Berkeley, un filosofó sin sentido común

 Berkeley
1685-1753
 Siglo Veintiuno de España Editores 2004
Paul Strathern

El sentido común es la pista donde todos los atletas corremos. Pero hay otros tan faltos de sentido común que se van a correr a las montañas.

 No pocos filósofos, y todavía más poetas, se preguntan ¿qué es eso del sentido común?

 Cuando gasto mi última moneda, el dinero deja de existir para mí. Me dicen que hay dinero en el mundo pero yo no lo veo ni lo tengo ni lo toco ni lo gasto. Si estoy en la ciudad de México tampoco existen Buenos Aires ni Madrid ni Nueva York.

 Esta es la idea de Berkeley que se antoja la más absurda de las afirmaciones. ¿Pero quién me asegura que el Monte Blanco existe sin haber estado ahí o será que se están refiriendo a una pura entelequia sólo porque otros dicen que sí existe? Porque la gente (y sobre todo la televisión y el cine) asegura que muchas cosas existen pero que en realidad son pura fantasía.

 Pero puedo salvarme de ser internado en el manicomio si digo, porque lo creo sinceramente, que Buenos Aires, Madrid y Nueva York sí existen no porque yo lo haya visto sino porque Dios lo ve todo: “En otras palabras: podemos saber que el mundo existe sólo cuando lo percibimos, pero cuando no lo hacemos nosotros directamente está siendo sostenido por la percepción continua de un Dios que todo lo ve.”

 Y cuando estamos por arrojar lejos este libro vemos que Strathern dice, en la presentación que hace de la obra de Berkeley: “Nos asalta la sorpresa cuando vemos que la física de las partículas subatómicas s e ha visto forzada a sacar una conclusión asombrosamente similar a la de Berkeley”. Menciona en seguida el principio de indeterminación de Heisenberg donde no es posible medir a la vez el momento y la posición de una partícula subatómica: “Únicamente podemos “conocer” aquella que estamos percibiendo. El otro elemento está, en cierto sentido, “allí” (como si fuera percibido por un Dios que todo lo ve) pero que no puede alcanzar una existencia determinada hasta que la percibimos.”

Y no obstante esta teoría de las partículas subatómicas parece que todo esto que nos platica Berkeley sigue teniendo muy poco o nada de sentido común: “El sentido común es la manera en que intentamos manejar la vida cotidiana. Pero si queremos progresar más allá de la imprecisión y el embrollo de la existencia diaria para llegar a una verdad más cierta, frecuentemente tenemos que abandonar lo obvio.”

 Un alpinista nunca podrá llegar a la cima de su montaña sino se decide a abandonar el valle.

 De esa manera Berkeley resolvió para él la dualidad antitética de pensamiento de ser un práctico materialista y a la vez decidido hombre de creencia en la existencia de Dios (en México esto no es ninguna sorpresa pues es un país de profundas raíces mágicas milenarias, en el que hay no pocos ateos que creen en Dios).

 Berkeley es un hombre religioso de vocación y profesión. Fue ordenado, en 1710, pastor de la Iglesia de Irlanda, protestante, y consagrado obispo en 1734. La obra   de este pensador, de origen irlandés, es de primera línea en los trabajos de historia de la filosofía. En recuerdo suyo una ciudad de California( y una universidad) Estados Unidos, se llama Berkeley.

 Berkeley es un empirista y también un metafísico, dualidad que tal vez no corresponda nada más a México: “esta contradicción está en el corazón de nuestra vida actual del mundo. La mayor parte de la filosofía moderna, y todo el pensamiento científico, se encuentran en una situación semejante.”

 La conclusión que hizo famoso a Berkeley fue su esse est percipi (ser es ser percibido): “así superó triunfante, el materialismo de Locke pero le dejó el problema de qué sucede con el mundo cuando nadie lo está mirando.”

 Su recurso de “Dios mira siempre” no es una ingeniosa salida intelectual sino algo que le da coherencia a la misma causalidad, a la causa y el efecto, al fenómeno, o como se le quiera llamar. La presencia de Dios le da unidad a todo, aunque sólo pueda percibir las cosas y las situaciones que tengo a la vista.

 Estas ideas las expuso Berkeley en una obra  (Un ensayo acerca de una nueva teoríade la visión)  publicado en 1709: “Estas obras, que sacudieron los cimientos en que s e basaban los filósofos anteriores, causaron sensación. Pero son difíciles de comprender, a manos que se tenga la resistencia de un corredor de carreras.” Más cuando, agregamos nosotros, de un atleta que corra en las montañas.

 Ideas que, cualquiera puede ver, son faltas de sentido común pero, dice Strathern, “No hay razón alguna por la cual la filosofía debiera adecuarse al sentido común.”

Por no lisonjear al sentido común Berkeley fue “objeto del ridículo público y tuvo que ser defendido animosamente por todos los intelectuales contrarios a toda estrechez de miras.”

 Berkeley fue todavía más allá, al internarse en los parajes intuitivos en los que pocos se atreven, al declarar: “No existe la materia, sólo la percepción.”

 Después de esto Berkeley fue tergiversado y ridiculizado hasta el escarnio pero, sigue diciendo Strathern: “Si somos escrupulosos y rígidos en busca de la verdad filosófica llegaremos a una posición similar a la sostenida por Berkeley.”

José Ortega y Gasset escribe, al principio de su obra ¿Qué es filosofía?: "la meditación sobre un tema cualquiera,cuando es ella positiva y auténtica,aleja inevitablemente al meditador de la opinión recibida o ambiente,de lo que con más graves razones que cuando ahora supongan ustedes mrece llamarse "opinión pública" o "vulgaridad".Todo esfuerzo intelectual que lo sea en rigor  nos aleja solitarios  de la costa común y por rutas recónditas que precisamente  descubre nuestro esfuerzo nos conduce a lugares repuestos, nos sitúa sobre pensamientos  insólitos. Son estos el resultado de nuestra meditación...En defintiva,llama realidad el fisico a lo que pasa si él ejecuta una manipulación.Sólo en función de ésta existe  esa realidad."

 Como sea, Berkeley desconcertó desde entonces al mundo empezando por sus contemporáneos. Oliver Goldsmith, dramaturgo, sostuvo que Berkeley fue: “el genio más grande o el mayor zopenco…”

 Los mismos historiadores de la filosofía lo asocian frecuentemente entre los empiristas o materialistas pero sin negarle su lugar en el idealismo espiritualista.

W.Ditlhey (en su Historia de la Filosofía) lo menciona en los dos polos del pensamiento: “se apega al fenomenismo y llega en razonamientos no muy convincentes al inmaterialismo.”

 Ramón Xirau (en su Introducción a la historia de la filosofía):”En realidad toda la filosofía de Berkeley es un ataque contra el ateísmo y pretende llegar a una interpretación del mundo que haga patente la presencia de Dios en la creación.”



 Berkeley (a la derecha) y su familia en las Bermudas (retrato realizado en 1731 por John Smibert).



 Al final de su obra, Paul Strathern cita algo que dijo   John Wheeler,el fisico norteamericano contemporáneo que fue el que acuñó el término "agujero negro": "Ningún fenómeno es fenómeno real hasta que es un fenómeno observable."


En el diálogo que Filoctetes y Teofilo sostienen en el  Nuevo Tratado sobre el entendimiento humano,Leibniz, esgrime los dos pareceres, el que coincide con Berkeley, y el ortodoxo, por medio del segundo.

El primero dice: "más allá de nuestra sensación actual no hay conocimiento, y no tenemos más que verosimilitud,como cuando yo creo que hay hombres en el mundo,en lo cual hay una externa probabilidad,aunque ahora, solo en mi gabinete no veo yo a ningún hombre."

Teófilo argumenta: "sería, sin duda,locura dudar seriamente  si hay hombres en el mundo cuando no los vemos."

 “La filosofía de Berkeley es el empirismo llevado al extremo. Si John Locke había dudado sobre el conocimiento de los cuerpos, Berkeley va más allá. En su juventud, Berkeley propuso que no se puede saber si un objeto es, sólo puede saberse un objeto siendo percibido por una mente. Declaró que los seres humanos no pueden conocer los objetos reales o la materia que causa sus percepciones, sino que incluso las propiedades matemáticas son ideas semejantes a las cualidades sensoriales. Por tanto, concluyó que todo lo que puede conocerse de un objeto es su percepción del mismo, y resulta gratuito suponer la existencia de una sustancia real que sustente las propiedades de los cuerpos. Los conceptos abstractos de Locke no existen para Berkeley, ni en la naturaleza ni en el espíritu, es una ficción. Las ideas siempre conservan su particularidad. No es la abstracción, sino el lenguaje, lo que hace posible extender observaciones particulares a lo general.”





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores