ARISTÓTELES EN LA CULTURA


Aristóteles vivió buscando la manera de llegar a la virtud y, a la vez, sentar las bases del método científico.

“Su influencia se ha desarrollado desde la metodología por él creada a partir de la idea de la clasificación y de la distinción de que ella se deriva entre conocimiento empírico y conocimiento especulativo.”

Luego considera que la meta que se sigue es la felicidad. Conocedor de antiguas escuelas de pensadores griegos, paisanos suyos, sabe que eso de la felicidad está  manoseada por los sofistas, antiguos y modernos.

Por eso se apresura a decir (en su Gran ética) que la felicidad consiste en vivir bien pero, como esto de “vivir bien” también está muy tergiversado, dice que el fin de todo es la virtud.

Agrega que saber qué es la virtud no quiere decir que se es virtuoso. Entre el saber una cosa, y el hacer esa cosa que se sabe, hay un kilómetro de distancia:

“Decimos de vivir bien y obrar bien no es otra cosa que la felicidad, luego, ser feliz y la felicidad está en vivir bien. Y vivir bien consiste en vivir de acuerdo con la virtud. La virtud es, por lo tanto, el fin, la felicidad y lo mejor.”

Aquí Aristóteles difiere abiertamente de Sócrates respecto de la naturaleza de la virtud. Sócrates situaba, en sus diálogos, con Parménides y Menon, en que la virtud es una ciencia y por lo tanto tiene un principio racional.

Aristóteles va directamente al asunto y dice que “la consideramos como algo divino, que está más allá de la medida humana.”

Su idea fija de la virtud, la felicidad y el movimiento, y su afanosa búsqueda para encontrar el famoso, su famoso, término medio de los extremos, no le hace apartar los pies de la tierra. De hito en hito, filosófico, voltea la cara para no perder de vista la educación de los niños.

Hace distinción entre el puro falismo  y la Paideia: “Que los padres que instruyen a sus hijos son preferibles a los que solamente los engendran; pues estos les dan la vida, pero aquellos la vida feliz.” (Diógenes Laercio, Vida de los filósofos más ilustres)

NO ES LO MISMO TENER QUE EDUCAR
Dibujo tomado de La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich, 1968

Al final del capítulo primero, de su Gran ética, Aristóteles dice que las virtudes existen en vano. Con vano quiere decir que no son del campo de la fenomenología. “Se llega  así a la consecuencia de que las virtudes existen en vano y de que no son ciencia.”

Aristóteles nació el año 384 antes de Cristo, en Estagira, Macedonia, y a eso se debe que se le conozca como el “Estagirita”.

En contraste con Platón, que buscaba a Dios por medio de las Ideas, a Aristóteles (que también creía en Dios, la virtud y las almas) se le considera por la Iglesia de la Edad Media un tanto materialista. Hereje.


Las aparentes contradicciones de ambas filosofías es que el universalismo de Platón encierra que si bien busca afanosamente a Dios, también se le considera el primer comunista. No obstante, Platón para la Iglesia es muy familiar.  Es así, esta aparente contradicción, porque la Iglesia busca la comunidad, no la abstracción social. Si al comunismo cristiano, de los primeros siglos de la Iglesia,se le revuelve con el comunismo de otras épocas, esa ya es otra historia.

En cambio a Aristóteles, que siempre está en busca de la virtud, que vimos, considerada de naturaleza divina, se le toma, sino como un materialista, sí como naturalista.

 Más se le tenía prevención porque Aristóteles era familiar entre los pensadores árabes. Esa región que para la época que estamos considerando presionó fuertemente a Europa por medio de las armas. Y que estuvo en un tris de arabizar,  musulmanizar, coranizar,  a Europa.

 Mucho antes que el caótico mundo feudal europeo, depredador y peleonero entre sí, se diera cuenta de la amenaza musulmana, la Iglesia, con su rechazo de Aristóteles, estaba levantando simbólicamente la mano hacia el oriente musulmán.

Aristóteles fue descubierto y traducido por pensadores árabes llegando de esa manera a manos de Santo Tomás de Aquino que, a su vez, profundizó en el modo de pensar del Estagirita.

 Sin la Revelación, entendía Santo Tomás, no se va muy lejos en el propósito de la vida humana, que es la felicidad a través del bien. De todas maneras, dice Copleston:

“Sto. Tomás tenía plena conciencia  de que un filósofo griego como Aristóteles era capaz  de distinguir entre las acciones moralmente buenas y las malas, y, por ello, adoptó gran parte del análisis ético aristotélico.” ( F.C. Copleston, El pensamiento de Santo Tomás)

“Debido a su transmisión a través del Islam, la Iglesia siguió considerando a Aristóteles una posible fuente de herejía pero ello no impidió que los grandes filósofos del siglo XIII Alberto Magno y Tomás de Aquino elaboraran sus summae basándose en los principios aristotélicos.” (Paul Johnson, El Renacimiento).

Así, con Sócrates y Platón, Aristóteles es de los grandes pilares del pensamiento occidental. Los tres, por otra parte, “contemporáneos en el tiempo”, con sello propio cada uno de ellos en sus sistemas filosóficos, pero de los que también se puede aventurar la expresión “contemporáneos en el pensar.”

 El universalismo de estos tres (cuatro con Santo Tomás)  es que tenían una mano metida en el cielo y la otra en la tierra. No eran sólo de la tierra ni solamente del cielo. Igual hurgaban en la idealidad como en la realidad. Eran universales, no abstracciones.

En la recuperación de la filosofía, de la Antigüedad, Johnson dice que  Aristóteles fue incluido entre los primeros pensadores:

“La incorporación de ideas y métodos aristotélicos debe ser considerada el primer gran capítulo más o menos complejo en el largo relato de la recuperación de la cultura de la Antigüedad, y esto sucedió en el siglo XIII, antes de que empezara el Renacimiento propiamente dicho.”
 
ARISTÓTELES
“Aristóteles (en griego antiguo Ἀριστοτέλης, Aristotélēs) (384 a. C.-322 a. C.)1 2 fue un polímata: filósofo, lógico y científico de laAntigua Grecia cuyas ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.” Wikipedia












No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores