ARISTOFANES, LA PAZ


 

Apreciamos la paz cuando los sufrimientos de la guerra caen dentro de la misma generación. Después todo se va diluyendo hasta convertirse en relatos de viejos.

En el apresurado México, del siglo veintiuno, pocos quedan del tiempo de la revolución de 1910.Ya nadie quiere oír sus trillados relatos.

De cuando los bandos revolucionarios acababan con el ganado y los granos del campo. Los campesinos y los citadinos tuvieron que hervir cinturones y monturas de los caballos para comerlos a falta de carne.

El que podía hacerse de un kilo de masa procuraba hacer tortillas sin ruido para que los otros no se enteraran. Las familias escondían a sus hijas lo mejor que podían porque los revolucionarios se las llevaban o, enfrente de todos, las violaban multitudinariamente hasta que morían.

Una cubeta llena de monedas y billetes  apenas alcanzaba para comprar una pieza de pan. Cuando la ropa vieja era rescatada de la basura y volvía a ser de gran utilidad. Todo eso y más.

Y en las filas de la revolución, como dice Margarita Mitchell, en su novela Lo que el viento se llevó, había por todas partes hambre, rapiña, enfermedades venéreas, piojos y disentería.

Este es el panorama en el que Aristófanes escribe su obra para teatro La paz. El padre Ángel María Garibay K. (décima edición con traducción directa del griego y notas suyas para la librería Porrúa), dice que esta comedia fue estrenada en 421 a C.

 “Diez años llevaban de guerrear los de Atenas con los del Peloponeso. Los lacedemonios invadían a cada rato los terrenos y no dejaban  a los campesinos llenar siquiera la necesaria subsistencia para ellos y sus familias. Treguas había habido varias, pero casi todas fuera de tiempo y contrato.”

 Tal ambiente de muertes, miserias e inseguridad, fue lo que motivo a Aristófanes escribir con la intención de hacer conciencia, en los asistentes al teatro, el valor que tiene vivir en tiempos de paz.

Destaca algunas voces perturbadoras que viven en la perspectiva de la guerra ya por ideas, como los niños que aparecen en escena de la obra cantándole a la guerra. Nada saben ya de los vaivenes de la guerra y se sienten tentados a probar a su vez.

Otras voces son de los que fabrican los cascos y las lanzas. ¡No tienen mercado y ni pensar en malbaratarlas para darles otro uso!

 Trigeo, el personaje central de la obra, le dice a uno de los vendedores que  le compra los cascos, en precio casi regalado, pero solo para usarlas cuando la gente  va a descargar los intestinos (al revés del bacín que Don Quijote usa como casco de caballero).

 ¡Una ofensa! ¡Los cascos se fabrican  para las acciones heroicas, no para defecar en ellos!

El Leit motiv de la obra es la paz pero la trama va en pos del matrimonio de Trigeo con Opora, diosa ésta  de los frutos.

Aristófanes, sabe el que lo conoce, procura quitarle lo sombrío a las tragedias(como las de su contemporáneo Eurípides) hasta que logra convertirlas en comedias. Para tal cosa no se ahorra, por cierto, expresiones soeces. Es su estilo.

Entre otras cosas destaca que en la guerra hay de todo tipo de carencias materiales y conductas de porquería.

 En tanto que en la paz puede haber abundancia de manjares, sobre todo para la mujeres…

“Aristófanes (en griego Ἀριστοφάνης; Atenas, 444 a. C. - 385 a. C.) fue un famoso comediógrafo griego, principal exponente del  género cómico Vivió durante la Guerra del Peloponeso, época que coincide con el esplendor del imperio ateniense y su consecuente derrota a manos de Esparta. Sin embargo, también fue contemporáneo del resurgimiento de la hegemonía ateniense a comienzos del siglo IV a. C. Leyendo a Aristófanes es posible hacerse una idea de las intensas discusiones ideológicas (políticas, filosóficas, económicas y literarias) en la Atenas de aquella época. Su postura conservadora le llevó a defender la validez de los tradicionales mitos religiosos y se mostró reacio ante cualquier nueva doctrina filosófica. Especialmente conocida es su animadversión hacia Sócrates, a quien en su comedia Las nubes lo presenta como un demagogo dedicado a inculcar todo tipo de insensateces en las mentes de los jóvenes. En el terreno artístico tampoco se caracterizó por una actitud innovadora; consideraba el teatro de Eurípides como una degradación del teatro clásico.”WIKIPEDIA

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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