G.GREENE, GÉNESIS DE UN CUENTO: DEL OTRO LADO DEL PUENTE


 

En 1938 Graham Greene  realiza un viaje a Palenque. Es la década de la “guerra cristera” en México  y de la expropiación petrolera. Visitará, antes de ir a Chiapas, varios lugares del país.

La gente lo ve con marcada animadversión y  se lo hacen saber en todas partes. Lo ve como un “gringo” más que va por todos lados desapercibidamente, como cualquier turista, con su cámara al hombro.

Sólo que este “gringo”, al igual que aquella culta mujer inglesa del siglo diecinueve,  Frances Erskine Inglis (Madame Calderón de la Barca) y W.  H.  Prescott, autor de seguramente la mejor historia de  la conquista de México, conoce de México, ya antes de llegar a él físicamente, como pocos mexicanos pudieron haberlo logrado hasta entonces.

A su regreso a Inglaterra lleva suficientes notas y ha visto de primera mano lo necesario para escribir dos libros: El poder y la Gloria y Caminos sin ley. Más un cuento que titula Del otro lado del puente.

Greene empieza su travesía en Laredo y es ahí donde se gesta  este cuento. Un defraudador de inversionistas que pasa a México para burlar a la justicia de Estados Unidos. Y ya, desde este lado, desde  el pueblo precarista mexicano, ve con nostalgia a su moderno pueblo norteamericano de aquel lado. Tiene a la vista, del otro lado del río, el iluminado Hotel Hamilton.

 El personaje del cuento se aburre como nunca se imaginó. En ese pueblo no hay nada que hacer. Sólo un kiosco en el que va a sentarse después del almuerzo y después de la comida. Hay lodo por todas partes. Va hasta la orilla del río y regresa al kiosco.Se hace lustrar los zapatos. Es todo.

En su excursión real, Greene relata que cometió la torpeza de solamente llevar dos libros para leer en su viaje. Pronto los terminó  y después se quedó con los brazos cruzados. Sólo de vez en cuando lograba encontrar alguna revista. Tal vez esto no diga algo  para muchos, pero para alguien que está sobre los libros, es una tortura no tener que leer.

La travesía de Green empezó en Laredo, Estados Unidos y, cuando pasa el río, se encuentra en Nuevo Laredo.  Este es el lugar y ambiente que va a relatar en su cuento. Algunas de las notas referentes al relato de su  viaje:

“Luego volví a bajar a la orilla del río, y contemplé un poco a México; del otro lado del Río Grande empezaban a encenderse las luces…Este era México, aquellos los Estados Unidos. La única diferencia era la suciedad y la oscuridad; en México no había tantas luces. El pueblo se llamaba Nuevo Laredo, para distinguirlo de Laredo de Texas.”

“No había nada que hacer durante toda la mañana…El barro de las callejuelas llegaba hasta el tobillo, y no había nadie con quien hablar…yo me encontraba ahora en una especie de espejo, volviendo la mirada hacia los Estados Unidos.”

“El elevado Hotel Hamilton se erguía nítido sobre Laredo; me senté en la plaza mexicana, y mientras lo miraba me hice lustrar los zapatos. La mañana parecía una réplica del día anterior, pero al revés; el paseo hasta la orilla del río, y de vuelta a la plaza mexicana…”

Y desde este aburrido y magro terreno mexicano, del primer tercio del siglo pasado, Greene se sirve para plasmar, audazmente, en unas cuantas páginas, el más grande postulado del cristianismo católico.

Greene no es el escritor carroñero que se solaza describiendo los cuerpos sociales en descomposición. No quiere ganar una diputación en los próximos comicios. Su pluma se mueve en otra dirección.

Para Greene la aridez geográfica, la miseria humana moral, vale describirla  como escenario donde pueden brotar los valores esenciales.

El Nuevo Laredo de aquella época fue escogido por Greene para la más grande manifestación de amor divino. Una divinidad que se echa a andar para ir al rescate del individuo que está metido hasta el cuello en la corrupción.

Cuando la corrupción llega al cuello y se ha perdido la esperanza...
Dibujo tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria,de
Fritz Redlich,1968
El terreno que camina este gran novelista no lo andarían algunos filósofos. Spinoza, por ejemplo, piensa  que Dios no tiene  relación alguna  con atributos antropomórficos y antropológicos.

Greene, en cambio, cree que, para rescatar a alguien, Dios no tiene impedimento alguno. Ya una vez fue al sacrificio como cordero. El avatar de Dios, en el cuento de Greene, es un perro. Una idea nada audaz, después de todo. ¿Qué hace un perro ovejero sino reencausar a las ovejas perdidas? Jesús mismo usó recursos avataricos: "Los envío como corderos entre los lobos." 

Por lo demás, tampoco son raros los avatares en que suele presentarse la divinidad. Tezcatlipoca, el dios más grande de la religión náhuatl, es un coyote. El Espíritu Santo, de la Santísima  Trinidad cristiana, es una paloma. En el principio la figura del pez fue el avatar del cristianismo.

La divinidad que va al rescate del extraviado es una tesis  compleja que, por una parte, da seguridad al humano para que viva bien y feliz en su cotidianeidad, que  se repite hoy como ayer y que mañana será igual. No tiene por qué vivir en la zozobra ni mucho menos en la paranoia.

Será suficiente si cumple los afanes de todos los días. Podrá caminar tranquilo por todas partes a la luz del día. Esta escena bucólica, de caminar tranquilo por la calle y a la luz del sol, es el más grande tesoro que anhelan, desde su oscuro escondite, los hombres y las  mujeres  más buscados en este día por todas las policías del mundo. O los que en las cárceles pasan largas condenas. Y en la cárcel una hora parecen diez.

Pero que si se pierde, si se extravía, puede ser rescatado. De alguna manera, de alguna forma, mediante alguna circunstancia. El planteamiento teológico se complica cuando nos dice que no hay que confiarse si esperamos que  de todos modos vamos a ser rescatados.

 Si hay una cárcel inmaterial, llamada infierno, infierno inmaterial,es una señal que el rescate es selectivo. Más vale no confiarse. Es mejor llevar una vida que nos permita caminar felices bajo el sol.

Y esta vez, en el cuento de Greene, ese rescate sí se dio. Tuvo lugar del otro lado del puente, entre el moderno Laredo texano y el Nuevo Laredo mexicano.

Greene
“Henry Graham Greene (Berkhamsted, Hertfordshire, 2 de octubre de 1904 – Vevey, Suiza, 3 de abril de 1991) fue un escritor, guionista y crítico británico, cuya obra explora la confusión del hombre moderno y trata asuntos política o moralmente ambiguos en un trasfondo contemporáneo. Fue galardonado con la Orden de Mérito del Reino Unido.”WIKIPEDIA

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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