J.WHAL Y DIÁLOGOS DESDE MI SOLIPSISMO


“Nada existe en aislamiento. Todo está relacionado” J.W.

¿Existe la palabra trialogo? Porque en realidad se trata de tres, a saber, mi yo interno, mi yo externo y mi solipsismo, dijo Harry desde el fondo de su bolsa de dormir, cubierto con la  capucha, para protegerse del frío de la madrugada, sólo se le veían lo ojos.

Los solipsistas no dialogan ni trialogan, le digo, solamente monologan.

A cien metros sobre la base de la pared rocosa, pero en lo alto de un macizo montañoso cuyas laderas huyen hacia el fondo del valle lejano, dormíamos en realidad sobre un “vacio” de mil metros de desnivel.

Harry es de esas familias europeas que llegaron al Estado de Hidalgo a trabajar  las minas desde siglo atrás. No quedaba en él ni pizca del “síndrome  del éxodo” que había marcado a sus ancestros. 

Tanto que construyeron en Real del Monte sus tumbas orientadas hacia Inglaterra. Su padre es inglés, su madre alemana y tiene una novia japonesa. Harry era ya “mas mexicano que el pulque, las tortillas y el chile”.

Pero sí conservaba la tendencia de meterse en temas existenciales que a los demás nos parecen complejos. Temas simples vividos inconscientemente a cada momento del día, dice, pero que parecen  volverse complejos cuando te pones a pensar en ellos.

Pregunta a un viejo qué piensa cuando ya no puede dormir a las cinco de la mañana. O alguien que esté confinado en su silla de ruedas. Piensa en los otros desde él mismo. Dialoga desde él mismo. 
Macizo Las Monjas.
La pared de la extrema derecha es la Rosendo de la Peña.

Y con frecuencia cae en actitudes solipsistas porque piensa que los otros no tienen temas serios para conversar. Es cuando se encierra en sí mismo(los viejos tiene silencios muy prolongados) y entonces ya son tres.

¿Tres?

Hay un yo y un ustedes. Esto lo comprobamos en cualquier escena de la calle al observar que  alguien, desde su celular, va conversando con alguien del otro lado de la línea: “Échale muy poca sal a la sopa porque tu papá tiene alta la presión.”Está hablando su yo empírico,  practico,  exterior.

Cierra el celular y sigue pensando. Ahora esta hablando consigo mismo, su yo del interior, trascendente. Decide ya no comunicarse porque necesita aislarse para de nuevo pensar.Y después, si viene al caso, comunicar sus ideas.

O  decide aislarse porque se cree autosuficiente y para nada necesita a los otros. Está muy a gusto en su solipsismo.

 Y así, todo el día me la paso, rebotando como pelota, dice Harry, entre el mundo sensible y el mundo inteligible.

Entonces cierra los ojos y duerme.

Son las tres de la mañana en la “repisa” de la pared norte de la Rosendo de la Peña, una cumbre del grupo de Las Monjas, en el cercano oeste del   pueblo minero Chico.

 No se crea que es tan raro que unos tipos estén platicando colgados del precipicio a las horas de la madrugada. El que tiene experiencia en vivacs sabe que ahí el tiempo se mueve a la velocidad de una tortuga.

El viejo hipotético de tu relato se despierta a las cinco de la mañana pero tú, con treinta años, te pones a elucubrar a las tres.

Abajo, entre la sima negra, brillan en la lejanía del norte  hacinamientos de las luces amarillas de Amajac y, a la derecha, las de Atotonilco el Grande.

Dice que un filósofo marsellés, Jean Whal, escribe que nada existe en aislamiento. Todo está relacionado:

“así como hay un diálogo entre nosotros y otros, hay también un diálogo mío conmigo. Si éste dialogo tiene lugar entre el yo trascendente y el yo empírico, tales como lo concibió  Kant, o entre el yo activo y el yo pasivo, tales como lo concibió Maine de Biran o si no debemos ir totalmente más allá de estas distinciones limitándonos a afirmar que hay un continuo intercambio mío conmigo…Este comercio entre distintos yos y dentro del “mismo” yo nunca se vio tan claramente que en la filosofía contemporánea. Por otra parte, más resueltamente que nunca ha prevalecido en algunos espíritus una concepción solipsista del yo.”

Pero, como dice Whal, todo está relacionado.

 Por lo que habría que considerar, con precaución, hasta dónde llega la soledad terapéutica y dónde empieza la patología llamada solipsismo.
J.Whal



“Jean Wahl nació en Marsella, en  1888. Falleció en París en 1974. Filósofo francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de París. Es recordado, sobre todo, por su estudio sobre La desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a destacar son, entre otros títulos, Filosofías   pluralistas de Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la filosofía (1948).”Wikipedia










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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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