La ruta del Dr. Shannon, novela de A. J. Cronin

Cronin
Sucede que en la ciencia se desarrollen dos investigaciones idénticas, al mismo tiempo, independientes una de la otra, sin conocimiento que ello se esté dando, en ese mismo país o incluso, en lejanos continentes.

Va a ganar, a ser reconocida por la comunidad científica internacional, y premiada, la que primero sea publicada. La otra, igualmente valiosa, será ignorada y arrojada al cesto de  la basura.

Recuérdese el descubrimiento del cálculo infinitesimal por Leibniz y publicado en 1684.Frederick Copleston escribe que Newton ya había escrito sobre el tema pero, lo publicó hasta 1687...

Va a ganar el académico donde más recursos económicos y logísticos le aporte el gobierno de su país a la universidad. Gobiernos que vean la educación y la investigación como una inversión, jugarán en la longitud de las grandes naciones.

El gobierno que vea el presupuesto universitario como un gasto se perderá su nación entre el montón de los países. Ese es el fondo de La ruta del doctor Shannon. Fue planteado en la estructura de una exitosa  novela, no de un sesudo estudio sociológico que no leen más de diez especialistas.

Su autor, Archibaldo José Cronin, es dueño de una novelística que tuvo un éxito sorprendente en el primer tercio del siglo veinte, en Europa, y varias obras suyas fueron llevadas al cine norteamericano.

 Relata el ambiente médico a través del instituto universitario de investigación, en hospitales estatales, clínicas y consultorios privados. La probidad profesional de sus personajes debe luchar constantemente contra el medio hostil,  la ganancia fácil y la conducta relajada.

De hecho es una obra que se desarrolla en dos ediciones, dos títulos, como Los verdes años y La ruta del doctor Shannon. La primera son las peripecias de un joven estudiante  de la media superior que, trasplantado al suelo inglés, en condiciones familiares y económicas difíciles, debe luchar denodadamente por seguir con sus estudios.

 El segundo libro se refiere a la vida del brillante investigador pero pobre, que quiere desarrollar una investigación médica propia pero al que se le impone otra investigación que él no siente. Tiene encima toda la estructura de la universidad, con su instituto de investigación, donde algunos eméritos firman como suyas investigaciones brillantes que llevan a cabo ayudantes que seguirán en el anonimato.

Este es el caso del petulante Hugo Usher, profesor que cuida más proyectarse como presidente del próximo Congreso de Patología que resolver enfermedades que  asolan a la gente, en especial de las comunidades rurales pobres de Inglaterra.

Rebelde, Roberto Shannon debe ir de un lugar a otro, cada vez en peores condiciones económicas y de investigación. Al punto que por algún tiempo debe seguir vistiendo el viejo uniforme de la marina  al regreso de la guerra.

El otro asunto que debe enfrentar Shannon es el de los prejuicios religiosos, cristianos, que tanto han convulsionado a Europa y de hecho a todo el mundo occidental.

Jean Law, la recatada estudiante, de “desprevenida ingenuidad”, discípula suya en la universidad de Winton, está enamorada  de  él pero, es protestante y Roberto es católico.

 Esto en cualquier ciudad y pueblo  de México, país católico en un noventa por ciento, no levanta ampolla y apenas llamaría la atención.

Pero Inglaterra, país que por decretó prohibió el catolicismo e impuso el cristiano liberal de Estado, el tema es de lo más complicado.

Tratado el asunto con la mayor responsabilidad, sus personajes, enamorados, deben enfrentar sus creencias al punto de llevar la trama al rompimiento de sus relaciones.

Y, sin embargo, cuando la ruta parece de lo más fragmentada y sin esperanzas de solución, se rehace lo único que puede hacer que el sol vuelva a brillar: el amor.

Como  en pocas novelas, aquí  la prosa y el estilo de Cronin ofrecen una creación literaria de esas que se leen y se releen. Por lo demás, La ruta del doctor Shannon es casi la autobiografía de Cronin.



“Nacido en Cardross, Dunbartonshire, Escocia, Cronin fue el único hijo de padre católico y madre protestante y más tarde, escribiría sobre un joven en un similar contexto (Los verdes años). Fue un estudiante precoz en la Academia de Dumbarton y ganó muchos concursos de escritura. Debido a sus habilidades excepcionales, le fue entregada una beca para estudiar medicina en la Universidad de Glasgow. Allí conoció a su futura esposa, Agnes Mary Gibson, quien era también una estudiante de medicina. Se graduó con muchos honores en el año 1919.
Cronin ejerció como doctor en varios hospitales, antes de servir como cirujano en la Royal Navy, durante la Primera Guerra Mundial. Después de la guerra, comenzó una práctica en un área minera, en la zona de Gales del Sur y fue designado el Inspector Médico de Minas. Utilizó sus experiencias sobre los efectos de la industria minera sobre la salud de los trabajadores para sus  novelas posteriores, La ciudadela, situada en Gales, y Las estrellas miran hacia abajo, situada en el noreste de Inglaterra. Finalmente se estableció en Londres, y ejerció en Harley Street. En sus vacaciones en las tierras altas escocesas, escribió su primera novela: El castillo del odio, que alcanzó un éxito inmediato. Cuenta la historia de una familia caída en la ruina por el orgullo, obstinación y fanatismo de su patriarcado. Al final de los años '30, Cronin se mudó a los Estados Unidos con su esposa y sus tres hijos, trasladándose luego a New Canaan, Connecticut. Más adelante, volvió a Europa y durante los últimos 25 años de su vida, vivió en Suiza. Continuó escribiendo a los ochenta años. Murió el 6 de enero de 1981 en Montreux,Suiza.
Muchos de los libros de Cronin fueron bestsellers que fueron traducidos a numerosas lenguas. Su punto fuerte eran sus habilidades y su poder de observación y descripción gráfica. Algunas de sus novelas e historias se basan en su carrera médica, mezclando realismo, romance, y crítica social. Se dice que su novela La ciudadela contribuyó a establecer el servicio nacional de salud en Reino Unido, exponiendo la injusticia, explotación e incompetencia de la práctica médica en esa época.
•    El castillo del odio (1931)
•    Gran Canaria (1933)
•    Las estrellas miran hacia abajo (1935) ISBN 950-04-0406-0
•    La ciudadela (1937) ISBN 84-01-49153-3
•    Velando en la noche (1939) ISBN 84-261-0552-1
•    Las llaves del reino (1941) ISBN 84-261-5537-5
•    Historia de una maletin negro (1943) ISBN 84-7118-830-9
•    Los verdes años (1944) ISBN 84-7118-720-5
•    La ruta del doctor Shannon (1948)
•    El jardinero español (1950) ISBN 84-7118-966-6
•    Aventuras en dos mundos (1952) (autobiografía)
•    La luz del norte (1958)
•    Cronin: Obras selectas (1958) ISBN 84-261-0265-4
•    El doctor nativo (1959) ISBN 84-261-1696-5
•    La canción de seis peniques (1964)
•    La miseria y la gloria (1969) ISBN 84-261-5795-5
•    Un bolsillo lleno de vodka (1969)” Wikipedia

1 comentario:

  1. Hola!, recién he terminado de leer 'Los verdes años', y con la sinopsis que acabo de ver, me gustaría continuar con 'La ruta del doctor Shannon', ¿tienes algún link en donde pueda descargar el libro?. Gracias!

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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