J.WAHL, EN EL LABERINTO DE LAS SUSTANCIAS




 

Wahl define sustancia como algo imperecedero, distinto de lo que  perece.

Altar es una metáfora de la vida donde todo cambia a cada momento pero, el desierto sonorense como tal, es perenne. Es la fragilidad dentro de antifragilidad.

Como Teotihuacán con sus construcciones, de cal y canto, que trasciende los siglos en tanto en su base las generaciones de humanos se suceden  de continuo hasta la fecha.

Pero aun así sus piedras pueden ser removidas por los hombres o por la erosión que causan lo elementos naturales.

Pero Teotihuacán como idea, como sustancia, no cambia.

En los países árabes hubo construcciones que fueron barridas por la guerra, hace cinco mil años, como las de Sumer o Ur, y los hombres siguen orando sobre las piedras en los que antaño se levantaban bellos templos.

O las de Etruria, más acá, en el tiempo.

El Coliseo de Roma durante siglos se colapsó después del imperio. Abandonado fue un basurero, y cuevas de ladrones y menesterosos.

Tiene, no obstante, como sustancia las virtudes de la Roma perenne y acaba de ser restaurada recobrando parte de su belleza física.

Igual con el lugar original de México-Tenochtitlán, Tikal (Guatemala) o Machu Pichu (Perú).

“Cuando Tales decía que el agua está llena de dioses-apunta Wahl-, introduce ya una  separación entre el agua y los dioses presentes en ella.”

(Jean Wahl, Introducción a la filosofía, Cap. II)

La sustsancia ha experimentado en la mente de los hombres amplio desarrollo. Después la sustancia fue Idea y le siguió alma o espíritu:

“La sustancia se volvió Idea. Y en el Fedón unió Platón está teoría de la Idea con la teoría del alma. Aquí vemos por primera vez la clara afirmación de una sustancia espiritual.”

Aristóteles, que no en todo coincide con su maestro Platón, concebía la sustancia con la forma de la materia. Pero no supo decir qué sucede con la sustancia o alma si esa materia cambia de forma, o si se trasforma.

Descartes postuló la Idea de dos sustancias, la finita para la materia y la infinita para el alma al decir que ambas vienen de Dios:

“Otro problema de la filosofía cartesiana surge del hecho que, tanto la sustancia vital como la sustancia extensa (materia), son creadas por Dios.”

Para Spinoza estas sustancias de Descartes él las llama atributos y “reserva el testimonio de sustancia sólo para Dios.”

Siguieron dando su análisis al asunto de la sustancia Leibniz, Malebranche, Berkelei,  Bergson y Kant.

Uno de los problemas de la filosofía  estriba en que un mismo concepto puede ser empleado de diferente manera o significado por otro filósofo. Y aun un mismo autor lo emplea en su filosofía de diversas maneras. Y llegamos a tener la impresión que no sabemos dónde quedó la bolita. 

Kant pensaba-dice Wahl-, “tiene el espíritu humano que encontrar por debajo del cambio algo permanente.” Y esto lo llamaba sustancia.

En el modo de decir cotidiano nos parece que este libro tiene sustancia. Que las películas que hacen la apología de la violencia no tienen sustancia y llenan la hora y media disparando balas de aquí para allá y de allá para acá. Que una comida tiene sustancia porque nos proporciona carbohidratos, proteínas, minerales, etc. Que hay traje vacío porque la charla de  su ocupante   no tiene sustancia.

 Hay la idea de la calidad, de la sustancia, aunque se trate de lo finito.

En otras palabras, sustancia no es algo que pertenezca a los libros de filosofía perdidos por ahí, entre los estantes llenos de polvo y de bacterias. Todo lo contrario, es algo que nos sale al paso todo el día de nuestros días.

Lo confirma el gran invento de control remoto del televisor. Vamos de canal en canal  tratando de escapar de tanta insulsez.

Para no perdernos entre tanta definición que los filósofos tienen de sustancia (interesantes, ingeniosas y valiosas cada una de ellas) Wahl nos da su punto de vista. Cada quien puede ponerle el nombre que sea de su agrado:

“La sustancia de las sustancias, si podemos hablar así, es una, puesto que es el espíritu, la forma, la energía.”

 
J.WAHL

 
Jean Wahl nació en Marsella, en  1888. Falleció en París en 1974. Filósofo francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de París. Es recordado, sobre todo, por su estudio sobre La desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a destacar son, entre otros títulos, Filosofías   pluralistas de Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la filosofía (1948).

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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