Séneca
pregonaba algo parecido a la ataraxia. Ese alejamiento de todo disturbio y toda
pasión.
Pero no al
grado de Parrón de Elis, contemporáneo de Alejandro Magno. Se tiene a Parrón
como el patrono de los escépticos.
Entendido el
escepticismo como una posición positiva hacia la vida.
No el murmurador patológico que critica hasta de su sombra y al final
queda enredado en su propio amargo laberinto.
De hecho
Parrón iba más allá del escepticismo. Había renunciado a cuestionar todo. Se
había ido hacia las regiones de su interior. Dudaba, y pensaba, como se hace en la ciencia, la religión y la filosofía.
Imagine
alguien de nuestros días apagar el teléfono celular para, en lugar de hablar, poder pensar.
Séneca
relata al humano enfrascado en lo que
conocemos familiarmente como “lucha de todos los días por la vida”.
Primero
definir la coherencia de pensar y actuar. La propia lucha contra la bipolaridad
intelectual o de principio o de creencias. Esa que en el sindicato y en el partido me hace pasar por “democrático” y los domingos
voy ver a la virgencita de Guadalupe.
Séneca
encuentra que el asunto es más
complicado, ya sea por presión o por deseo propio:” No me pidas que viva
conforme a mi doctrina”.
El mismo san
Agustín confesaba saber qué era el bien pero
con frecuencia se sentía atraído
por el mal. El mal según los principios de la meta que se haya propuesto.
Cuando estuvo decidido seguir a Cristo elevaba sus ojos al cielo y decía:
quiero seguirte pero no puedo renunciar a la mujer. Tanto era verdad que, antes
de decidirse, tuvo varias mujeres y un
hijo.
Sabía lo que
decía. Estaba lejos de ser misógino pero la mujer no iba conforme al plan de
vida que potencialmente sentía podía desarrollar.
Séneca logra
por fin actuar conforme piensa y sabe ya cuál es su lugar en el mundo. Era un
hombre muy rico y aprecia el valor práctico
de las riquezas:
“Confeso que
se han de tener, y que son útiles, y que acarrean grandes comodidades a la
vida.”
Y sin
embargo no es eso lo que a Séneca le interesa. Para él el dinero debe ser efecto de la causa. En otras palabras, según
de dónde venga ese dinero, será motivo de comodidad de ánimo o desventura
mental. Busca de la antinomia, dinero-principio
espiritual, un sano equilibrio.
Jesús había advertido
lo difícil que es conciliar dinero y espiritualidad.
Séneca, al parecer,
auxiliado por su actitud estoica, de hombre pagano de su tiempo, como veremos,
es de los que sí pasaron por el ojo de una aguja.
No sería de
los que se pasan la vida tomando pastillas, para tratar de borrar, y así poder
dormir.
El filósofo
sabría cómo ganar el dinero y sabría cómo gastarlo, y evitar con esta la
fórmula el consumo de somníferos para aguantar la conciencia. Puestas las cosas en su lugar,
exclama:
“Deja,
pues, de prohibir a los filósofos las riquezas, que nadie condenó
a la sabiduría a que fuese pobre. Podrá el filósofo tener grandes riquezas;
pero serán no quitadas a otros ni manchadas con sangre ajena; tendrálas, y
serán adquiridas sin injurias de otros y sin ganancias suyas, y en él será
igualmente buena la salida, como lo fue la entrada.”
Parece, pues, que ya ( ya desde que Séneca vivía) no son los tiempos en que los filósofos, gente del área intelectual y mística ande en burro. Lo que interesa es de dónde vino el dinero para comprar el burro.
Parece, pues, que ya ( ya desde que Séneca vivía) no son los tiempos en que los filósofos, gente del área intelectual y mística ande en burro. Lo que interesa es de dónde vino el dinero para comprar el burro.
Hasta los oídos de Séneca llegaba este murmullo que él mismo consigna:
“¿Por qué
este filosofo tiene tan grande casa? ¿Por qué come tan espléndidamente?” Las
riquezas materiales eran para Séneca una
ocasión para probar, en la práctica, su modo de pensar. ¿Era sólo un teorizante
que escribía libros de superación o era también congruente con sus palabras?
La prueba no resulta nada fácil. Al igual que
un enorme y sabroso pastel de chocolate,
lo es para el que vive una sana dieta. Lo come pero no se suicida con él.
Sin
aspavientos, y serenamente apertrechado en su pensamiento estoico, de pagano,
vive Seneca.
No es la
abrumadora cantidad de ofertas de mercado, ideas y sofismas, las que cierran las
puertas de la libertad del hombre, encadenándolo. Es la falta de vitaminas
culturales la que lo hacen vulnerable.
Siempre
llevamos el combate fuera de nosotros. Los alpinistas lo sabemos bien. Decimos
esa montaña opone serios obstáculos para
ascenderla. Como si la montaña fuera una cosa viva y tuviera poder de
decisión al estilo humano. Es el alpinista el que está considerando el asunto
según sus posibilidades psicofísicas.
Dos veces intentamos, Armando A. A. otros montañistas, y yo, dar la vuelta al Pico de Orizaba, en la cota
de los 4 mil metros, más o menos. Un día por fin lo logramos. ¿Qué tuvo que ver en todo
esto la montaña?
A.A.A. Recorriendo los lahares del lado oeste del Pico de Orizaba |
Dice nuestro
filósofo:
“No me
estimaré por estas cosas, porque aunque estén cerca de mí, están fuera de mí.
Llévame asimismo a pedir limosna al puente madera y apártame entre los mendigos,
que no me desestimaré por verme sentado entre los que extienden la mano al
socorro.”
Séneca es
así porque está consciente de otro factor
de la vida que la gente, en su apresurada “lucha de todos los días por
la vida”, no toma en serio.
Nuestra
cuenta en el banco del tiempo se agota, desde el momento en que óvulo le da la bienvenida al espermatozoide,
así estemos despiertos o dormidos. Se achica el tiempo, como la misteriosa piel
de burro de la novela de Balzac.
Kirk Douglas,
en la película Patrulla infernal,
1957, presencia que tres soldados franceses, sentenciados injustamente a muerte,
por el cargo de cobardía, uno de ellos en su celda, de la que saldrán al día
siguiente para ser fusilados, ve una cucaracha y exclama: “mañana nosotros
estaremos muertos y ella seguirá con vida.”
Séneca
escribe:
“No hay
quien pueda restituirte los años, y ninguno te restituirá a ti mismo, la edad
proseguirá el camino que comenzó, sin
volver atrás ni detenerse; no hará ruido ni te advertirá de su velocidad;
pasará con silencio, no se prorrogará por mandado de los reyes ni por el favor
del pueblo; correrá desde el primer día como se le ordenó; en ninguna parte
tomará posada ni se detendrá. ¿Qué se seguirá de esto? Que mientras tú estás ocupado,
huye aprisa la vida, llegando la muerte, para la cual, quieras o no quieras, es
forzoso desocuparte.”
Séneca |
“Lucio Anneo
Séneca (Latín: Lucius Annæus Seneca), llamado Séneca el Joven (4 a. C. – 65)
fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de
carácter moralista. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue Cuestor, Pretor y
Senador del Imperio Romano durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio
y Nerón, además de Ministro, tutor y consejero del emperador Nerón.”WIKIPEDIA
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