TRAVESIA EN LA SIERRA DE LAS NAVAJAS,HGO. MÉXICO


 

Es la travesía inaugurada por los guías alpinos de Pachuca, en los años cincuenta del siglo veinte.



Son 32.56 kilómetros en la línea recta del mapa, de Real del Monte a Tulancingo.

 

Cerro las Navajas 3180 20°05′00″N 98°33′00″
Raúl Pérez, escalador de Pachuca fue, hasta donde sabemos,  el primero que tuvo la idea de efectuar esta travesía con la concepción alpina. Era caminando, literalmente, a partir de Real del Monte hasta Tulancingo, en dirección E-S-E.

Real del Monte
Raúl  Pérez eran un montañista muy resistente y con él realicé también, caminando, la primera travesía alpina Pachuca-Frailes, pasando por Capula, cuando todavía no había carretera, ni siquiera de terracería, de Chico a Capula. Fuimos por los viejos senderos indígenas y mineros.

Todo grupo que en esos años iba a escalar Peñas Cargadas salía caminando desde  el Real del Monte. Estaba el camino de terracería que comunicaba con Tezoantla pero no había trasporte público. De modo que quien pensara en la travesía en la Sierra de las Navajas tenía que  empezar caminando desde Real del Monte.

Un día del mes de mayo de 1953 salimos Raúl Pérez y yo de Real del Monte y empezamos a caminar hacia el este, pasando por Tezoantla, Peñas Cargadas, caserío El Guajolote y finalmente internarnos en las Navajas. Era la primera travesía  alpina y teníamos claro el rumbo general pero no así por dónde   abordar los lugares que íbamos encontrando ya en metidos en la Sierra.

Ubicación de la zona con relación al Valle de Mexico
La primera noche pernoctamos en el valle de Peñas Cargadas. Por la mañana subimos una colina somera y descendimos, siempre hacia el este, hasta llegar a El Guajolote, que entonces se componía de dos o tres casas. Desde ese lugar se ve el lado oeste de la Sierra y las dos cumbres características de El Jacal, en primer lugar. Es decir en el lado oeste y El cerro Horcones, en el noreste, con relación a El Jacal.

 Ya metidos en las cañadas pasamos   otras dos noches. Cruzamos por el centro de las cañadas. Que son tres con varias subcañadas. Fuimos por las bases de El Jacal y la del Horcones (3,180 m.s.n.m.) aunque esto nos desvió un poco hacia el norte luego rectificamos el rumbo hacia el E-S-E.

Eran los tiempos dorados en los que todavía se podía oír, en algún lugar de lo profundo de las cañadas, algún lobo o coyote y encontrarse en el día con algún venado. No conocíamos en México las tiendas de campaña ni las bolsas de dormir. Sólo llevamos cobijas.


Plano general de la travesía
 Cuando nuestros amigos escaladores  de Pachuca estaban por organizar una partida, de búsqueda y salvamento, aparecimos en el Reloj de Pachuca.

Peñas Cargadas. El dibujo muestra una de las maneras de superar
la "bola" cimera.
Después he realizado esa travesía en varias ocasiones, tal vez diez. Tres con mis dos hijos de 9 y 12 años de edad. Lo anterior para dar a entender que caminar por esas apartadas sierras inspiraba plena confianza, respecto de las  condiciones en las que se encontraba la sociedad.

Primera etapa de la caminata en el Valle de
Peñas Cargadas
En dos ocasiones con escaladores, sólo con la idea de escalar, en El Jacal y El Horcones. Pasamos tres días y regreso a Peñas Cargadas. Ahora ya con tiendas y equipo moderno de escalada. Son paredes cortas pero muy variadas.

 Una de esas travesías fue con un grupo numerosos, en 1974, como Preselección Nacional oficial para después dirigirnos al filo noreste del Aconcagua, en la República Argentina. Eran 30 montañistas de lo más resistente (como era una Preselección Nacional eran los más resistentes, de los resistentes, de cada uno de los estados participantes, pues ya venían seleccionados)y en un solo día fuimos de Peñas Cargadas a la ciudad de Tulancingo. De todos modos fue un esfuerzo extraordinario y alcanzamos las calles de Tulancingo arrastrando la cobija, literalmente.

En otra ocasión rodeamos  (Javier Mendoza y escaladores del Club Alpino Pollinos, de México)la Sierra de las Navajas, saliendo de Peñas Cargadas (1)por sus estribaciones del norte, y a partir del Zambo (2) caminamos hacia el este, llegamos a Acatlán  y luego al sur hasta Tulancingo. Fue una caminata de varios días.



Plano tomado del libro La hacienda de Hueyapan, de Edith Boortein Couturier
Secretaría de Educación Pública, 1976
 

Caminata de la Preselección Nacional
En las dos últimas veces que he vuelto con otros montañistas, a la travesía completa como se señala,  las condiciones son diferentes. Con terrenos fraccionados y cercados en las estribaciones occidentales de la Sierra. Y no lejos del valle de Peñas Cargadas un pueblo nuevo ha aparecido y crecido.

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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