La culpa, según Aristóteles

Editado por la Universidad Nacional Autónoma de México, 1994,traducción, introducción y notas de Antonio Gómez Robledo
El asunto de Ética Eudemia es un supremo esfuerzo que hace Aristóteles por poner  todas las acciones del hombre bajo la causa y el efecto dirigido por él, por su raciocinio. Pero, admite, suele haber algo que se sale de este razonar. Tal abstracción, llamémosle así, se controla por medio de la virtud pero la virtud no es algo  que esté bajo el control del hombre. Parecido a la belleza que es por sí, no porque alguien la haga.

Al menos de no todos   los hombres porque, “Todos los hombres son iguales mientras duermen” pero al despertar cada quien se va por su lado. Es una bella metáfora de la cueva de Platón del hombre que va despertando a la luz del conocimiento. Iguales en la inconsciencia, pero diferentes en el conocimiento.

Sin embargo ese no es el punto. El asunto es qué mueve al hombre en un sentido o en otro.

Dos circunstancias pueden ayudar  a aliviar la responsabilidad  moral cuando se comete un crimen. Una por ignorancia y la otra por violencia.

Por ignorancia por ejemplo si alguien mata a su hijo al que s e le ocurrió entrar subrepticiamente brincándose la azotea de la casa y no lo hizo por la puerta. El padre, creyendo que se trata de un ladrón, lo hiere de muerte.

El modo de violencia es cuando alguna clase de tirano, obliga  bajo la amenaza que de no cometer un crimen por encargo su familia morirá.

 De aquí   se desprende que otro modo, ya con toda la estructura jurídica institucionalizada, sería el caso del militar profesional en caso de guerra.

 Pero en todos estos casos se requiere de un proceso mental complicado. Suele suceder que los soldados antes de entrar en combate  ingieran o s e les proporcione alguna clase de droga, aunque sea un trago de tequila o un cigarro de marihuana. ¿Porque tiene miedo a morir o porque tiene miedo a cargar con el recuerdo de haber matado? El tratamiento psicológico que recibe un policía de esquina que mató para defenderse o para evitar algún hurto. En la siguiente ceremonia puede hasta ser condecorado por tal  cosa pero él no olvidará, mientras viva, que cegó una vida. De todos estos casos clínicos el cine norteamericano ha realizado excelentes filmes.

Hay otro modo más huidizo al que se refiere Aristóteles. El malo  es o se hace malo. En el fondo este asunto se refiere al tema griego no resuelto. O parcialmente resuelto  según el ángulo del que se le mire. L a genética y la pedagogía vuelven a enfrentarse al tratar de profundizar en la eterna contradicción del hombre consigo mismo.

Por contradecir a su maestro Platón, Aristóteles asegura que la virtud es susceptible de la causa y e l efecto, no dictada desde un millón de años antes. El hombre puede ser malo o bueno: “La tesis central de la ética aristotélica es la de que está en nuestras manos ser buenos o malos”. Lo que queda sin respuesta, en el contexto de la causalidad, es qué resorte lo inclina  para un lado o para el otro. ¿Por qué unos dejan de fumar y por que otros fuman hasta morir por tal hábito si todos saben  los riesgos que se corren? ¡Por pura voluntad! ¿Pero qué mueve a esa voluntad?

Lo mismo al hablar de la concupiscencia Aristóteles dice que  "no está en la situación  de lo involuntario sino en el terreno de poder decir sí o no". Pero tampoco hay respuesta definitiva qué es lo que mueve en un sentido o en otro. Igual si la concupiscencia nos lleva aun terreno pantanoso donde podemos zozobrar por qué no todos pueden evitarla.

Antonio Gómez Robledo cita a Oviedo, en la voz de Medea, para   los tiempos paganos: “Si yo pudiera sería más dueña de mí;  pero me arrastra, contra mi voluntad, una fuerza insólita, y una cosa me persuade el deseo y otra la razón; veo lo mejor y lo pruebo, pero sigo lo peor.”

Y para los tiempos cristianos cita a san Pablo: “Porque no hago el bien que quiero; más el mal que no quiero, este hago”. 

En ocasiones Aristóteles s e parece a Protágoras cuando dice que el hombre es la medida de todas las cosas. Después, aunque no quiera admitirlo, su tesis es la de Platón que dice que no todo lo controla el hombre: “El hombre es causa de los actos voluntarios, mientras que no es causa de los actos involuntarios”. También lo dice de otra manera: “Más allá de la razón está el Principio de la razón”.

Y el regreso al punto de partida, de la Ética Eudemia, es que el hombre debe elegir entre el apetito y el raciocinio pero, contra todo razonamiento, frío, meditado, se  ve llevado ilógicamente por el deseo.

Aristóteles hace un esfuerzo por no dejar los cabos sueltos donde el hombre es llevado y traído por fuerzas ajenas a él. “Esta  virtud es el dominio de sí mismo”. Pero otra vez la pregunta: ¿Cómo se llega esa  virtud, a ese dominio? De un millón de alcohólicos, cien llegan a los grupos de AA, de esos cien se salvan sólo cinco. Lo mismo puede decirse de los fumadores o de otro tipo de adicciones. ¿Qué es lo que decide?

Aristóteles sabe que se puede salir fácilmente adoptando una solución perezosamente  dogmática: todo está bajo el control del hombre. Y ahí acaba toda discusión.  Lo mismo que para Homero, el pagano, que para San Pablo, el cristiano, la respuesta es sumamente sencilla: la solución se encuentra en  las estrellas.

Pero Aristóteles se resiste a recurrir a la solución del Deus ex machina. Y es cuando abre su paracaídas y regresa a la Tierra, a seguir pensando como hombre, no como místico. A  seguir preguntándose ¿por qué, cómo, para qué?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores