Bakunin y la Novena

Todos podemos imaginar como Bakunin, el gran rebelde, se ha ido poniendo tieso, sentado en su palco, en tanto escuchaba a esa orquesta de la Opera Real de Dresde. Esta, bajo la dirección de Ricardo Wagner, se encuentra ejecutando la Novena Sinfonía de Beethoven. Su mirada se hace brillante, casi al punto de las lágrimas y su rostro se transforma al grado que no puede contenerse. Y brinca, bajo el delirio, encaramándose al podio de esa orquesta, hasta llegar a Wagner bajo la expectación del público, también delirante...

Quizá el jazz con su amplia libertad para la improvisación pudiera satisfacer a los anarquistas, cuando hablan, con ese gran anhelo de la vida renovada, de derribar Lo establecido. Los cantadores de sones huastecos con su extraordinaria facilidad para componer versos, sobre la marcha en el borde mismo de la mesa del cliente, también debe decirles mucho.

El ir siguiendo una partitura que se escribió hace mucho tiempo es una cosa absurda, horrible, falta de imaginación, de poder creativo. Esforzarse en reproducir fielmente La Gioconda una aberración para el genio creador que hay en los humanos. La reproducción idéntica de los rasgos de Tlaloc, por los tlacuilos, en Los códices a través de los milenios o en las estelas de roca, es igualmente absurdo, decadente.
Bakunin

Para el pensamiento anarquista en esto no hay nada de revolucionario. El arte debe ser sustituido por la artesanía. Un pueblo no se puede dar el lujo de tener solamente uno o dos genios. Cada hombre y cada mujer deber ser artistas, artesanos. El arte del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

Para Proudhon es mejor que un pueblo tenga 10 mil artistas pintores a que tenga un genio de La pintura. En realidad el antiautoritario Luchador social (igual que Lo dice Totstoi) intuye que en todo esto hay mar de fondo y de manera instintiva se rebela. Lanza anatemas y condena aun antes de saber con certeza de qué se trata. Pero un día lo descubre. Proudhon no se chupa el dedo, sabe y va al grano con ejemplar honestidad intelectual: El artista tiene poder sobre nosotros, como el hipnotizador sobre el hipnotizado”.

Al condenar el anarquista a esa obra maestra condena al artista genial y anuncia la desaparición del museo de arte. La sociedad de ahora ya no es la misma de hace medio siglo ni menos de hace 300 años. Cada tiempo tiene su sociedad y cada sociedad tiene sus gustos y sus necesidades. El pintor o el músico o el escultor o el ebanista no puede ignorar el presente y estar reproduciendo los mismos rasgos que alguien pintó en siglos pasados.

La figura del bombista irreverente se ríe del adusto edificio de gobierno, que sabe que lo puede hacer volar en cualquier momento. Pero, ¿cómo hacer volar en mil pedazos la tradición cultural que desde el nacimiento de esa sociedad se ha venido depositando en La mente de los humanos? Se necesita otro tipo de bombista. Pero ni Ibsen, Nietzsche, Wagner, lo han logrado. Ni Bakunin.

Miguel Bakunin, la encarnación misma del espíritu de rebelión, tiene que aceptar, ya casi en su lecho de muerte que, después de todo, hay algo que sobrevivirá a las bombas y al mismo final de los finales. Ni el nuevo diluvio universal lo dañará. Solamente Dios sobrevivirá a toda catástrofe universal. Bakunin sabe ya que otra cosa, que no es Dios, también sobrevivirá. Dice:  "Todo pasará, y el mundo perecerá, pero La Novena Sinfonía sobrevivirá”.Recuerda, pues es algo que no ha olvidado ni jamás ha querido olvidar, aquel día en la Opera Real de Dresde que llegó hasta Wagner para gritarle: Si toda la música estuviera condenada a perecer en la conflagración universal, por venir, nosotros ( él y Wagner) tendríamos que salvar esa Sinfonía, aun a riesgo de nuestras vidas, si fuera necesario”.

Y con esto quiso decir que también tendrían que salvar la partitura y la orquesta, el elemento humano, los músicos, para que la ejecutaran, igual que como Beethoven la escribió, sin variar un ápice Y también construir un museo para resguardarla. Y una hermosa sala   para escucharla...


“(Mijaíl Alexandrovich Bakunin; Priamujino, Rusia, 1814-Berna, 1876) Teórico político y agitador revolucionario anarquista ruso. Hijo de un terrateniente de ideas liberales, estudió en la escuela de artillería de San Petersburgo y llegó a ser oficial de la guardia imperial. Enviado a una unidad militar en la frontera polaca, se ausentó sin permiso y a punto estuvo de ser juzgado por deserción. Tras abandonar el ejército, comenzó a interesarse por la filosofía, principalmente por la obra de los alemanes Fichte y Hegel, y fue a estudiar dicha materia en Moscú y San Petersburgo”.Wikipedia

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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