A.N. WHITEHEAD, PROPÓSITO


 

Propósito, tiene el humano.

Whitehead sintetiza en una sola palabra la filosofía occidental: propósito.

(De su obra: La función de la razón)

Va esta filosofía armada del propósito de la razón práctica y de la razón especulativa.

La primera, es madrina de investigación científica y hecatombes. La segunda busca siempre  trascender nuestra naturaleza animal.
El Tlalocan metafísico de la cultura teotihuacana.

Tepantitla, pintura mural,lado noreste de la zona
 arqueológica
de Teotihuacán, México.

Con la cultura occidental, ambas creen
que se  trasciende a la destrucción
de la materialidad.

Hay historia detrás de la historia. Troya tiene otra historia. Conocemos por Homero los detalles de su destrucción (más exactamente por Virgilio Marón), de su extinción como pueblo y como arquitectura.

Pero los arqueólogos nos dicen que de cada hecatombe, provocada por la guerra, siempre surgía otra Troya. Hasta nueve.

Lo que Whitehead escribe es que a la teoría de la evolución, de la supervivencia del más fuerte, le falta la de la adaptación al medio, mediante su razón práctica. Las nuevas troyas se iban adaptando a las nuevas circunstancias. Lo mismo pasó con las tribus comandadas por Eneas, saliendo de las ruinas de Troya, camino a Italia.

De los  fuertes pocos volvieron a Troya y ahora se necesita una vitalidad, de la población, especialmente potenciada para reorganizar la vida en las ciudades destruidas (aun las del vencedor).Escuelas, economía, el campo, las fábricas, superar la psicología del caos.

Y tras adaptarse al nuevo medio le sigue la etapa que es adaptar el medio a sus necesidades: “Las formas superiores de la vida están activamente comprometidas en la modificación de su entorno.”

Por eso Whitehead sostiene que la función de la razón tiene propósito y es fomentar el arte de la vida. Para él ya no es un instinto celular de organizarse de algún modo para el sólo hecho de “vegetar”.

Ahora la vida es un acto consciente y, como todo arte, quiere ir  más allá de lo solamente sobrevivir. Sobrevivir era la teoría de los más aptos. Ahora se trata de vivir, y vivir bien. Y para eso se necesita el ejercicio especulativo.

El alpinismo se mueve en el marco de estas dos razones. Necesita ser pragmático para vencer los obstáculos físicos de la montaña. En cuanto por qué lo hace (aparte del beneficio psicofísico, que no es poco, que proporciona toda ascensión) hay N cantidad de especulaciones:

“En realidad el arte de la vida consiste, primero, en estar vivo; segundo, en estar vivo de una manera satisfactoria; y, tercero, en lograr un incremento de la satisfacción.”

Lo que Whitehead propone en estos dos renglones es todo un programa de ser, pero ser en el hacer, en la acción, con lo de: “un incremento de la satisfacción”.

Para tal propósito se sirve de la razón. Más de una satisfacción no alcanzada. No frustrada, sino siempre esperada. La desconocida cumbre de la montaña siempre soñada. Como el hechizo que, en 1865, esclavizó a Whymper en la conquista de la montaña perfecta, como se llama al Matterhorn.

De la razón practica hacia la especulativa.

Grupo Las Monjas, Chico, Hidalgo, México.
 “La razón es un factor de la experiencia que dirige y critica el impulso hacia la obtención de un fin imaginado pero no realizado de hecho.

Platón y Ulises son dos figuras que Whitehead utiliza para ejemplificar los valores esenciales, el primero, y el segundo los valores prácticos de este mundo:

“Los griegos nos han legado estas dos figuras cuyas vidas, reales o míticas, se ajustan a estas dos nociones. El uno comparte la razón con los dioses, el otro la comparte con los zorros…La razón en tanto que busca una comprensión completa y la Razón en tanto que busca un método de acción inmediato.”

Sobre todo esta filosofía reafirma que el humano quiere ser, en lo material, y tiene fe que puede seguir siendo más allá de la destrucción de la materialidad.

A diferencia de otras filosofías, de otras partes del mundo, que quieren no-ser.

Si en el principio Whitehead sintetizó su filosofía con una sola palabra: propósito, ahora  quiere hacerla más explícita, con cinco palabras: “Vivir, vivir bien, vivir mejor.”

 
Whitehead

Alfred North Whitehead, OM (Ramsgate, 15 de febrero de 1861 - Cambridge, Massachusetts, 30 de diciembre de 1947), fue un matemático y filósofo inglés.Nació en Ramsgate, (Kent, Inglaterra), y falleció en Cambridge, Massachusetts, (Estados Unidos). Publicó trabajos sobre álgebra, lógica, fundamentos de las matemáticas, filosofía de la ciencia, física, metafísica, epistemología y educación. El trabajo más conocido, del que es coautor con Bertrand Russell, es Principia Mathematica. En ese tiempo partiendo de una teoría relacionista (o más bien relativista) del espacio centró su epistemología en la naturaleza de las cosas. Mantuvo tal postura hasta la década de 1930. A partir de entonces su obra tomó visos más metafísicos.Whitehead fue profesor en las universidades de Londres y de Cambridge, donde destacó por sus estudios lógico-matemáticos. Luego en Estados Unidos fue director de la cátedra de filosofía en la Universidad de Harvard, y tuvo entre sus discípulos a Quine.”

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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