La bola
de billar 1 le pega a la bola 2 y la 2 a la 3.Se cree que todo acontecimiento
es ocasionado por el acontecimiento
anterior. Pero, dice Wahl, ¿quién autoriza a creer que la bola 1 sea el
origen del impacto de la 2?
Es
compleja la discusión del tema de la causalidad porque, dice el autor, ni siquiera sabemos
en qué nivele se puede estudiar si corresponde al nivel inferior al del
sentido común, o al nivel filosófico, o al del nivel superior en el cual se
llega a un grado de sutileza en el que
está punto de esfumarse por completo. Muchos filósofos, como veremos, han
metido mano (cerebro) en el asunto.
Y no
sólo los filósofos. Otros invitados al banquete ya han puesto en orden su mundo. Los biólogos con su célula primordial, los físicos con aquel
remoto golpe de martillo que empezó con el Big Bang, los teólogos con la fe. Sólo
los filósofos siguen buscando…
El camino del filósofo es el nombre original de la obra de Jean Wahl, en inglés. En la edición en español,
por el Fondo de Cultura Económica, México, 1988, se llama Introducción a la filosofía.
“Jean
Wahl (Marsella, 1888-París, 1974) Filósofo francés. Tras ejercer como
profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y
fundó el Colegio Filosófico de París. Confrontó las teorías metafísicas -en
cuya diversidad veía un indicio de lo indecible-, más que buscar su síntesis
(veía la contradicción como esencia de lo humano), y es recordado, sobre
todo, por su estudio sobre La desdicha de la conciencia en la filosofía de
Hegel (1929). Otras obras a destacar son, entre otros títulos, Filosofías
pluralistas de Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto
(1932) e Introducción a la filosofía (1948)”
La otra
metáfora, aparte de las bolas de
billar, pertenece a Schopenhauer. Los humanos somos como relojes que al nacer
alguien nos dio cuerda y morimos cuando esa cuerda se nos acaba. La pregunta
con Wahl y con Schopenhauer es la misma. ¿Quién mueve el taco para pegar a la
primera bola y quién es el que da la
cuerda al reloj humano?
Esto,
que parece un ingenioso enredo de intelectuales a través de los siglos, contiene la
carga más valiosa con la pueda contar
la humanidad y es la libertad. En otras culturas no hay dos puntos de vista
opuestos, sólo uno. Y el que piensa diferente simplemente se desdibuja de
este planeta… En el juego dialéctico (diálogo) de la cultura occidental sí hay la libertad de pensar, de escribirlo
y publicarlo y decirlo a voz alta y en
todos los foros. Si eso es posible, entonces podemos volver tranquilamente a
nuestro enredado tema.
Es el viejo dilema de Platón y Parménides en
la filosofía griega, es el leit motiv
de los cien mil volúmenes que se escribieron con los temas del Romanticismo y
la Ilustración y el mismo que ahora se conoce como racionalismo y
materialismo y no es otro que fe religiosa y laicismo. Estas dos palabritas,
fe y laicismo, son los que le dan movimiento a los temas de la novela, el
poema, el ensayo y cuanto hay de lo que conocemos como “cultura occidental”.
Es el
planteamiento que sirve para tratar de
demostrar la intervención de Dios. Y aquí es donde salta la otra
pregunta ¿pero Dios existe? La solución fácil, por no decir perezosa, es
decir “no creo”. Pero en el pensamiento lógico que se persigue en la
filosofía no se trata de creer sino de demostrar, “Cuando una bola de
billar choca con otra, no hay en la
primera fuerza alguna que la autorice a llamarse la causa del movimiento de
la otra.”
Wahl
cita a Hume, el cual le parece un empirista nada vulgar. Hay algo que sucede
y escapa a la observación práctica entre causa y efecto o en una mera sucesión de hechos “veía
(Hume) en la causalidad algo que no se puede explicar completamente por la
observación de los hechos…Mediante un hecho sólo podemos observar la
secuencia de fenómenos”. Siempre hay una distancia-dice Kant-, por pequeña
que sea, entre la causa y el efecto.” El tema se complica cuando se piensa que
la causalidad es del ámbito de la
física.” Es, según Hamelin, “la necesidad que tiene una parte de las
cosas de existir en virtud de lo que está fuera de sí mismo.”
Y otra
vez ya estamos de regreso a la situación de teocentrismo y antropocentrismo,
el Romanticismo y la Ilustración. Con la consecuencia, dice Wahl, que en este
tema no hay un final feliz. La idea que tenemos de causalidad es la que
entendemos a nuestro nivel. Igual para con los sueños. Como un niño que
observara una enorme pizarra llena de fórmulas matemáticas. Sólo comprenderá
las operaciones elementales.
“La
causalidad pertenece, pues, a un reino de conceptos sólo satisfactorios a
medias…Más en general, tan pronto como entramos en el reino del espíritu,
resulta insuficiente el principio de causalidad.”
.
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EL CAMINO DEL FILÓSOFO, LIBRO DE WAHL
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reseña de libros
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Justificación de la página
La idea es escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.
Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.
En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.
Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.
Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.
Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?
Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.
Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).
Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.
Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…
Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.
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