LEER, RECOMIENDA SCHOPENHAUER

Leer es para Schopenhauer una especie de “blindaje”, como ahora se dice, para situaciones que encontramos a lo largo de la vida, que van desde las muy placenteras hasta las traumáticas.

En ocasiones la lectura de una página ayuda más que el diclofenaco o que un té de pasiflórea.

Una de esas situaciones, dice Schopenhauer, y que considera de consecuencias insospechadamente graves, es el aburrimiento. Este nos obliga a salir, a ir fuera de nosotros.

Curiosamente dice que leer de filosofía no le ha reportado beneficios, como lo entendemos en el mercado de valores, pero sí le ha evitado muchos sinsabores.

Schopenhauer quedó  en la vida de tal manera que vivió la vida(valga la tautología) como seguramente muchos soñamos llevarla, de haber podido: sólo leer y escribir, del alba hasta el ocaso, con toda libertad, como a él se le diera su real y regalada gana, sin tomar parecer ni a al diablo ni al noúmeno.

Y, como le gustaba decir sus verdades, empezando con los profesores de filosofía, seguidos de Hegel y algunos otros peces grandes de la filosofía alemana, declarando su preferencia por la cultura francesa, con eso se aseguró la animadversión en algunos centros culturales por los siglos de los siglos.

En Parerga y Paralipómena dice que hay innumerables gradaciones de la vida intelectual que hay que llevar junto a la real, hasta las más altas producciones de la poesía y la filosofía:

“Tal vida intelectual no sólo previene del aburrimiento sino también de sus funestas consecuencias. En efecto, ella se convierte en defensa frente a las malas compañías y los muchos peligros, desgracias, pérdidas y derroches en que uno cae cuando busca su felicidad en el mundo real. Así, por ejemplo, a mí la filosofía nunca me ha reportado beneficios, pero me ha ahorrado muchas cosas.”

Fue un pensador original en el sentido que no estaba comprometido con nadie en la vida práctica, pero estaba consciente, en cuanto a hombre de letras, que no había nacido de generación espontánea.

Platón y Kant eran sus autores, principalmente, pero se pueden citar otros filósofos. Además, dice Gardiner “Schopenhauer derivó sus ideas principalmente de los textos de religiones y cultos orientales.”

(Patrick Gardiner, Schopenhauer, Fondo de Cultura Económica, México, 1975)

Tenía mucho interés en conocer las ideas de otros, tanto en filosofía como en sociología. Gustaba de leer novelas. Al mismo tiempo sentía una enorme prevención contra los sonados éxitos editoriales que anunciaban el mercado de los libros, al punto que es famosa su idea “el arte de no leer”.

Sin embargo, apunta Gardiner “Leyó mucho, con un considerable conocimiento de la literatura española e italiana, lo mismo que de la francesa e inglesa.”

Santayana
 
Viñeta tomada del diario El País
 
Escribió sobre numerosos temas, lo que se ve, por ejemplo en su obra Paralipómena, de ahí que Gardiner diga de él:

“Son estas complejidades las que, en general, hacen difícil “colocarlo”, acomodarlo en uno u otro casillero, con etiquetas tales  como “subjetivista”, ”materialista”, “realistas”, etc. cosa que encanta hacer a los historiadores de la filosofía.”

Schopenhauer es duro cuando observa en dónde fincamos nuestra felicidad, los hombres del común, en el tener, del exterior, descuidando cuestiones de nuestro interior. Y, cuando aquellas situaciones extremas nos fallan, no tenemos sustento sólido y sentimos que nuestro universo se desploma.

En lo que sigue recuérdese que Schopenhauer nunca llevó una “vida común”, como procuramos llevarla la mayoría, y que toda su vida la pasó solo, sin nada que pareciera una “vida del hogar”. En cambio su soledad terapéutica, la llenaba con la lectura y escritura, principalmente de filosofía:

“El hombre normal está remitido con respecto al disfrute de su vida a cosas externas a él: a las posesiones, el rango, la esposa e hijos, los amigos, la sociedad, etc. y en ellos se apoya su felicidad vital: por eso se derrumba cuando los pierde o cuando se ve decepcionado con ellos. Para expresar esa relación podemos decir  que su centro de gravedad recae fuera de él:”

Schopenhauer está consciente que no todos nacen para el matrimonio y la vida  en familia. Para esta clase singular de individuos, hombres y mujeres, a los que él por voluntad propia pertenecía, el filósofo da una pauta para su vida:

“Un hombre de capacidades espirituales no precisamente eminentes pero que sobrepasan la corta media usual, veremos que este acaso practique como diletante una arte bella o cultive una ciencia real como la botánica, la mineralogía, la física, la astronomía, la historia, etc. y en seguida encontrará en ello una gran parte de su placer, recreándose  con eso cuando dejen de manar  aquella fuentes externas  o ya no les satisfagan.”

Y acaba la nota con estas palabras, como un hombre que busca darle valor a la vida, y no escéptico ni negador de la vida como gustan decir de él sus detractores:

“Nuestras virtudes morales redundarán principalmente en el bien de los demás; las intelectuales, en cambio, nos benefician ante todo a nosotros mismos.”

(Parerga y Paralipómena, capítulo II)
 
 

“Arthur Schopenhauer [  'ʔatʰu:ɐ 'ʃo:pnhaʊɐ (?•i)] (Danzig, 22 de febrero de 1788 — Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta.”Wikipedia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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