Filosofía Náhuatl de León Portilla

 Cumplió 50 años  la primera edición de La Filosofía Náhuatl del doctor Miguel León-Portilla. Haber nacido en México, mexicano de origen, o mexicano de adopción, y no haber leído esta obra es como haber nacido, o estar viviendo, en cualquier otro lugar del mundo. Ser musulmán y no tener ni idea de qué trata el Corán o ser griego  y no haber leído a Sócrates o haber nacido argentino y no saber de la obra literaria de   Lucio V. Mansilla o ser terrícola y no conocer ni siquiera el nombre de este planeta, ser español y no conocer a Cervantes.

 La Filosofía Náhuatl es la revelación que nos permite conocer las alturas alcanzadas del pensamiento lógico del “mexicano” prehispánico. “La obra del  investigador emérito significó una distinta y original visión del  pasado indígena de México y la apertura de una nueva luz que iluminó, desde el alma profunda de este pueblo, el conocimiento de los hombres que hablaron lengua náhuatl”,  dijo Mercedes de la Garza Camino, directora del Instituto de Investigaciones Filológicas,de la Universidad Nacional Autónoma de México, al celebrarse el medio siglo de la primera edición de esta magna obra.

Miguel León Portilla
 Nosotros hemos puesto este “mexicano” entrecomillado  porque el mexicano era una de tantas etnias. Pero ahora hasta los huicholes son mexicanos, ¡qué cosa tan extraña!  ¡Y el colmo es que, si acaso,  hay mexicanos, es decir, aztecas. Ellos cumplieron con su destino manifiesto y ahora son parte de la cauda solar. A nosotros nada más nos dejaron su nombre! Pero esa es otra historia.
 Quizá no  haya aztecas  pero sí nahuas, pensamiento náhuatl. Filosofía Náhuatl.Por eso no se llama Filosofía Azteca.

No, no he leído esta filosofía  ni ninguna otra, yo sólo leo novelas. Los novelistas son imaginativos, no aburridos como los filósofos. ¡Estás en un error! Los científicos tienen más imaginación que los novelistas. Así fue como las islas y los continentes empezaron a navegar por todos los mares. Los dinosaurios se hicieron pajaritos, les salieron alas y ahora vuelan. Y todos estamos pegados a la Tierra nada más por el área reducida que ocupan nuestros zapatos pero la cabeza la tenemos colgando hacia el vacío sideral.  Las estrellas que vemos brillar arriba en realidad están allá abajo. ¡O ya no existen! ¡Eso sí es imaginación! Sólo que la  imaginación de un científico se detiene para preguntarse, mirar y comprobar.

 Un científico se dijo una tarde,  que tomaba una taza de café: se me hace que las Antillas estaban frente a San Francisco. Pues sí  pero ahora tenía que comprobar que entre la costa oeste de los Estados Unidos y las Antillas había coincidencia de tipos de roca y de fósiles.

En cambio un novelista se deja llevar  por su imaginación lírica pues lo  que escribe sólo existe en su imaginación y no tiene que darle cuentas a nadie. “La lectura novelesca es un tipo de sueño que no realizamos dormidos sino en estado particular que no corresponde enteramente al estar despierto”, escribió Silvia Adela Kohan. Se nos ocurre que para escribir La Filosofía Náhuatl el doctor León- Portilla debió haberse preguntado: ¿los nahuas  se cuestionaban respecto del ser? ¿Podía  haber filosofía en los pueblos indios cuyo pensamiento es de orden mitológico o cronológico,y  se conducen con categorías del pensamiento mítico? Y ahí fue donde tuvo que estudiar otra vez a Sahagún, Durán, Chimalphain, Cortés, Díaz del Castillo. Toda una empresa intelectual. Y,creemos, fue hasta entonces cuando empezó el  gran proyecto de  escribir La Filosofía Náhuatl. Así como Virgilio nos va relatando la epopeya del pueblo troyano, guiado por Eneas hasta Italia, así el doctor León- Portilla  nos va describiendo la “Peregrinación” del pueblo náhuatl,  pero en un horizonte  de filosofía.

El autor  es de nuestro tiempo, estudia  y viven en el mismo campus universitario  en el que nosotros trabajamos todos los días. Leer La Filosofía Náhuatl es el más grande reconocimiento que  podemos hacer al pensamiento nahuatl y al  doctor Miguel  León- Portilla.



“Su tesis doctoral "La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes" escrita en 1956 bajo la orientación de un notable nahuatlato (hablante de náhuatl), el padre Ángel María Garibay. También logró reconocimiento a través de la traducción, interpretación y publicación de varias recopilaciones de obras en náhuatl. León-Portilla ha encabezado un movimiento para entender y revaluar la literatura náhuatl, no sólo de la era precolombina, sino también la actual, ya que el náhuatl sigue siendo la lengua materna de 1,5 millones de personas. Ha contribuido a establecer la educación bilingüe rural en México.
León-Portilla también ha contribuido a descubrir las obras de fray Bernardino de Sahagún, fuente primaria sobre la civilización azteca, a quien polémicamente declaró primer antropólogo de los nahuas. Sahagún registró el conocimiento de los sabios nahuas (tlamatinimê) en lengua vernácula. A solicitud de las autoridades españolas, escribió en castellano una versión de dicho conocimiento en su Historia general de las cosas de la Nueva España, pero su obra original, el Códice Florentino, nunca se publicó. Antes de León-Portilla, el códice había sido traducido sólo una vez (al alemán), y aún esa versión era incompleta. En noviembre de 1998, la asociación Juchimanes de Plata, A.C. le otorgó el Premio Juchimán de Plata a través de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.
Como historiador, León-Portilla nos brinda una comprensión de la figura de Tlacaélel. Originalmente nombre turbio en algunas crónicas, hoy se ve a Tlacaélel como arquitecto del Imperio azteca. Su discípulo más destacado es el mexicano-francés Patrick Johansson K., autor de La palabra de los Azteca” (Wikipendia)

2 comentarios:

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  2. [o ser griego y no haber leído a Sócrates]... Algún libro de Sócrates?

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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