Gutiérrez Nájera y morir joven




Manuel Gutiérrez Nájera  1859-1895

Gutiérrez Nájera, poeta mexicano, es el autor de un poema que habla de morir joven y Epicteto ( 50-130),pensador romano, escribió sobre la situación de morir ya viejo.

La Tanatología  o el conocimiento consciente de la muerte, de la muerte personalizada, se sugiere  en las postrimerías de la vida, cuando debiera enseñarse aun desde niños, para mejor aprovechar la vida.

Andamos tan apresurados juntando nuestro primer millón de dólares (para después poder vivir bien), que cuando la dueña de la casa toca la puerta nos damos cuenta que ya no tendremos tiempo para vivir bien. En ocasiones, si nos encontramos en el WC, no tendremos tiempo ni de agarrar el papel higiénico. Así de apremiante es la casera cuando llama.

Pensadores de todas las épocas  se han ocupados del tema. La manera de pensar de los estoicos ha inspirado a gente de todas las épocas y de todas partes del planeta. En el siglo diecinueve  los mexicanos con Gutiérrez Nájera y su  poema Para entonces, en el siglo dieciocho a Schopenhauer, y en la antigüedad romana a Séneca y a Epicteto.

Como sea, nadie quiere morir. Epicteto (en Máximas) nos recuerda:” Tarde o temprano, es fatal y preciso que la muerte venga  a nosotros”
 Y menos se quiere morir nadie  si   está en el pleno vigor de la vida. Sólo Gutiérrez Nájera  fue capaz de escribir:

Quiero morir cuando decline el día
En alta mar y con la cara al cielo
Donde parezca un sueño la agonía
Y el alma una ave que remonta el vuelo
Morir, y joven,
Antes que el tiempo aleve destruya la gentil corona
Cuando la vida dice aun soy tuya
Aunque sepamos bien que nos traiciona

Sabemos que tenemos que morir. Se cree que esta certeza es lo que distingue a los humanos de los animales. Ese conocimiento a priori  provoca angustia  y ésta, según Kierkegaard, humaniza al hombre. Pero buscamos alejar nuestro pensamiento de ese ineludible fin diciendo “otros veinte años más estarían bien”. Si se cumplieran esos veinte años diríamos: “Mejor mañana”.
M.Gutierrez Najera  1859-1895

Epicteto se pregunta ¿para qué, llegado el tiempo, aferrarse, si  de todas maneras tenemos que partir. Este desconcertante parecer de Epicteto sólo lo entenderán mejor los reos sentenciados a muerte, en Estados Unidos,  y a los que les es postergado el cumplimiento de la sentencia y vuelen a quedar en espera de la otra fecha. Está documentado que hay presos que no soportan esa angustia y ellos mismos piden o que se les indulte  o que se les ejecute ¡pero ya! En otro sitio y en otro contexto es lo mismo para todos nosotros. Más cuando se viven las peores condiciones de salud de los padecimientos terminales.

Epicteto se dirige a los que todavía, a los noventa años, están afanosamente haciendo planes utilitarios. Tan afanosos que ni siquiera tuvieron tiempo, los que tenían que dejar,  para escribir ante notario su testamento, de lo que abundan  casos en  el mundo, dejando una secuela de problemas a la familia y a la sociedad. Epicteto dice, sobre todo para los que se aferran mediante ciencia médica, a no morir, cuando lo único que están haciendo es retardar que el barco zarpe:

“…cuando el capitán llama hay que abandonar cuanto  hemos adquirido, mujer e hijos inclusive, y correr hacia el barco sin volver la vista atrás. Sobre todo si eres viejo, no te alejes mucho, no sea que el capitán te llame de pronto y no estés  en disposición de acudir rápidamente.”


Manuel Gutiérrez Nájera (Ciudad de México, 22 de diciembre de 1859 - ibídem, 3 de febrero de 1895) fue un escritor, poeta y periodista mexicano, trabajó como observador cronista. Debido a que trabajó en distintos periódicos, utilizó múltiples seudónimos, no obstante, entre sus contertulios y el público, el que más arraigado quedó fue: El Duque Job.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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