ALMA, UNA APORÍA





Introducción a la filosofía,Jean Wahl,Fondo de Cultura Económica, México,1988

La existencia del alma  es en lo que muchos creen, tratándose de la cultura occidental, pero que nadie puede probar su existencia.

Se le refiere como un elemento no reducible a la cantidad y al que bien puede llamarse cualidad. Se le nombra también como elán vital, la Idea,Voluntad, El Algo,Bien, lo Uno,Primer Motor, el Otro Absoluto. Su remoto antecedente se encuentra en la Idea de los griegos. La Idea y el alma del cristianismo  poseen atributos comunes. En alguna parte dentro del individuo  debe existir algo que lo impulsa  hacia el bien. Resultaría  patológico creer, como norma,  en lo contrario, es decir, la idea de una “alma negra” inclinada al mal. Esto sólo sucede en las películas, de casi todos los países, en las que el paradigma es el que mata más personas en el menor tiempo posible. Pero en la realidad las acciones tienden hacia lo trascendente, que por definición es ascenso en la escala moral.

Lo sorprendente es que numerosos pensadores, desde Platón hasta nuestros días, se ocupen  con tanto empeño de  algo que no se puede probar. ¿Si no se puede probar por qué se sigue creyendo en su existencia? Tal vez porque es más difícil  negarla que probarla. Una presencia metafísica que tiende a manifestarse en resultados positivos, edificantes para el individuo con resonancias también positivas para el grupo.
Coatlicue (la de la falda de serpientes), madre de los dioses y de los hombres.


 Como tampoco se puede negar esa otra presencia metafísica, que imaginamos antropomorfa, que tampoco vemos, pero sí su acción que es la muerte. Es tan real, al menos  en México,  que en no pocos contratos colectivos de trabajo los sindicatos lo defienden como una prestación en días (  1 y 2 de noviembre) inhábiles.

El modo intelectual a doc de este asunto es la teología pero, por alguna razón, la filosofía lo ha traído al terreno donde la “herramienta de trabajo” es la causalidad. De esa manera nos encontramos caminando en el callejón sin salida de las aporías, como se llaman las cosas que 

Hegel estaría de acuerdo con esta realización de la cultura azteca:Coatlicue(Tierra-vida),Mictlantecutli (muerte) y, síntesis= espiritualidad: (Quetzalcoatl-serpientes,en la parte superior de la escultura). 

Muerte real y antropomorfizada.Exp.Coyoacán D.F. 2/10/2012


parecen  no tener   solución.
En su valiosa obra de filosofía, Jean Wahl trata de remitir, o de regresar, el tema del alma a su disciplina correspondiente que, dijimos, es la teología, donde las creencias tienen el fundamento de la fe. Dice : “sólo por medio de la conciencia moral estamos en situación de afirmar la existencia del alma…el milagro sólo es visible  para los ojos de la fe y de que la fe misma es una especie de milagro.”
Coatlicue  (Museo Nacional de Antropolgia,Cd.de México,Sala Mexica)

En último caso la discusión de la existencia o no del alma es propio de los países donde existe  la libertad de dialogar, creer o disentir. No así en donde el Estado dice lo que se debe de creer.









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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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