ARISTÓTELES, ERROR DIDACTICO


 

Tropezamos en la calle y nos damos cuenta, hasta entonces, que caminar bien es todo un acierto. Y los que nos ven caer ríen, como una manera misteriosa de darse a entender que también ellos entendieron que caminar normalmente es una cosa extraordinaria.

Sin el tropiezo no estamos conscientes de lo anterior porque la rutina nos vela semejante armonía. De ahí  que algunos filósofos sostengan que el error es altamente didáctico.

Pero, ¿ese error de dónde salió o por qué se hizo presente?

Bergson, en su obra La risa, documenta las enseñanzas que nos deja el error. Pero ya desde los antiguos griegos se ocuparon de este asunto como algo cuyo impacto nos deja una lección. Jean Wahl, filósofo marsellés del siglo veinte, anota que: “Una de las metas de Sócrates  y Platón fue mostrar la posibilidad del error, pues sólo si es posible el error, es posible el auténtico conocimiento en oposición a él.”(El camino del filósofo). 

Es el "juego" de la alteridad contra fenomenología. La alteridad provoca el cambio y asegura el devenir, sea positivo o negativo. Pero la alteridad que se prolonga es el caos. A semejanza de un sismo, en suelo blando, de 7 grados Richter, con duración de 10 segundos, y otro, de la misma intensidad, de 5 minutos... 

Esta valiosa yuxtaposición dialéctica se ajusta a infinidad de situaciones para descubrir por contraste la realidad. Cuando, por alguna razón, tiene lugar lo irregular en nuestra vida, nos damos cuenta que la existencia sigue un ritmo regular.

 “Sólo por la ley de causalidad, que es una regla según la cual los estados se suceden unos a otros, se puede conocer la objetividad de un cambio.”(Schopenhauer, La cuádruple raíz del principio de razón suficiente)

Semejante situación es cuando en religión hablamos de milagros, según apunta Jean Wahl: “Si creían en milagros es porque también creían en un curso regular de la naturaleza.” (El camino del filósofo)

Decimos que hubo un sismo porque lo habitual es que no haya sismos. Nunca decimos: hoy no tembló.

Pero no hay que ir hasta la biblioteca para poder ver de cerca la idea que Platón tenía de eso que llamamos relaciones entre los individuos. Los que han tenido la desgracia de vivir cerca de un mal vecino, o un mal compañero de trabajo, tienen la prueba, sigue apuntando Wahl, de lo que enseñaba Platón: “La teoría de las relaciones de Platón debe considerarse, pues, como una teoría de relaciones reguladas, opuestas no menos a las relaciones caóticas.”

Precisamente el leit motiv de los guiones para la televisión, que están escritos para las telenovelas de las abuelitas, trascurre todo un año o dos o tres, en relaciones caóticas, siempre manteniendo la esperanza en el espectador que todo eso se aclare y vuelvan las relaciones a su ritmo regular.

Nada nos hace pensar más en la normalidad que cuando uno de nuestra familia padece un síndrome.

Toda adrenalina que se genera cuando escalamos es porque tenemos la intuición que nos movemos en la dimensión del no-ser. Y cuando  de regreso en el valle  enrollamos la cuerda, para meterla a la mochila, hay plena conciencia que todavía estamos en el ser. ¡Hemos escapado del accidente!

El accidente es valioso como un tornado en el desierto. Amargo, es verdad, como una  excelente pero amarga medicina. Nos obliga a tomar en cuenta lo que no hubiéramos considerado en condiciones normales. Seguramente lo más valioso, como son  las condiciones normales.

O tener conciencia del ser. Porque el estar en el área de influencia del tornado en el deserto, en treinta segundos más puedo ya no-ser.

Así es como el accidente enseña el inmensurable valor de lo ordinario, lo que sucede siempre. Los que se aburren de tedio no están conscientes que se encuentran lejos del accidente. No están consciente que, al menos por ese día, son los favoritos de la fortuna. Ana Karenina y Madame Bovary se aburrían de su vida sin sobresaltos…

Aristóteles es reiterativo en el sentido del sujeto y el atributo. El tornado  en el desierto (como las cosas) no es en sí ni bueno ni malo, sólo una combinación de fuerzas físicas, frío y caliente. Pero yo como sujeto le atribuyo una fuerza destructora, o benéfica, para mí. Y eso me hace pensar en que lo accidental es la excepción, porque lo llevo a la escala humana.

Si tenemos ánimos para complicar un poco este tema, diremos que la misma regularidad da la posibilidad de la irregularidad. Como en el caso de las dos mujeres de las novelas  mencionadas.

La contra tesis sería Salambó, de Flaubert. Una mujer que quiso vivir en la normalidad y ésta le fue negada.

Tan sencillo como el semáforo de la esquina me advirtiera que no es todo luz verde, sino también está la roja. Que no todo es analogía pues la heterogeneidad se puede presentar.

Aristóteles se refiere al azar como accidente porque se sale de lo ordinario. Pone el ejemplo del árbol: “Supongamos que cavando un hoyo para poner un árbol se encuentra  un tesoro. Es accidental que el que cava un hoyo para poner un árbol se encuentre un tesoro, porque ni es lo uno consecuencia ni resultado necesario del otro, ni es ordinario tampoco  que plantando un árbol se encuentre un tesoro.”

En tanto que nuestra existencia trascurre normalmente, causalmente, es decir, que una causa lleva a un efecto y este a su vez se convierta en causa de otro efecto, etc., por ahí, en algún lugar, empero, está la posibilidad de lo anormal. Aristóteles dice que lo casual (no lo causal) está en potencia. Todavía no es, pero puede llegar a ser.
NO HA SUCEDIDO PERO PUEDE SUCEDER, O NO.

Dibujo tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria,
de Fritz Redlich, 1968

La mosca no cae en la telaraña pero puede caer, porque están las condiciones dadas para que caiga, es decir, está la telaraña. Pero si no estuviera la telaraña tampoco habría la condición de potencia.

De ahí que Aristóteles apunte este razonamiento sencillo pero que parece, a primera vista, sacado del misterio cabalístico: “Poder existir es no existir aun; puesto que lo que deviene o llega a ser es lo que no era o existía, y que nada deviene o llega a ser sino tiene la potencia de ser.”(Metafísica, libro tercero)

La filosofía se ocupa de las cosas que nos suceden, o que pueden sucedernos, cada día de nuestra vida. No nos habla de cosas que suceden en otro planeta. Sólo de lo que está frente a nuestras narices. Pero que no vemos. Vemos las cosas pero no sabemos leer lo que nos dicen. Como el que ve una roca sin ser geólogo… O ve una película sin títulos y desconoce el idioma que están hablando.

Y para complicarla un poco más, lo casual, el accidente, no tiene naturaleza tan autónoma como pareciera. Varios pensadores, por no decir muchos, coinciden con Wahl quien anota que “Nada existe en aislamiento. Todo está relacionado”.

Platón con su idea de las relaciones se aleja de lo abstracto. Plotino con su teoría de lo Uno y su necesidad para evitar el caos. Hegel tiene la idea integracionista del universo. Leibniz piensa en El mejor de los mundos posibles.

Desarrollar esta idea que habla de la abstracción y  parece salirse de la causalidad, pero que en realidad no se sale, nos llevaría muy lejos. Nos limitaremos a mencionar de pasada lo que al respecto anota Schopenhauer cuando dice que los fenómenos se pueden suceder unos a otros sin resultar unos de otros, esto es, sin estar unidos por la ley de causalidad.

Pone un ameno ejemplo. A los alpinistas esta analogía, que sigue, nos resulta familiar porque al ir escalando una roca se precipita y viene directo sobre nuestras cabezas. Nos hacemos esta reflexión: esa roca tiene millones de años ahí y precisamente en este día, en esta hora y en este segundo tuvo que desprenderse sobre nosotros.

Schopenhauer habla de una teja que golpea su cabeza: “Salgo de mi casa, y me cae una teja, y me hiere: entre mi salida y la caída de la teja no hay relación causal alguna. Sin embargo, el hecho de que mi salida preceda  a la caída de la teja, en mi inteligencia se presenta como absolutamente objetivo, y no subjetivamente, esto es, dependiente de mi voluntad, que hubiera dispuesto las cosas de otra manera.”(La cuádruple….)

Los filósofos son los obreros que se afanan todos los días en poder ver, y en tratar de hacernos ver, eso que sucede todos los días. Por desgracia para la humanidad, las revistas y los libros de filosofía todavía no se venden en las carnicerías ni abundan en las mesitas de las peluquerías.

Con esto de la potencia y el acto, de lo que no ha sucedido pero que puede suceder, parecía que nos lleva a un cuadro de  paranoia. Todo lo contrario. La filosofía de Aristóteles apunta en una sola dirección, y es que la vida está en la perspectiva del bien.

Si un helicóptero cae y aplasta a alguien, o si otro se saca la lotería, lo que nos está diciendo es que los helicópteros regularmente no se caen, ni todos nos sacamos la lotería.

La vida tiene otro ritmo. Tiene ritmo.

 
ARISTÓTELES

Aristóteles (en griego antiguo Ἀριστοτέλης, Aristotélēs) (384 a. C. – 322 a. C.)1 2 fue un polímata: filósofo, lógico y científico de la Antigua Grecia cuyas ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.1 2 Aristóteles escribió cerca de 200 tratados (de los cuales sólo nos han llegado 31) sobre una enorme variedad de temas, incluyendo lógica, metafísica, filosofía de la ciencia, ética, filosofía política, estética, retórica, física, astronomía y biología.1 Aristóteles transformó muchas, si no todas, las áreas del conocimiento que tocó. Es reconocido como el padre fundador de la lógica y de la biología, pues si bien existen reflexiones y escritos previos sobre ambas materias, es en el trabajo de Aristóteles donde se encuentran las primeras investigaciones sistemáticas al respecto. WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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