TRES PENSAMIENTOS DE SÉNECA


 

1

En una carta  enviada a  Lucilio, Séneca se aparta de la costumbre, que tiene los filósofos, de tratar de averiguar qué es vivir, qué es vivir bien.

Ahora Séneca se pregunta qué quiere decir saber morir bien.

 A la  juventud el tema no le dice nada. Pero al menos una tercera parte de la humanidad  ya está en edad avanzada y parece que el filósofo, hispano romano, de hace dos mil años, se dirige a ella. “¿Y qué es morir bien?”, se pregunta.

Y se responde a sí mismo “Sustraerse al peligro de vivir mal”.

 Luego Schopenhauer dirá que la felicidad comprende  vivir en salud física y mental. Que suprema felicidad es vivir sin dolor.Lo demás, incluida una bodega llena de joyas, puede ya no significar nada dentro de una hora…

Montaigne también tiene su modo de ver el asunto para el momento de la muerte “Si no sabes cómo morir, no te preocupes; la naturaleza te dirá qué hacer en el momento justo, completa y adecuadamente. Ella hará su trabajo a la perfección; no fastidies con eso a tu cabeza.”

Cada etapa de la vida del humano tiene lo suyo. Pero esto, tan obvio, no se acepta. De sesenta años de edad se piensa en los veintes. Esa ensoñación hace que el individuo se sienta poco más o menos como un traste viejo. Entonces hay que recurrir al doping médico y oficialmente autorizado…

¿Por qué ya no puedo escalar montañas como antes? Tomando cerveza era un campeón pero ahora con pocos tragos estoy ridículamente ebrio. Hasta por incontinencia me orino en los pantalones. Igual en el sexo y por eso se inventó el doping viagra. Igual en la carrera de los maratones. Ahora bajar pocos escalones es un martirio para mis rodillas.

Apenas pongo atención cuando alguien  dice que hay que vivir de las experiencias del pasado pero no vivir en el pasado.

No se sabe ajustar los tiempos existenciales y hay inconformidad con la vida. La vida no tiene problemas, como la montaña tampoco. Si pudiera pensar de sesenta como alguien que tiene sesenta o setenta o noventa, parece que todo iría mejor.

En lugar de pensar en superar un octavo grado superior de la montaña, como  en los  veintes, sería feliz subiendo una pendiente de dos grados de dificultad, según los estándares que han inventado los científicos  de  la escalada de salón. Seguiría en la plenitud de la vida, de la vida vivida.

De ahí que Séneca anota “Nos parecemos  a ciertos inquilinos, que están incómodos y descontentos  en sus casas y no quieren  mudarse porque ya se han acostumbrado a ellas.”

Se acentúa lo anterior si el hipotético inquilino no le dio el adecuado mantenimiento a la casa. Una por  el tiempo que inevitablemente trae lo propio.  A semejanza del agua que se filtra por las fisuras del inmenso bloque de granito y acaba desintegrándolo.

O por indolencia  dejó que su vida  se deteriorara. No supo   conservarla en buen estado. O por necesidad, como es el caso de los que trabajan en situaciones de riesgo de mineros, con  sustancias contaminantes etc.

“Por otra parte-sigue diciendo Séneca-, bien sabes que no es forzoso conservar la vida, pues lo importante es no vivir mucho sino bien vivir. Así es que el sabio vive lo que debe, no lo que puede. Examinará  dónde, cómo, con quién, por qué debe vivir; lo que será su vida, no lo que pueda vivir. ¿Qué es morir bien?, sustraerse al peligro de vivir mal.”

2

En Tratados filosóficos Séneca dice, con siglos de anticipación, las circunstancias por las que el Imperio va a sucumbir.

No hace un inventario de los vicios que han llevado a la decadencia a la clase dirigente, como sí lo hace Cicerón.

Hay una vieja lección de historia que los romanos no han aprendido de los griegos, de los macedonios ni de  sus connacionales etruscos. Todos ellos otrora grandes naciones. El poder los llenó de molicie y perdieron la disciplina psicofísica. El ejército mismo se volvió blandengue.

No como Troya, no como México-Tenochtitlán, que cayeron en el apogeo de su fuerza, juventud y gloria, que fueron vencidos pero que no capitularon.

Igual que en Roma pasó con las civilizaciones del México precristiano. Llegaban los chichimecas, barbaros del norte y destruyeron la gran civilización de los teotihuacanos, que se habían vuelto demasiados refinados.

Estos bárbaros se hacían a su vez herederos de la civilización, que acababa de destruir, se civilizaban a la  sombra de sus ruinas y con el tiempo se volvían también refinaditos. Llegaba otra oleada de bárbaros del norte y la historia se repetía. Así sucedió con los grandes: Tula,   Tenayuca,  Azcapotzalco.

El análisis que Séneca hace de la Roma de su tiempo  es   agudo, demasiado agudo para que puedan entenderlo los del  Palatinado, incluidos los senadores. Sobre todo que cada senador sueña ya con su castillo, sus tierras y su feudo.

“Huyan de los deleites y de la enervada felicidad con que se marchita los ánimos”,

escribe Séneca pero nadie hace caso. Mucho ruido, demasiado lujo, fiestas de libertinaje, relajación del ejército.

Séneca no  detiene su mirada en las salas de los festines ni en corredores palaciegos de la intriga, que él conoce tan bien toda vez que es parte, importante, del “campus”.

La aguda mirada de Séneca va más allá de los límites del Imperio y penetra en los bosques llenos de niebla y de nieve. Sabe que ahí está alguien que espera que los mandos de Roma se depraven aún más.

Lo que ve son a “los alemanes y las demás gentes que andan vagantes en las riberas del Danubio, siempre los oprime un perpetuo invierno y un anublado cielo, y sustentándolos  escasamente el estéril suelo, defiendense de las lluvias en chozas cubiertas de ramas y hojas; bailan sobre las lagunas  endurecidas con el hielo, y para sustentarse  cazan las fieras.”

Y pasa a preguntarse “¿Parécete que estos son míseros? Pues ninguna cosa en quien la costumbre se ha convertido en naturaleza, es mísera, porque poco apoco vienen a ser deleitables las que comenzaron por necesidad. Estas naciones no tienen domicilios ni lugares de asiento más de aquellos que les da el cansancio de cada día; su comida es vil, y la han de buscar en sus manos; y siendo terrible la inclemencia del cielo, traen desnudos los cuerpos, siendo esto que tú tienes por incomodidad, la vida de tantas gentes, y al contrario, los que crecieron en abrigados valles son frágiles…”

Debido a tantas risas, de vino y flores del Palatino, las palabras de Séneca nadie la escuchó…

3

Pensamientos como el que sigue son los que llevaron a la leyenda que Séneca había sido convertido, por san Pablo, hacia el cristianismo. Durante siglos, en la Edad Media, corrió esta especie.

Aunque contemporáneos, y habitantes ambos en Roma, la capital del Imperio, está comprobado que eso no fue cierto.

Por otra parte Séneca vivía en los corredores del Palatino, como hombre de confianza y preceptor de Nerón. En tanto san Pablo a la sazón, y a punto de ser apresado y enviado a la cárcel mamertina, para  ser decapitado, vivía con  los cristianos que por esos días se reunían, con todo sigilo, en lo profundo de las catacumbas de la ciudad.

Con el 90 por ciento de coincidencia, el cristianismo con la filosofía griega-romana, ambos personajes tenían casi el mismo modo de pensar. La palabra en la que se puede resumir el Nuevo Testamento es amor, y, la palabra para la filosofía griega pagana es virtud. Con sus matices ambas están en la perspectiva del bien, tanto si el individuo se mueve en los valores materiales, como en los valores vitales.

Hablando de la ira, en sus Tratados filosóficos, Séneca escribe algo que también suscribiría san Pablo:

“Puede absolverse al hombre que ha cometido una falta, si su arrepentimiento es de buen augurio para lo sucesivo y si se ve que el mal no viene del fondo de su alma, sino que es superficial.”

SËNECA
“Lucio Anneo Séneca (Latín: Lucius Annæus Seneca), llamado Séneca el Joven (4 a. C. – 65) fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue Cuestor, Pretor y Senador del Imperio Romano durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de Ministro, tutor y consejero del emperador Nerón.”WIKIPEDIA

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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