gloria Matutino conocía la pasta de la gente de ese lugar, en esa época, y lo que hacía era ofrecer la fruta que le iban a comprar.

Cincuenta periodistas cubren la conferencia del presidente de la república. Al día siguiente habrá  circulando,  en los diarios y canales televisivos, cincuenta interpretaciones diferentes de una misma conferencia. Un puesto con cincuenta frutas para los más diversos gustos...

“La llave que nos permite crear lectores es la misma que protege los valores de la sociedad en la que vivimos.” Escribió Alberto Manguel en Babelia, del diario español El País, del 18/04/15.

¿Por qué tiene este o aquel gusto la gente? ¿Quién podría saberlo?

 Alguien cerca de mi casa escucha la Quinta Sinfonía de Mahler y del otro lado de la calle un grupo baila al ritmo del hip hop.

Lo que al redactor jefe le interesaba era vender su periódico y ofrecía lo que  estaba seguro le comprarían.

En cambio al periodista del norte le llamaba ofrecer otro tipo de fruta, para otro tipo de consumidores…Tampoco se creía un dios que pudiera manipular la conciencia de la gente, porque sabía que la gente es como es. Sólo quería satisfacer otro tipo de demanda…

El redactor jefe y el periodista del norte hacían lo mismo: escribir para el público. Pero ya el viejo Terencio, 22 siglos antes de ahora, había puesto las cosas en claro:
 
Cuando dos hacen lo mismo, no es lo mismo.

 
Twain

 
Samuel Langhorne Clemens, conocido por el seudónimo de Mark Twain (Florida, Misuri, 30 de noviembre de 1835-Redding, Connecticut, 21 de abril de 1910), fue un popular escritor, orador y humorista estadounidense. Escribió obras de gran éxito como El príncipe y el mendigo o Un yanqui en la corte del Rey Arturo, pero es conocido sobre todo por su novela Las aventuras de Tom Sawyer y su secuela Las aventuras de Huckleberry Finn.Wikipedia


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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