LEIBNIZ MÁS ALLÁ DEL RECORDAR


Las ideas son eternas pero requieren un depositario para manifestarse. Necesito cuidar ese depositario, mi cuerpo, mi yo, mi memoria, mi comunidad.

El “disco duro”( como se dice en informática al hard disk drive, HHD), de mi computadora se destruye por alguna razón ajena mi voluntad, pero el contenido  que hay en mi blog permanece en el ciberespacio.

Este símil, muy de nuestros tiempos, podría servir para considerar los estragos que hace el Alzheimer en las personas. O cuando, por efecto de la guerra de conquista, se lleva a cabo la destrucción de una civilización.

El punto es que se destruyen los depositarios de los valores, para utilizar una palabra de  Max Scheler, pero no los valores.

Se destruyen los “valores de civilización”, pero no los “valores vitales”. Se destruyó a Troya, a Ur, la ciudad de los caldeos, a Grecia de Sócrates, a Roma de Séneca, a Etruria de la Península Itálica, pero ahí está lo que conocemos como cultura occidental.

A la noche siguiente, en nuestro segundo vivac entre las cumbres graníticas del Circo del Crestón, Macizo Las Monjas, al oeste inmediato del pueblo minero de Chico, Hidalgo, México, Harry nos contó un documental que había visto en la televisión sobre la enfermedad del Alzheimer. 

La mujer señalaba al marido que pusiera en la mesa los platos para la cena. Lo hizo a propósito para que el marido, afectado por la enfermedad, recordara en qué compartimiento de la despensa estaban guardados los platos. En efecto, el hombre se pasó tiempo buscando el compartimiento pero fue inútil, no pudo recordar. Tampoco podía recordar ni sentir sus funciones corporales… Sus acciones empíricas estaban obviamente destruidas pero no así sus conceptos de valor.

Harry y yo nos sentimos mejor en uno de esos pueblecillos antiguos, llamados ya “analógicos” por algunos urbanistas. Pueblecillos que brillan  entre la noche, allá en el fondo de los valles lejanos hacia el norte, por el rumbo de Amajac. Mejor que en las modernas “ciudades inteligentes” donde apenas circulan los vientos y carecen de estrellas en el cielo por la abundancia de semáforos que hay en cada esquina. ¡Ah-agrega Harry- y las banquetas llenas de manchas negras de chicles, nidos de virus patógenos.
EXTREMO OESTE DE LAS MONJAS

Si el pueblo conquistado posee, en su base amplia, conocimiento y practica de sus principios culturales y espirituales, sobrevivirá a toda hecatombe, dijo Harry. Troya, la Troya de Héctor, fue destruida hasta los cimientos, pero el pueblo troyano que siguió a Eneas se realizó y dimensionó en el Imperio Romano. Ahí mismo, en la Península Itálica, sucedió con el Imperio Etrusco.

Una imagen religiosa es un compendio de lo real y lo ideal. Lo primero, perecedero, puede destruirse con el tiempo o por el accidente.  Lo ideal está fuera de la fenomenología y es imperecedero.

Por eso en lo laico se hacen aniversarios para recordar el nacimiento o fallecimiento de un familiar o amigo. En lo religioso se celebran misas con la misma intención. Max Scheler anota en su Ética:

 “ Los conceptos de valor  no se abstraen, en modo alguno, de las cosas, los hombres o las acciones empíricas y concretas, ni son tampoco momentos “dependientes” y abstractos de tales cosas, sino que son fenómenos independientes, que se aprehenden con la mayor independencia de la peculiaridad del contenido, lo mismo que con independencia del ser real o ideal, ( y también del no-ser en sus dos sentidos de real o ideal) de sus depositarios.”

Debido a ello la etnia vive aun después de su destrucción por la guerra de conquista. Lo que se destruyó fue la cosa, el modo, no la idea. En los ranqueles de Argentina, en los aymará de Chile, Perú y Bolivia, en los tarahumaras de México, en los kikapúes de Estados Unidos, etc. vive el espíritu que se hace presente en ritos, palabras, y actuares cotidianos. “El devenir arrastra el pasado” dice Nietzsche.

El Sol que está después que el sol es el rumbo al que cada mañana dirigen sus oraciones y durante el día sus acciones. Ese Sol esencial no es diferente al que los cristianos adoran. Al menos eso es lo que dice el espíritu de lo que ahora llamamos ecumenismo y, en el “terreno terrenal”, Derechos Humanos.

 ¿El Sol que está después del sol? ¿Qué es eso? Sintéticamente podríamos mencionar el racionalismo de Leibniz (metafísica espiritualista) con su percepción del sol y su apercepción el Sol. Dicho en otras palabras,por un lado su "cara" fenoménica y por el otro lado, las verdaderas realidades o existencias de las mónadas,cuya monada más grande sería Dios.

Vivir en lo inmediato está marcado por la necesidad de nuestra biología, para eso tenemos los sentidos de sobrevivencia, y hay que hacerles caso, ejercerlos y fortalecerlos.

Tal como llevamos el automóvil al “servicio” o “revisión” periódica del taller. Para que mecánicamente funcione bien. Nadie lo lleva para que funcione mal. La ciencia médica dice que nos afanamos porque nuestro cuerpo funcione mal.

Pero no cultivar las ideas inmortales es como apagar la lámpara en mitad de la noche cuando vamos por los altos bosques de la montaña desconocida.

Leibniz lo dice de esta manera:

“Las ideas y verdades innatas no pueden desaparecer, pero en muchos hombres (por su estado actual) están oscurecidas  por sus necesidades corporales, y aun más a veces  por los malos hábitos contraídos.”

Y enseguida insiste: “

“Siempre que las percepciones confusas de los sentidos no se adueñen de nuestra atención, esta luz interior iluminará el entendimiento y enardecerá la voluntad.”
LEIBNIZ

Gottfried Wilhelm Leibniz, a veces von Leibniz1 (Leipzig, 1 de julio de 1646 - Hannover, 14 de noviembre de 1716) fue un filósofo, lógico, matemático, jurista, bibliotecario y político alemán. Fue uno de los grandes pensadores de los siglos XVII y XVIII, y se le reconoce como "El último genio universal". Realizó profundas e importantes contribuciones en las áreas de metafísica, epistemología, lógica, filosofía de la religión, así como a la matemática, física, geología, jurisprudencia e historia.














  




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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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