KANT EN LA BUSQUEDA DEL NOÚMENO


El noúmeno es una especie de límite o frontera, a nuestro conocimiento, tanto real como especulativo.

Puede pensarse, para simplificar la cuestión, en el alma. O en algo que  es  intelectual, una entelequia. Fuera del espacio y del tiempo, y por lo tanto no fenoménico, no sensible, no tangible.

El noúmeno tal vez no exista, y si existe parece que no nos es dado acercarnos a él. Pero, cosa extraña, los hombres se han ocupado del noúmeno desde la antigüedad y siguen haciéndolo en la modernidad. Aristóteles, Plotino, Leibniz y Kant, entre otros.

 Tan inútil como alcanzar la cumbre de una montaña es este asunto del noúmeno. Porque su contenido existencial está en la acción de subir la montaña, no en alcanzar la cumbre. Por eso los alpinistas, ya en esa cumbre, en seguida piensan en abordar otra montaña y…todo vuelve a empezar.

Como la mujer que tiene en sus brazos al niño que acaba de nacer. Parece que ahí está la culminación de su amor o su pasión. En realidad ahí vuelve a empezar  otra vez todo…

Tal vez a eso se deba que el noúmeno jamás será encontrado…Cuando los piratas encontraban el cofre del tesoro se perdían a sí mismos, o entre ellos. En la búsqueda se movían, se unían…

Las mónadas de Leibniz son semejantes a los noúmenos de Kant. Sustancias simples (sin materia), ilimitadas, eternas. Pero con la diferencia que Leibniz también las piensa como sustancias compuestas. Lo que las sitúa, también, en el terreno de la fenomenología. Finitas, perecederas. En otras palabras, son de esencia espiritual y humana:

“Los animales, en los cuales no se advierten esas consecuencias, llámanse bestias; pero los que conocen esas verdades necesarias son propiamente los llamados animales racionales, y sus almas llevan el nombre de espíritus. Estas almas con capaces de actos reflexivos, y pueden considerar eso que llamamos  el yo, sustancia, mónada, alma, espíritu; en una palabra, las cosas y las verdades inmateriales. Y por eso somos susceptibles de ciencia y de conocimientos demostrativos.”( Leibniz, Principios de la naturaleza y de la gracia).

 Son las mónadas, según seamos capaces de verlas, dice Leibniz. Como en un examen de matemáticas,resuelvo hasta donde conozco.

 Hasta puedo no negar a las mónadas, pero sí estar consciente de  la imposibilidad de conocerlas,  o bien negar tajantemente su existencia. Piénsese en las posiciones, antitéticas, de  Lucrecio y de San Francisco de Asís, por ejemplo,  en lo que se refiere a la existencia del alma.

 El noúmeno es una idea pura, lejos de la sensibilidad. Pero las ideas necesitan de la sensibilidad para ser representadas. Este es  el problema: “No puede ser pensado ni como magnitud, ni como realidad, ni como sustancia (pues estos conceptos exigen siempre formas sensibles en las cuales determinan un objeto” (Kant, Critica de la razón pura)

Un modo de explicar el conocimiento del noúmeno lo encontramos ya en el Capítulo V de la Gran ética de Aristóteles. Se refiere a las partes del alma que son la racional y la irracional. En el capítulo VII habla de las manifestaciones fenoménicas del alma: percepciones,facultades y hábitos.

De una u otra manera las volveremos a encontrar en Plotino, en Leibniz y en Kant.

Leibniz dice que hay semejanza en la mónada y el alma. En el amplio rango de categorías en que sitúa el alma comprenden unas  sustancias y otras esencias. Reales y no reales.

 Leibniz se refriere también a animales bestias y animales racionales. Dice que el animal tiene el alma y ésta es su mónada: “el viviente  llamase entonces animal y su mónada, el alma.”

En todo caso para Leibniz existe  una jerarquía de mónadas desde la perfecta, que es Dios, hasta mónadas de cuerpos naturales.
¿MÓNADA?

No  se trata del culto a los ángeles. Estos sólo ocupan un lugar intermedio en las categorías de las mónadas, según Leibniz. La mónada perfecta es Dios.

Aquí es cuando Leibniz pone el ejemplo que cada mónada considera el universo desde su particular punto de vista y según sea la capacidad del observador.

Según sea la resolución del objetivo del microscopio del biólogo.

Kant lo dice refiriéndose al noúmeno negativo y al noúmeno positivo. De naturaleza sensible el primero y de naturaleza  no sensible el segundo:

“Si por noúmeno entendemos una cosa, en cuanto esa cosa no es objeto de nuestra intuición no sensible, y hacemos abstracción de nuestro modo de intuir, tenemos un noúmeno en sentido negativo. Pero si entendemos por noúmeno un objeto de una intuición no sensible, entonces admitimos una especie particular de intuición, a saber, la intelectual, que no es, empero, la nuestra, y cuya posibilidad no podemos conocer; y éste sería el noúmeno en sentido positivo.”

Por su parte Kant confiesa que no puede ir más allá en la crítica del punto donde acaba el fenómeno. Como si hubiera ya probado con el objetivo de máxima resolución del microscopio y no pudiera ver más allá.

Buscar el noúmeno es como el cazador que sigue a la presa entre la selva y al final no sólo ha perdido de vista a la presa sino que se da cuenta que él mismo se ha extraviado en la jungla. Y, sin embargo, sabe que no ha perseguido a una ilusión, ha percibido su realidad pero no podría hacer un retrato hablado del noúmeno.

Se necesita entonces una nueva herramienta, un nuevo y más adelantado microscopio. Y, para atrapar al noúmeno, se necesita otra percepción diferente y mejor que la que tenemos.

Plotino no se mete en tantos vericuetos y dice llanamente, casi deliciosamente, como lo diría un novelista. Porque en la antigüedad los filósofos escribían como novelistas, no tan enredado como ahora:

“En efecto, el alma está formada de muchas cosas más bien, de todas las cosas: es a la vez las inferiores y las superiores, contiene todos los grados de la vida. En cierto modo cada uno de nosotros es el mundo inteligible. Estamos unidos por nuestra vida inferior al mundo sensible, y por nuestra parte superior al mundo inteligible; permanecemos en lo alto  por lo que constituye nuestra esencia inteligible; estamos atados a lo bajo por las potencias del último orden en el alma. Hacemos así pasar de lo inteligible a lo sensible, una emanación o más bien un acto que nada hace perder a lo inteligible.” (Plotino, Selección de las Éneadas, SEP. Universidad Nacional de México, 1925)

Kant reitera que el noúmeno es más bien un enigma para el pensamiento racional:

“Es problemático el concepto de  noúmeno, es decir, la representación de una cosa de la que no podemos decir  ni que sea ni que no sea posible, ya que no conocemos más especie de intuición que la nuestra sensible, ni más especie de conceptos que las categorías, y ninguna de las dos es adecuada a un objeto suprasensible.”

Pero pone el pie para que la puerta no cierre del todo. Confiesa, reitera, que con nuestra percepción no tenemos posibilidades de ir más allá de la representación sensible, fenoménica. ¿Cómo desde la filosofía resolver una cuestión que sólo pertenece a la teología, a la metafísica?

 Con nuestra percepción, pero es probable que exista otra percepción que sí lo logre. Como hacen los biólogos con la torreta de su microscopio, que cambian de objetivo de mayor acercamiento, y pueden observar lo que con el anterior no veían:

“nuestra razón se encumbra naturalmente hasta conocimientos que van tan lejos, que cualquier objeto que la experiencia pueda ofrecer, nunca puede coincidir  con ellos; pero que no por eso  dejan de tener sus realidad y no son meras ficciones.”

Kant hace énfasis de la acción tras lo inalcanzable:

 “…la tarea de la razón es elevarse desde la síntesis condicionada, a la cual el entendimiento siempre está atado, a la incondicionada que éste nunca puede alcanzar.”
KANT

“Immanuel Kant (ɪˈmaːnu̯eːl ˈkant) (Königsberg, Prusia, 22 de abril de1724  Königsberg, 12 de febrero de 1804) fue un filósofo prusiano de la Ilustración. Es el primero y más importante representante delcriticismo y precursor del idealismo alemán y está considerado como uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal.”WIKIPEDIA













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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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