BENITO SPINOZA Y LOS PRINCIPIOS DE RAZÓN EN EL ALPINISMO



El alpinismo es precisamente la actividad sin razón, le digo a mi compañero de escalar montañas. Él argumenta que la razón es nuestra brújula. No es la minoría ni la mayoría, es la razón.

¿Pero cuál razón, ya que todos tienen su razón?

En el subrayado, con cursiva, está el secreto, si buscas su antinomia.

Johnkru Nahui me contó que la semana anterior habían bajado hacia el sur, a poco de haber dejado la cumbre de la montaña Tlaloc, del noroeste,con respecto del pueblo de Río Frío, Estado de México  (en la Serranía  Ajusco,  sur del Valle de México, hay un volcán que también se llama Tlaloc).
 
MONTE TLALOC (NEVADO), VISTO DESDE TEOTIHUACÁN, EN EL OESTE
Todo iba bien ya que frente a ellos, hacia el sur, bajando de la cumbre del Tlaloc, veían la bella cumbre, secundaria, Xotlatzin, de inconfundible característica que se destaca por todos lados su roca desnuda, rodeada por el bosque sobre (en el sur) el Valle de Xochiquetzal.

 El Valle de Xochiquetzal, con dirección este-oeste, es el que hace  la separación de las montañas Telapón, en el sur, y el Tlaloc, en el norte) y se encuentra en una altitud de 3,800 m.s.n.m.

Era un grupo de 30 alpinistas que durante tres días habían acampado entre los árboles del lado suroeste, a doscientos metros por debajo de la cima arqueológica.

Es la cumbre, sin par, en la religión  nahua, por tratarse de la residencia de Tlaloc, dios de los relámpagos, truenos y la lluvia. La puerta por la que se entra al Paraíso mexica.

En tiempos precristianos llegaban hasta los pies, de la representación en roca, de la divinidad, peregrinaciones de todas partes de Mesoamérica, inclusive de lo que ahora se llama Centroamérica. Hombres, mujeres, niños, ancianos, caminaban, siempre ascendiendo hasta los 4,150 m. s.n.m.

Caminaban 50, 100,500, 1000 kilómetros o más, a pie y cargando sus bártulos, ya que se carecía, en esta parte del continente, de animales de monta y carga. Subían entre el sol y la lluvia o la tormenta de nieve hasta la nublada mansión de Tlaloc (ver en este mismo blog la nota: “Tlaloc, monte adoratorio”).

Johnkru Nahui conoce bien estas montañas y dice que la discusión empezó cuando llegaron a un riachuelo que desciende hacia el este. Caminas cinco metros hacia el sureste, después de cruzar esa somera depresión del terreno, en dirección directa hacia la cumbre del Xotlatzin, y todo va bien pues más adelante te encuentras con la vereda bien marcada que conduce al espacio abierto del Valle de Xochiquetzal y el “camino maderero “bien marcado y ancho, lleva al pueblo de Río Frío, con unas tres horas de descenso, con mochila al hombro.
 
Plano de la región.
Por la perspectiva el Xotlatzin, con sus 3,900 m.s.n.m se ve más alto que el Tlaloc, de 4,150 m.s.n.m.
Pero si no cruzas el riachuelo, y bajas hacia el este, puedes vagar, sino perdido, sí desorientado por horas y más horas entre bosques umbrosos y cañadas sin fin.

Me lo contó en Coyoacán, barrio del suroeste de la Ciudad de México, mientras tomábamos una taza de café. Coyoacán, lo que se llama el “centro” de Coyoacán, fue el primer pueblo de corte europeo, en el continente americano, después de la conquista del siglo dieciséis.

Se llama Johnkru Nahui por ser el cuarto Johnkru mexicano,  descendiente irlandés que, siendo parte integrante del Batallón de San Patricio, pelearon al lado de los mexicanos en la guerra de 1847.

Su tatarabuelo,  Johnkru, fue ahorcado en San Ángel, Ciudad de México, por el ejército norteamericano, junto con otros 15 irlandeses. En su memoria se conserva, en su familia,  el nombre de Johnkru y al descendiente que lo lleva se le agrega el número en nahuatl: Johnkru Ce, Johnkru Ome, etc.

El caso es que cuando Johnkru Nahui cruzó, junto con otros cuatro, en dirección a la cumbre Xotlatzin, los otros no lo siguieron. Se suscitó una discusión subida de tono porque los otros aseguraban que había que descender hacia el este pero sin cruzar el riachuelo. Se llevó a votación y ganaron los 25.

El resultado fue que esa noche, todavía extraviados entre bosques y cañadas que nadie conocía, tuvieron que acampar y hasta el día siguiente, después de caminar y caminar durante horas, llegaron al pueblo de Río Frío.

Johnkru Nahui, conocedor de la obra de Spinoza, me contó esto para ilustrar que para que la decisión de la mayoría tenga validez, tiene que estar apoyada en la razón (suficiente), no en el número. 

Me mencionó a otros filósofos que opina lo mismo que Spinoza: Leibniz, José Ortega y Gasset, Santayana, etc

En la Proposición XLVII, de su Ética, Spinoza  dice  que la mayoría prevalecerá sobre lo particular sólo si tiene razón y está en consonancia de valores esenciales: “los principios de la razón son nociones que explican lo que es común a todas las cosas, y no explican la esencia de cosa alguna singular, por consiguiente, deben ser concebidos  sin relación alguna con el tiempo y como poseyendo cierta especie  de eternidad.”




“Baruch Spinoza (conocido como Baruch de Spinoza o Benedict/Benito/Benedicto (de) Spinoza, según las distintas traducciones de su nombre, basadas en distintas hipótesis sobre su origen) (Ámsterdam, 24 de noviembre de 1632 - La Haya, 21 de febrero de 1677) fue un filósofo neerlandés de origen sefardí portugués, heredero crítico del cartesianismo, considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz.” Wikipedia
















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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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