Montañistas
con experiencia llaman al intento de subir una montaña, pared o aguja rocosa, exploración.
Dos, tres, intentos...
Pero visto
el tema en etapas anteriores de esa experiencia es una cuestión por demás compleja.
El fracaso
en el alpinismo por no haber alcanzado el objetivo debe verse como un triunfo parcial. A condición de que vuelva a
intentarlo. Sino vuelve pero lo escribe, sigue manteniendo su valor didáctico
porque dejará el testimonio de la experiencia para los otros grupos, o
generaciones, que están por llegar.
Del libro Tecnica Alpina de Manuel Sánchez y Armando Altamira G. Editado por la Dirección General de Actividades Deportivas de la UNAM, México, noviembre 1978 |
Se tendrá más información de las cuestiones
inmediatas como costos del trasporte, alimentación regional, papeleo para
obtener los permisos si se trata de una expedición al extranjero, del terreno
mismo, las condiciones climáticas, las condiciones sociales y políticas,
requerimientos técnicos. Y sobre todo de la condición anímica propia del
individuo y de la firmeza o fragilidad psíquica de los compañeros de viaje.
Op.Cit. |
Un ejemplo. La
primera vuelta al Pico de Orizaba, la montaña más alta de México, en la cota
4,400, Armando A. Areyán y un grupo de geólogos la llevo a cabo en diciembre
del 2003, nueve años más tarde de haber hecho el primer intento (La conquista del Pico de Orizaba, número 75 de los Cuadernos de Comunicación
Sindical, del Sindicato de Trabajadores de la UNAM, México, septiembre 2004).
Lo anterior
es posible cuando se ha hecho del
alpinismo un modo de vida. Lejos de ser un hito definitivo el intento
fracasado, es un aliciente para volver. ¿Cuándo? Quién sabe. Los afanes de la
ciudad y otros proyectos alpinos más
cercanos pueden retardar el retorno. Entre tanto cuidaré la condición
psicofísica, y de voluntad, para el día del regreso. Esto es montarse en el
devenir, no quedarme parado en la estación viendo como parte el tren si mí.
Op.Cit. |
No sucede
cuando el alpinismo se toma como deporte, donde el fracaso momentáneo, y
también el triunfo, adquieren visos patológicos, ego lastimado, etc. Es
fácil descubrir en los “estrellas”, de todos los deportes, que su triunfo se
parece más a una patología que a una terapia edificante.
Este empeño
por vencer, á toda costa, es lo que lleva al individuo a mentir que se llegó a
la cumbre o bien doparse sin recomendación médica. Esto sucede sobre todo en salidas,
escaladas o expediciones, financiadas donde el resultado al regreso no puede
ser otro que la victoria. De ese victorioso resultado depende seguir
conservando el empleo o el financiamiento para otra expedición o la proyección
política de algún mecenas, etc.
Lo que se mueve
en el fondo es una especie de purismo, o puritanismo, donde no cabe el error, como
parte de una etapa didáctica en la
formación madura del escalador. Es, por el contrario, el error, la presencia
del mal, o la incapacidad, de una humanidad que desciende hacia los infernos o hacia lo demasiado humano. Recuérdese que en la
cultura occidental la presencia de la
enfermedad estuvo muy asociada al pecado. Esto, aunque no lo parezca, no
está lejos del tema del error en la montaña.
Op.Cit. |
Relatar la ascensión llevada cabo por humanos,
con sus grandezas, esperanzas, necesidades, miedos y debilidades, es
infinitamente más didáctico que una reseña donde nadie tuvo ni siquiera la
necesidad de ir al orinal. En un relato como éste el lector tendría que ponerse en guardia
porque algo se le está ocultando. Jean Wahl (filosofo francés, nació en
Marsella, en 1888 y falleció en París en 1974) una vez escribió respecto del
error: “un mundo en el que sólo hubiera
grados de verdad y nunca errores completos sería un mundo en que no podría
haber una auténtica verdad”.
El error en
el alpinismo, cuando se vuelve una mentira, lleva al desorden moral del
individuo y al desorden institucional de los patrocinadores. En cambio el error
alpino, cuando se pone bajo la lupa del microscopio, es una valiosa arma técnica
y sobre todo un poderoso recurso vital
que facilita superar las dificultades intrínsecas de la siguiente ascensión.
Op.Cit. |
Todos
podemos aprender a nadar siguiendo un curso por correspondencia, pero a condición
que alguna vez tendremos que lanzarnos al agua. Conocemos estas cosas desde antes de nacer, según la
reminiscencia de los antiguos griegos, la conciencia colectiva de Carl Jung o
los hipervínculos de la moderna genética, como me la quiera explicar.
Pero también
es hasta que me estoy ahogando, en mi curso de natación, que descubriré que en los desesperados buches de agua estoy tragando la materia fecal de los otros
dos mil individuos que también están en la alberca, sus orines, sus menstruaciones,
aparece el calambre y veo mis también desesperados manotazos que parecen que
nunca alcanzaré la orilla salvadora.
En una
interpretación libre diremos que no hay otra manera de adquirir experiencia
sino es por medio de cometer errores. Quién sabe si así será en todas las
actividades de la vida pero de seguro que en alpinismo así es.
El error alpino
con carácter negativo es el carácter negativo del mal. Tiene implicaciones
metafísicas patológicas que nos lleva al No-Ser, a la negación del movimiento,
de la vida.
Aceptado el
error como una enseñanza, es el carácter positivo del mal, si así puede
decirse. Recuérdese que San Agustín y otros teólogos han insistido en el poder
de redención que puede tener el mal.
Ponemos un ejemplo casero del poder (que puede tener) de redención del mal: alguien que se ha emborrachado cien veces y ha sufrido el mismo numero las terribles "crudas" o estragos posborrachera, ha soñado con ya no beber jamás para no volver a sufrir otra cruda. Algunos lo logran.
Por la
aceptación positiva del mal, o del
error, nos situamos así en el principio
de una energía que va a seguir empujando la carreta del devenir, del
movimiento. ¡De la vida que sigue!
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