La manera de pensar de
Epicteto es lo contrario de lo que ahora
llamamos “consumismo”. Consumismo no sólo de adquirir cosas que dentro de un
año ya habremos arrumbado entre los cachivaches o al carro de la basura o
mediante nuestro “bazar de garaje”. Consumismo también en la manera de gastar
nuestro tiempo.
Esto lo dijo Epicteto hace veinte
siglos. La sociedad de entonces era, comparada con la nuestra, por demás
frugal. Muy pegada todavía la naturaleza y a las costumbres sencillas. Y, sin
embargo, Epicteto ya hablaba del consumismo.
Pero a donde Epicteto quiere que
lleguemos no es a las “cosas”, esas que adquirimos en el mercado o en la
mueblería. Es a los afectos que forman nuestra vida.
Un día tampoco estarán y entonces
quisiéramos echar atrás la película para
escribir un mejor guión. Parte de lo que
compone la tragedia, cuando un familiar fallece, es el pensamiento o el
sentimiento, de que pudimos haberlo hecho de mejor manera. Pero ya no es
tiempo: “Si amas a tu hijo o a tu mujer, acuérdate que es mortal lo que amas, y
por este medio te librarás del impensado sobre salto cuando la muerte te los
arrebate”.
Pedro calderón de la Barca lo dice de esta manera:
“Yo sueño que
estoy aquí
Destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
“Si lo amas”, advierte Epicteto. Si
no lo amas, es que esas personas fueron no otra cosa que parte del consumismo
emocional del que en un momento echamos mano. El desván de las emociones
también está lleno de cachivaches. “Fiera venganza la del tiempo, que le hace
ver de cerca lo que uno amó”, dice los argentinos cantando.
Pero quién nos advierte, o nos enseña,
cómo vivir la vida. Nadie. Mejor dicho, todos. Pero no les hacemos caso. Los
padres, la medicina, los maestros laicos y los religiosos y, en último extremo,
las leyes. La moral y la civil. Pero tampoco hacemos caso. Por eso las
cárceles, los psiquiátricos, los hospitales y los panteones siempre están en
sobrecupo.
Nuestro proyecto de vida es superior
a como ha vivido la humanidad, decimos. Así pensó Nietzsche y así pensaron los
que volaban por las nubes impulsando sus motores con el diesel marca Ratilín,
según cuenta Tom Wolfe en una de sus novelas. Por eso abundan los reformadores en todas las
áreas del comportamiento social en sus modalidades académicas y en las
empíricas.
Pero un día nos damos cuenta del
error. Es cuando Epicteto llama a la rectificación: “Se trata de que te
reconcentres en ti mismo, de que te hables a ti mismo. ¿Quién mejor que tú
propio será capaz de persuadirte? Pero pronto, antes que el mal sea ya
inevitable”.
Pero, recapacitemos o no, de todos
modos Epicteto no pierde de vista que, lo mismo que las cosas, las personas, y
con ellas las tristezas y las alegrías, pasarán, ineludiblemente. El
pensamiento completo de Epicteto, con el que empezamos esta nota, es: “Cuando
te indignares sobre manera o recibieres
algún pesar, debes acordarte de que la
vida de los hombres es momentánea y que dentro de poco todos desapareceremos”.
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