CARREL, HOY NO ES PRECISO ANDAR


 

“Hoy no es preciso andar”, dice Alexis Carrel, en su libro La incógnita del hombre,  primera edición de 1954.

“Los ascensores han substituido a las escaleras. Todo mundo viaja en autobuses, tranvías o taxis, aun cuando sea muy corta la distancia a recorrer.”

Era, para la sociedad de su tiempo, un juicio sintético el de Carrel, el resultado de un trabajo in situ. En la que ya se contaban las calorías necesarias, se alerta contra los peligros del excederse en las mismas y se recordaba el haber abandonado la dieta rural:

“Los alimentos de nuestros antepasados, que consistían principalmente en harina ordinaria, carne y bebidas alcohólicas, han sido substituidos por alimentos mucho más delicados y variados…El alimento de los niños  ha sufrido una profunda modificación. Ahora es muy artificial y abundante. Lo mismo puede decirse de la dieta de los adultos.”

 Para otros lugares del continente era una observación que todavía causaba risa.  Al sur del Río Bravo la mayoría de los países estaban poco industrializados y la gente de campo caminaba  por necesidad y por gusto. Todavía era mucho de lo que el autor dice en seguida:

“Los ejercicios corporales naturales, tales como andar y correr sobre terreno accidentado, el alpinismo, la labranza manual de la tierra, el derribo de los árboles con hacha, el trabajar expuestos a la lluvia, al sol, al viento, al frío y al calor.”

 Las fotografías de las ciudades mexicanas de ese tiempo  (mediados de los años cincuenta) muestran calles casi solas con apenas  dos o tres automóviles estacionados o circulando por ahí. Cuando más era el tiempo de las bicicletas. En el campo, efectivamente, se desconocía la sierra eléctrica para cortar árboles.
Ciudad de México, 1950

La dieta  del campesino de la región del Mezquital, de Actopan, Estado de Hidalgo, México, que se tenía como la más pobre del país, en ese tiempo, consistía en frijoles, tortillas, chile y algunas verduras del campo. En ocasiones una magra ración de carne de aves de corral casero.

Según un estudio que el francés René Dubos hizo, en esta región, reveló que era la gente más sana, con poca o ninguna grasa  obstruyendo las coronarias.

En lo que se refiere estrictamente a la alimentación, no a otros factores ambientales que no es el caso mencionar en esta nota.

Mas el arquetipo a seguir era la comida de los países del norte del continente y por eso al Mezquital  se le tenía como una dieta miserable.
Ciudad de México, 1950. Calle Madero, primer cuadro de la capital.
 Aparte de las endémicas inundaciones de la metrópoli
lo que aquí se quiere mostrar
es el escaso número de habitantes
 que a la sazón había en
la ciudad más grande del país: 3 millones.

Las actividades deportivas eran por lo general al aire libre y casi se desconocían los “deportivos”. Correr nadar, mucho excursionismo como deporte a través de las montañas.

La gente del deporte, empero,  ya miraba extasiada  también hacia el norte, la región continental de la que Carrel dice que:

“En todas partes hay campos de tenis y de golf, pistas artificiales de patinaje, piscinas caldeadas y arenas resguardadas, donde los atletas se ejercitan y luchas protegidos contra la intemperie. De este modo, todos puede desarrollar  sus músculos sin estar sujetos a la fatiga y a las penalidades  que llevan consigo los ejercicios correspondientes a una forma de vida más primitiva.”

Otra cosa llamó la atención “deportiva del sur” y fue el “medallero olímpico”. Y con sobrada razón ya que, sin lugar a dudas, en los pueblos indoamericanos hay “madera” para medirse con los mejores del mundo, aquí, en China, en Brasil, en Tumbuctú o donde sea.

Los guías profesionales, de los Alpes europeos, idearon por ese mismo tiempo, mediados del siglo, la manera de practicar escalada, para no perder la “forma” en temporadas invernales, cuando no hay clientes que conducir a las montañas, por  diedros, glaciares y paredes que están llenos de nieve, fijar primitivos (fue el principio) asideros de  madera en las paredes de sus casas.

Guías de Chamonix, Francia, practicando
 en construcciones del valle, mientras pasa el invierno.

Foto tomada del libro Ascensión al Aconcagua,de
René Ferlet, 1956,
Editorial Caymi, Buenos Aires.
En México, país tropical, en el que casi se desconoce la nieve que llega del cielo, también nos gustó la idea y la escalada en gimnasios conoció su auge, lejos del aire, el sol, la lluvia, el frío, el calor, la altitud donde escasean los glóbulos rojos.

Y, como dice el letrero, en las películas de Hollywood: CINCUENTA AÑOS DESPUES:

Cincuenta años después campea al sur del Bravo  el sobrepeso y el rosario de patologías afines.
Tabla tomada de El País
11 de noviembre de 2017
Fuente OCDE: Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Economico


Se ha visto ahora que formar atletas de elite es demasiado costoso en dinero para un país. Para cualquier país, aun el más rico. Y sólo para que un reducidísimo  grupo de individuos  se mueva en el marco del ego deporte internacional o lo que se conoce como “medallero olímpico”.

Para ser virtuoso en el deporte, como en la música y en la ciencia, se empieza desde temprana edad(santo Tomás de Aquino empezó con la filosofía-teología a la edad de 5 años) y para los 15 años de edad ya debe de contar el individuo con varios lustros en el gimnasio, bajo supervisión médica, dietista, deportista, etc. Esto requiere un programa sin interrupción.

En los países democráticos, donde la alternancia política es cada 6 años o algo así, hay la tentación, casi la regla, que la nueva "camada" de directivos eche al cesto de la basura todo lo de sus antecesores y empiece "su" programa. Nuevas ideas, otros instructores. Todo termina y todo empieza. A la ego  olimpiada internacional van, por las causas anotadas, no por incapacidad psicofísica, de los deportistas, los mediocremente capacitados a enfrentarse con los que sí tiene una disciplina de primer mundo. Son  superhombres, o supermujeres, sin lugar a dudas, nuestros pobres deportistas que regresan con alguna medalla de oro.

Tarde, ya estamos demasiado gordos.

Sano sin lugar a dudas, dicen voces que dan la señal de alerta, sería que esos recursos económicos se canalizaran, efectivamente, a través de las federaciones deportivas de los Estados, para el deporte buscando la salud del pueblo.

 ¡Deporte del pueblo en general  por la salud!

Tarde. Hace ya algunos años figuramos como el primer país en diabéticos, sobre peso e hipertensos.

Hay la curiosa creencia que los atletas olímpicos se tomarían como paradigmas a seguir por el pueblo. Que serían la causa del efecto. Parece que es  hora de considerar el asunto al revés. Desde el efecto ir  hacia la causa. Desde la realidad de las enfermedades modificar la mentalidad de la causa.

En otras palabras, abandonar el ego deporte internacional y,  ayudar a la ciencia médica en la luchar contra las patologías mencionadas que en números abrumadores padece la gente. Las patologías mencionadas han sido declaradas, en el país, no como enfermedades de temporada, sino como epidemias que llegaron para quedarse, así de grave.
 75 años de vida.
La cuestión es en qué condiciones se llega a esa edad.
En el país se practica el ejercicio, en equipo, o individual,
muy intenso, de los 15 a los 35 años de edad.
Los siguientes 30 años es un declive imparable hasta
la incapacidad psicofísica.
El porcentaje que escapa a esta regla es mínimo.
Al menos 20 años de sangría económica para la familia y para las instituciones de salud,
en gasto de medicinas y tratamientos médicos.
Para el bienestar del pueblo el deporte sería para conservar la salud
y abandonar la competencia y el ego deporte internacional.
Tabla tomada de El País, 11 de noviembre 2017


 
Urgen  entonces las actividades deportivas, despojadas del factor competencia ego internacional,  apropiadas para ayudar a la ciencia médica a  conservar, o recuperar, la salud psicofísica de los individuos.

Después de todo no hay contrincante más fuerte, a vencer, que los propios hábitos como el fumar, exceso en el comer, en el beber. etc.

Grandes atletas del mundo han caído  a los pies de sus propias patologías.

 El deporte por la salud del pueblo  va en sentido contrario al medallero olímpico…

Hoy no es preciso andar, lo dijo hace mucho tiempo Carrel, pero no entendimos su intención.

Más acá Bukowski lo dice  irreverente en su modo de la  novela El capitán salió comer y los marineros tomaron el barco: "Bajé desde el tercer piso por las escaleras mecánicas. ¿Quién inventó las escaleras mecánicas? Escalones que se mueven. Y luego hablamos de locuras. La gente sube y baja por las escaleras mecánicas, en ascensores, conduce coches, tiene garajes con puertas que se abren  tocando un botón. Luego van al  gimnasio a quitarse la grasa. Dentro de 4,000 años no tendremos piernas, nos menearemos hacia adelante, usando el culo, o quizá simplemente rodemos como rastrojos que lleva el viento."

Carrel
El nombre de Alexis Carrel es universalmente conocido: en el campo de la ciencia, por sus estudios y sus realizaciones prácticas en el cultivo de los tejidos, su técnica de sutura con "tres hilos", la anastomosis de los vasos y trasplantes orgánicos, y la construcción de un corazón artificial; en el ámbito de la cultura general, Carrel resulta notable como escritor por su libro La incógnita del hombre, y en el mundo religioso, por su franca actitud de científico La fama de sus trabajos, investigaciones y conquistas alcanzó pronto una difusión tal que en 1912 se vieron coronados con el Premio Nobel de Fisiología y Cirugía fisiológica.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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