ARISTÓTELES, LOGOS, TIERRA Y CIELO


 

La buena noticia es que tenemos al Romanticismo y al Positivismo para vivir en plenitud, o sea al espíritu y a la ciencia. También se les llama sentimiento y pensamiento, o intelecto e intuición intelectual, etc.

La mala es que nos gusta vivir en la abstracción y hemos hecho todo un lío de antagonismos con estas dos banderas.

Por fortuna siempre ha existido gente que se encuentra feliz viviendo entre átomos y mónadas. Para estos es la nota presente.

En el aristotelismo, al contrario del cristianismo, el hombre es bueno. Su tarea es actuar en consecuencia, para su permanencia, como bueno.

Misión  complicada semejante a la de un alambrista que tiene lo suficiente para cruzar el profundo barranco sobre el Niagara y cuidar el equilibrio:


Dibujo tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria, de Fritz Redlich,1968
“Cada ser vivo lleva en sí mismo su finalidad y su objetivo y lo desarrolla de acuerdo a su propia tendencia interna.”

Ante la pregunta que se hace Aristóteles ¿qué es lo más importante en la existencia de los seres humanos?, dice:

“los seres humanos deben convertirse en seres humanos.”

Tiene todas las potencialidades para lograrlo y alejarse de la selva.

En las ciudades, con frecuencia, encontramos señales de individuos bípedos que van en sentido contrario. Conque alguien deposite, aviesamente, la basura en la puerta de tu casa o pintarrajee tu pared, sin tu consentimiento, ya es la señal de una trayectoria de enorme trapacería, si tuviera la oportunidad de hacerlo. “El mundo es como uno lo hace” dice alguien en la película norteamericana Silverado.

La expresión aristotélica “Conviértete en lo que eres” está diciendo que el ser humano es bueno, y su tarea moral consiste en realizar  el bien original de su naturaleza.

 En el cristianismo el hombre ya nació en el pecado (dice Kierkegaard)  y debe remontar la cuesta,  rehacerse y debe cuidar esa condición.

En ambos casos la meta es superación moral. Como el que va al gimnasio para “mantenerse en forma” y el otro para “recobrar la forma”.

 La palabra moral causa erisipela a su sola mención y hasta nos salen ronchas en el cuerpo. Pero no es otra cosa que la síntesis de lo que el hombre viene construyendo desde que se decidió salir de la caverna.

Es ese conjunto de cosas que le dan esqueleto sostenedor, de calidad, a la sociedad: “nombre genérico que agrupa la actividad de la vida social humana, expresada en el derecho, en la economía, en la religión, en la política”, se dice en Introducción a la metafísica, de Henry Bergson, para definir la expresión de lo moral.

 Estamos hablando de la cultura occidental. Puede que  en otro lugar eso de la moral será diferente. El que en el mundo occidental  se levanta en la asamblea y grita: “¡Aquí nada de moral!” debe traducirse su gesto como alguien que está dispuesto a sacar la pistola. Es de otro hemisferio, no del occidental.

Aristóteles lo pone claro: Sólo es moral el comportamiento que permite que el ser humano dé forma a su existencia por medio de la razón.”

El vehículo, o la herramienta, que tiene Aristóteles para esa superación moral la expresa mediante la palabra logos, verbo, razón. Es una razón escéptica, que busca, que penetra interrogantes, que cuestiona. Al contrario del mundo mecanicista de la ciencia.

Manuel García Morente, en La filosofía de Bergson, hace distinción entre razón y ciencia:

“La razón y la ciencia no son  una misma cosa. La razón es la inteligencia orgullosa de sí misma, acometedora y emprendedora de las más altas hazañas; la razón es el razonamiento, ante el cual nada se detiene y que, en su paso majestuoso, aspira a alcanzar el absoluto saber. La ciencia, en cambio, es una razón disminuida, humillada, curada de su tradicional orgullo, sumisa a la observación y al experimento, recluida en los límites de la relación y del fenómeno. Entre el intelectualismo racionalista y el racionalismo cientificista hay esta esencial diferencia, que aquel cree poder aspirar con la razón a conocerlo todo en su ciencia eterna, mientras que éste, sabiendo la imposibilidad de tal empresa, renuncia a esos ensueños  y se recluye en el laboratorio.”

Aristóteles busca el origen de lo que hay en el mundo, todo movido, todo perecedero, todo efecto. Eso no puede preguntárselo sino desde lo inmóvil, lo imperecedero. Sabemos que hay perecedero porque hay algo que no perece, lo abstracto porque hay un conocimiento general…

La expresión por la que se considera Aristóteles como padre de la lógica occidental es esta: “el hombre deberá desarrollar como es debido el logos, esto es su propia naturaleza”.

W. Weischedel dice que “el logos para los griegos, era la capacidad de conocer las cosas y manifestarlas, de descubrir el mundo. "

Si las máquinas no pueden hacer juicios subjetivos, el Romanticismo es el que nos lleva al universo de arte. Para qué sirve el arte? En la praxis de la vida diaria el arte es para el espíritu como el diclofenaco para las dolencias del cuerpo. El actor, director y músico, Tim Robbins, dijo recientemente en una entrevista que concedió en España: "Cualquier tipo de arte  es capaz de eliminar el monstruo que atrapa el cerebro."

Así es como Aristóteles, el fundador de la lógica occidental, desemboca en el terreno del espíritu y la divinidad, como meta para la humanidad. De ahí lo del móvil y lo inmóvil.

Pero, ¿qué es la divinidad para Aristóteles? Responde: “lo que es  el hombre en forma todavía no perfecta, lo que, sin embargo, es lo más elevado en el mundo, eso debe ser la divinidad en la perfección: el logos, la razón.

Con el discernimiento de la divinidad, dice W. Weischedel,” el pensamiento griego sobre el origen de lo real alcanzó su punto culminante.”

Aristóteles se adelanta muchos siglos a los filósofos que en las piedras sólo ven las piedras:

“No deben escucharse  las advertencias de quienes dicen que los hombres deben pensar sólo en lo humano y los mortales en lo mortal, por el contrario, debemos esforzarnos, hasta donde sea posible, por ser inmortales.” (W. Weischedel, Los filósofos entre bambalinas)

 
ARISTÓTELES

“Aristóteles (en griego antiguo Ἀριστοτέλης, Aristotélēs) (384 a. C. – 322 a. C.)1 2 fue un polímata: filósofo, lógico y científico de la Antigua Grecia cuyas ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.”Wikipedia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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