M.G.MORENTE, LO PERECEDERO Y LO OTRO


 

La mujer en mi vida puedo considerarla nada más como un cuerpo o, también,  como cuerpo y persona.

Es decir, sólo como objeto físico o como objeto físico y también psíquico. Como ser biológico que también es, y tienen su esencia.

Si como objeto físico, puedo hacer con ella como hago con mis calcetines cuando ya están viejos, substituirlos por nuevos.

Si como físico y psíquico la consideraré como a mí mismo.

Lo anterior es una de tantas maneras (usted puede proponer otros modos o ejemplos) de considerar lo que se conoce  con las poco usuales palabras de óntico y ontológico. La cosa material y su esencia.


Podemos tener una aproximación del animismo que los niños sienten frente  a los juguetes. No son sólo juguetes. Eso con los objetos manufacturados. Lo natural se considera con voluntad de ser. El árbol y su esencia árbol.

Óntico, la cosa real que está en el tiempo y en el espacio y  se considera en el cuadro de la causalidad.

En cambio,  Morente dice: “Los objetos psíquicos no tienen localización en el espacio.”
(Lecciones preliminares de filosofía)

Mis calcetines no dan problemas. Sólo los usos y  deshecho. Tampoco la mujer como puro cuerpo, no da problemas. Estamos en los tiempos de la libertad y no hay secuencias de neurosis. Cada quien por su lado y adiós.

Pero la mujer como persona deja de ser un objeto desechable. Su manera será una serie de diferencias, resistencias, relacionadas con mi modo de ver las cosas y situaciones.

“¿Qué es esto?-dice Morente. El problema era el anuncio de que había una esencia por descubrir ahí detrás del objeto.”

Las “discusiones” en la pareja se consideran como manifestaciones sanas de dos naturalezas distintas. Sería una  manera dialéctica de ver el asunto, con miras de llegar a la síntesis, es  decir, al acuerdo.

En contrario los gritos más fuertes de uno llevan la intención de convertir óntico al otro, o a la otra, es decir, en cosa.

 Óntico es ser, pero ahora se busca que sólo sea cosa, cualquier cosa. Stekel psiquiatra alemán del siglo veinte, tratando de las relaciones de pareja, cuando el  conflicto llega al nivel de gritos dice: “Despojado el ser amado de su divinidad significa el comienzo de su depreciación y el final del amor.”(La mujer frígida)

Para Menelao Helena era más que una
mujer de carne y hueso y destruyó mundos
para recuperarla.

Para Jack Campbell(Nicolás Cage) Kate ( Tea Leoni)  era más que sólo un cuerpo de mujer y regresó a buscarla después de 13 años de ausencia.
(Pel. Man Family, año 2000)
En la medida que se le reste al otro el carácter ontológico se le relega al estado de desechable.

Consumir y desechar es  la nueva forma de la leyenda.

Por conveniencia intrínseca, y fáctica, tal vez no se le deseche, pero ya se le obligó a descender peldaños en la escalera existencial, más que en la social.

Entender lo óntico y lo ontológico es la llave para la vida. Para la  vida buena. ¿La llave?

En escalada se considera el punto de la ascensión más dificultoso a vencer. Con las palabras de “llave” o también “cerrojo”. Resuelto ese “paso”, ese “mal paso”, la ascensión integra será posible.

Consulte usted el diccionario de filosofía, o el Internet, y encontrará que con frecuencia se emplean óntico y ontológico para exhibir un entender intelectual muy complicado, y quedamos más confusos que antes.

 Los filósofos hablan para que ni siquiera los entiendan los filósofos, no hablan para el común. De ahí que sus libros y revistas no se vendan en las carnicerías ni puestos de periódicos.

Nos resultan extrañas esas palabras porque no son de la literatura general. Para acabarla de enmarañar en el discurso filosófico se apuesta a que sólo existe lo óntico, o sólo lo ontológico, lo cual es partir al ser en la mitad. Morente se revela contra esta concepción limitadora:

“…encontramos la misma categoría, el ser, como primera categoría de los objetos reales y como primera categoría de los objetos ideales. Los dos son: ahí está la unidad del ser.”

¿La esencia? “La esencia ya no es una cosa en el mundo de las cosas reales; ya la esencia no es una realidad; ya la esencia no está en el tiempo, ni es causada ni causante, ni es real: las esencia son cosas ideales.” Divinidad, dice Stekel. Idealizarlas, y esto sí es del común hablar.

Enseguida Morente pone otro ejemplo de lo óntico y lo ontológico: “Las cosas reales son cada uno de los caballos; pero la esencia “caballo”, eso  ya no es real; es un objeto ideal.”

En la categoría de las cosas que Morente menciona es que los objetos físicos son reales y ocupan espacio y tiempo.

Los objetos psíquicos también son  reales pero no ocupan espacialidad. Estas dos categorías tienen en común temporalidad.

La categoría ideal que le sigue puede evocarse con el triángulo de los geómetras o con el amor de los enamorados.

“El triángulo es fuera del tiempo, en cualquier tiempo. No empieza ser un día, en el sur de Italia cuando los pitagóricos empezaron a pensar en geometría…Si algún día por catástrofe milagrosa dejara de haber hombres sobre la tierra, dejaría de haber quienes pensasen en el triángulo, pero no dejaría de haber triángulo.”

Lo mismo dice Schopenhauer cuando se refiere a la música:

 "...la música, que trasciende de las Ideas y es por completo independiente del mundo fenomenal  y aun le ignora en absoluto, podría subsistir, en cierto modo, aun cuando el mundo no existiese."(El mundo como voluntad y representación."

Así son esta palabras de óntico y ontológico. Palabras de literatura especializada pero que dicen cosas comunes, muy conocidas y vividas por todos.

MORENTE
Manuel García Morente (Arjonilla, Jaén, 22 de abril de 1886 – Madrid, 7 de diciembre de 1942) fue un filósofo español y, converso católico, en sus últimos años de vida fue sacerdote. Fue un gran divulgador, traductor de obras del pensamiento europeo, filósofo de cuño original, y gracias a su magisterio oral y escrito se iniciaron en la filosofía, y aún hoy día lo siguen haciendo, multitud de promociones universitarias….En 1912 obtiene la cátedra de Ética de la Universidad de Madrid. Su pensamiento oscila en este momento entre el kantismo —tesis doctoral sobre La estética de Kant (1912); monografía sobre La filosofía de Kant, Una introducción a la filosofía (1917); traducciones de la Crítica del juicio (1914), de la Crítica de la razón práctica (1918) y de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1921) kantianas— y el bergsonismo —La filosofía de Bergson (1917)—. Durante los años veinte inciden sobre su mente el biologismo histórico de Spengler (tradujo la famosa Decadencia de Occidente del citado filósofo de la historia alemán), Rickert, Simmel, y la axiología, merced a la incorporación que se hizo de la obra de Scheler y Hartmann a través de la Revista de Occidente. En las postrimerías de este decenio termina las traducciones de las Investigaciones lógicas de Husserl (1929), junto con José Gaos, y del Origen del conocimiento moral de Brentano: el método fenomenológico será utilizado en adelante con singular destreza en su indagación filosófica.WIKIPEDIA

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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