Whitehead y El devenir de la religión


La religión ha sido un gran instrumento de progreso, dice Whitehead, en El Devenir de la religión.

Tenía 63 años de edad cuando el filósofo se jubiló, en 1924, de profesor de matemáticas. Durante ese periodo fue co –autor, con Bertrand Russell,  “mundialmente celebrado, de la obra Principia matemática”, anota Armando Asti Vera, autor de un estudio preliminar y traducción directa de la obra de este pensador, en un libro publicado por la Editorial Nova, en Buenos Aires, Rep. Argentina.

Una vez  jubilado, Whitehead se inicia  en la docencia de la filosofía en la Universidad de Harvard, donde enseña hasta 1938.
En esta obra se refiere a lo que él considera las dos grandes religiones que son el cristianismo y el budismo. De manera especial a la primera como pilar que es de la cultura occidental.
Alfred North Whitehead

En el derrumbe de los grandes imperios de la antigüedad todo entró en el  más inmenso nihilismo imaginable. La historia lo conoce como feudalismo. Sólo había una institución organizada, la Iglesia Romana, que de alguna  manera quería o trataba de marcar alguna dirección hacia la unidad social a través de un sentimiento de solidaridad, y de amor, entre una inmensa olla  llena de religiones ancestrales venidas de todas partes, supersticiones y ambiciones.

La Iglesia procuraba esparcir el mensaje de Cristo y se aspiraba a que “todo el mundo” fuera cristiano pero, dice Whitehead, la realidad era, y es, otra: “Su gloria ( de Cristo) adquiere sentido para aquellos que saben percibirla, no para el mundo.”

Dice Whitehead que las religiones comprendidas en la antigüedad, y hasta un milenio antes de Cristo, habían salvado las viejas virtudes y convirtieron a la raza humana en una gran sociedad, pero ahora estaban en camino de dejar de ser instrumentos de progreso porque no impulsan ya a la sociedad hacia nuevos valores. 

La espiritualidad, realizada en la caridad, la habían sublimado por conquistas de guerra santa y por la carrera  de haber quién es líder en juntar su primer millón de euros de aquellos remotos tiempos.

Whitehead no deja de marcar que las religiones, ante la situación de amenaza y exterminio, por fuerzas extrañas o propias, o en situación de predominio, han cometido inaceptables excesos flagelando a la humanidad que decían querer redimir. No hay en la faz de la tierra religión que se salve de tal apreciación. A su modo, todas tenían su Inquisición.

En la antigüedad, como en la actualidad, lo que circula por las calles de la ciudad, en materia de valores o ideales, es “moneda corriente” que va y viene en las manos del pueblo en los afanes de todos los días. Es decir, en la realidad, no en la intelectualidad. Si esa moneda se compone de civismo, moral y ética, eso va a marcar a la gente. Si esa moneda está compuesta por programas televisivos con el 90 por ciento de contenido de violencia, en la realidad de esa sociedad va a predominar el pensamiento asesino.

 No es moralina, es causalidad. Whitehead lo dice de esta manera: “Sólo se puede hablar de misericordia a un pueblo que, de algún modo, sea digno de ella”.

Para que las sucesivas etapas de una religión tengan lugar, magia, rito, etc.es preciso que, a la multitudinaria diversión de la gente, se le dedique un espacio  y un tiempo de apartamiento. El autor apunta que  “la soledad constituye el núcleo más importante de la religión. Las grandes concepciones religiosas que pueblan la imaginación de la humanidad son escenas de soledad”.

Una sociedad alegre que se divierte es una sociedad sana. Pero una sociedad demasiado alegre, que sólo se divierte, va en el camino de las patologías comunes:”La vida es un hecho interior que tiene su finalidad en sí antes de llegar a ser un acontecimiento exterior relacionado con los demás.”

Lo mismo que una religión que ha perdido su apertura de redención y sólo admite en su seno a la pureza: “La recuperación de Dios debe hacerse por una vía de amor, no por un camino de odio y de miedo, siguiendo a Juan, y no a Pablo.”

Se refiere a la tentación reiterada de las abstracciones religiosas. Entresacar versículos de un texto general y crear otra religión:”Reducir la religión a unas pocas ideas elementales es una solución arbitraria. Estas razones pragmáticas son peligrosas como guías.” Desviaciones religiosas  con  “su ritos psicopatológicos, como los que cumplen los neuróticos obsesivos”.

No deja resquicios  para que se elucubre artificialmente, desde la intelectualidad, sobre las definiciones de lo malo y lo bueno: “El mal es destructivo y lo bueno e s positivo y creador.” Llevada la reflexión a la dimensión social, de algunos países “pacíficos”, de la actualidad, en los que hay más asesinatos que en los países que están en guerra, Whitehead apunta: “L a inestabilidad del mal no conduce necesariamente al progreso.” Decididamente el filósofo le da dimensiones, al mal, como ahora conocemos el fenómeno de la contaminación local y global. No se queda en lo individual ni en lo local: “Los males específicos infectan todo el universo.”

Hablar de religión no es referirse a un tema que está del otro lado de la vida. Whitehead recuerda que: “la religión es un fenómeno profundamente social…Por eso la religión contribuye a la elevación del hombre.”
  
Whitehead advierte que es necesario estar siempre abiertos a las nuevas ideas, pero empezar de cero es perder el tiempo y el tiempo es la única moneda que el humano no puede repetir: “El mundo no repetirá a Dante, a Shakespeare, a Sócrates  ni a los trágicos griegos…Estos hombres nos han legado algo de una vez por todas”.






Nació en Ramsgate, (Kent, Inglaterra), y falleció en Cambridge, Massachusetts, (Estados Unidos). Publicó trabajos sobre álgebra, lógica, fundamentos de las matemáticas, filosofía de la ciencia, física, metafísica, epistemología y educación. El trabajo más conocido, del que es coautor con Bertrand Russell, es Principia Mathematica. En ese tiempo partiendo de una teoría relacionista (o más bien relativista) del espacio centró su epistemología en la naturaleza de las cosas. Mantuvo tal postura hasta la década de 1930. A partir de entonces su obra tomó visos más metafísicos.
Whitehead fue profesor en las universidades de Londres y de Cambridge, donde destacó por sus estudios lógico-matemáticos. Luego en Estados Unidos fue director de la cátedra de filosofía en la Universidad de Harvard, y tuvo entre sus discípulos a Quine.

Principales obras
Álgebra universal (1898),
Principia Mathematica (1910–1913), en coautoría con Russell.
Sobre los conceptos matemáticos del mundo material (1905),
El concepto de naturaleza (1920),
Proceso y realidad (1929)
Aventuras de las ideas (1933),
Modos de conocimiento (1938).
Obras sobre Whitehead
·         Whitehead und der Prozeßbegriff / Whitehead and The Idea of Process. Beiträge zur Philosophie Alfred North Whiteheads auf dem Ersten Internationalen Whitehead-Symposion 1981. Proceedings of The First International Whitehead-Symposion. Edited by Harald Holz and Ernest Wolf-Gazo. Verlag Karl Alber, Freiburg i. B. / München 1984. ISBN 3-495-47517-6
·         Whiteheads Metaphysik der Kreativität. Internationales Whitehead-Symposium Bad Homburg 1983. Edited by Friedrich Rapp and Reiner Wiehl. Verlag Karl Alber, Freiburg i. B. / München 1986. ISBN 3-495-47612-1





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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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