J.ORTEGA Y GASSET, SABER LEER EN LA ANTIGÜEDAD


 

Se cree que decimos y hacemos lo que agudos pensadores nos han trasmitido desde la  antigüedad. Que no pensamos por nuestra cuenta.

Comprar un libro, leerlo y guardarlo en el anaquel es convivir con la antinomia de gente que ya no vive pero que sigue siendo. Nos sigue hablando. La pregunta es si los escuchamos.

Encontramos en una librería un Emerson que fue hecho el 20 de julio de 1945, por la Editorial Losada, S. A. en la imprenta López, Perú, 666, en la ciudad de Buenos Aires. Su autor, el que hace la presentación, es Edgar Lee Masters y traducido del inglés por Luis Echavarri. El papel, ya un poco amarilloso, por el tiempo, cocido y bien conservado.

No escuchamos lo que dicen
Este ejemplar nadie lo había leído porque tiene algunas hojas sin abrir en los bordes. Cuesta imaginar cómo pudo sobrevivir 71 años hasta que llegó a nuestras manos.

Alguien dijo, no recordamos quién, que un libro rescata a la generación en la que fue escrito. Descubre las ideas y modos  de su tiempo. Pero también rescata, justo es mencionarlo, a la generación que lo imprimió. El que hace la presentación, el traductor y todo un  ejército anónimo de técnicos y obreros que lo formaron, lo imprimieron, formaron los tipos, lavaron la tinta, lo distribuyeron, lo vendieron, etc.

Con todo, el  libro hecho de papel, letras y tinta, es una presencia causal que de todas maneras un día desaparecerá en el polvo de los días.

Pero la esencia del libro, la voluntad que lo pensó. Anota Schopenhauer, está fuera del tiempo y del espacio. Y por eso es imperecedero. La idea sobrevivirá al vehículo fenoménico:

Baltasar Gracián
¿Qué dice?
“La posibilidad de una acción y comunicación directas entre los individuos, incluyendo los procedentes de los muertos, cuya voluntad permanece, no obstante, indestructible.”

(Schopenhauer, Parerga y Paralipómena)

Ortega desarrolla parejamente, y con  extensión, lo que es el yo y, el o los tús. Los otros, los que tenemos cerca, en la familia, en el trabajo, en el deporte, en el bar.

En la novela abundan los alter ego y los alter tú.

O hasta de lejos, contemporáneamente virtuales, como los artistas del cine. Todos ellos me son  necesarios para desarrollar, quiéralo o no, parte de mi yo.

Son el límite de mi libertad y a la vez yo lo soy de la suya. Sus luces, o su modo ignaro de pensar, son una fuerte rica de información para mí.

¿Repetimos lo que dijeron los filósofos de la antigüedad? Por ningún lado escuchamos lo que ellos dijeron.

Considérese por un segundo qué mundo tendríamos si, como se dice, pensáramos como Sócrates, Platón, Parménides, Pitágoras, Emerson, Aristóteles, san Agustín, santo Tomás de Aquino, Nezahualcóyotl, Montaigne, Jesús, Buda, Diógenes, (el del tonel y la lámpara), Montaigne, Séneca, Cicerón…

Sólo un pálido reflejo tenemos de aquel luminoso universo de las ideas, en algunos suplementos culturales de los diarios. Pero muy pálido.

 Tampoco hacemos lo que dicen los filósofos de nuestra circunstancia cronológica, porque no los conocemos, no los leemos más allá de un porcentaje de la población mundial, impresionantemente bajo que sí los leen.

Sólo conocemos  a nuestra Fata Morgana cuando, cada seis años, depositamos el  voto en las urnas para formar un nuevo congreso de legisladores. Los pensadores nos dicen de un mundo vital pero nosotros, con los legisladores, queremos un mundo inmediato. Queremos comida para el cuerpo no para el alma. Hasta por ahí llegamos la mayoría. Decimos opiniones, sólo opiniones, que se van esparciendo y con el tiempo llegan a parecer verdades. Ortega:

“decimos lo que decimos como el guardia nos impide el paso, lo decimos no por cuenta propia, sino por cuenta de ese sujeto imposible de capturar, indeterminado e irresponsable, que es la gente, la sociedad, la colectividad. En la medida que yo pienso y hablo, no por propia e individual evidencia, sino repitiendo esto que se dice y que se opina, mi vida deja de ser mía, dejo de ser el personaje individualísimo que soy, ya actúo por cuenta de la sociedad: soy un autómata social, estoy socializado.”

Aristófanes
Arquetipo que inspiró  a E. Jardiel Poncela
En esto no hay nada personal ni aviesa intención de alguna secta intelectual que se haya propuesto mediatizar a la humanidad. Nadie tiene ese poder.

Es puro interés mediático. Es la ciencia de la mercadotecnia. La cual, por otra parte, tiene todo su derecho pues el negocio es el negocio. Es otro tipo de devenir, el del consumo y deshecho.

En la medida en que se mantienen lejos los pensamientos, de calidad existencial, resalta el utilitarismo inmediato:

No hacemos lo que dicen  aquellos pensadores de calidad, sino que hacemos y decimos lo que dice la gente. La gente de nuestra circunstancia, la que, como nosotros, aprende a escribir leyendo periódicos y ve mucha televisión.

Es la gente que nos impone su criterio, dice Ortega:

“Una acción tan humana como es el vestirse, no la hacemos por propia inspiración, sino que nos vestimos de una manera y no de otra simplemente porque se usa. Ahora bien, lo usual, lo acostumbrado, lo hacemos porque se hace. ¿Pero, quién hace lo que se hace? ¡Ah, pues la gente! Bien, pero ¿quién es la gente? ¡Ah, pues todos, nadie determinado. Y esto nos lleva a reparar que una enorme porción de nuestras vidas se componen de cosas que hacemos no por gusto, ni por inspiración, ni cuenta propia, sino simplemente porque las hace la gente, y como el Estado antes, la gente ahora nos fuerza a acciones humanas que provienen de ella y no de nosotros…De este modo es en el mundo de los tús y merced a éstos donde se me va modelando la cosa que yo soy, mi yo.

 Mil años antes de Cristo las religiones "paganas", y los modos filosóficos, habían hablado al hombre pero todo esto no era la prioridad de aquellas gentes.

 Alfred North Whitehead observa que desde entonces la medianía está en conflicto con el ideal:

 "Habían salvado las viejas virtudes que habían convertido a la raza humana en una gran sociedad, pero..."

(El devenir de la religión)

Es cuando Ortega nos invita a retomar el rumbo (otra vez, como en el Renacimiento, pero ahora sí de a deveras) escuchando más allá del ruido de la plaza:

“Hay otros que nunca hemos visto y sin embargo nos son: los recuerdos familiares, las ruinas, los viejos documentos, las narraciones, las leyendas, nos son un nuevo tipo de señales de otras vidas que fueron anacrónicas con nosotros, es decir, no contemporáneas nuestras. Hay que saber leer en esas señales, que no son fisonomía, gesticulación ni movimientos actuales, la realidad de esos tus pasados ante- pasados. Más allá de los hombres que se hallan dentro del horizonte que es nuestro contorno, están muchísimos más, son las vidas latentes; son la Antigüedad.”

(J.O. Gasset, En torno a Galileo)

ORTEGA
“José Ortega y Gasset (Madrid, 9 de mayo de 1883 – ibídem, 18 de octubre de 1955) fue un filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital (raciovitalismo) e histórica, situado en el movimiento del Novecentismo.”WIKIPEDIA

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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