M.G.MORENTE Y EL SENTIDO DE LA HISTORIA


Un mundo sin pies ni cabeza parece al escéptico cuando considera la historia remota y que llega hasta nuestro siglo veintiuno.

Le parece que el mundo, la vida, debería presentar una cara mejor después de tanto misticismo y avance tecnológico a través de los siglos.

Piensa que la historia de los pueblos  la ha escrito el vencedor, por lo que es un argumento suficiente para desconfiar de esas historias, por más bibliografía que aparezca en sus páginas para darle un toque de academia.

Cree que la esperanza está en la arqueología, cuando ya han pasado al menos dos mil años del evento, pero ni aun así  hay que confiarse. Del incendio de la Roma de Nerón queda mucho por investigar y, de la guerra de Troya, de Homero,  no todo está esclarecido por completo.

Más bien la historia le parece como la Hidra de Lerna. La leyenda del monstruo que vivía en las riberas del golfo de Argólida, tenía nueve cabezas de serpientes y con su aliento envenenaba toda señal de vida, sembraba el pánico y la destrucción. Y, por más que el héroe Hércules cortaba sus cabezas, siempre le brotaban otras.

La economía que pauperiza a los pueblos, la inseguridad que hiere profundamente a las sociedades de prácticamente todo el mundo, la pésima calidad del aire que le da la vuelta al planeta y lo mismo envuelve y contamina a países pobres que a ricos, grandes y chicos, la temperatura que aumenta y derrite la nieve de las cuencas de alimentación  de los glaciares, aun de los más altos, o lejanos, de los polos, y deja sin humedad para el cultivo a los valles  y planicies.

Esas son algunas de las cabezas de nuestra Hidra del siglo veintiuno.

Pero no todos han perdido la brújula de la historia. Manuel García Morente, el gran filósofo español, Kant y Jean Wahl, nos dicen que esas cabezas por más terribles y  venenosas, que nos parezcan, pertenecen al mundo finito y por lo tanto son medibles, están en el tiempo y en el espacio, y el humano tiene la necesaria inteligencia para encontrar la solución.

No hay que permitir que la neurosis y el miedo nos enfermen más que la enfermedad misma. Como cuando un mal  médico nos dice que tenemos cáncer, morimos del susto y en la autopsia no encuentran el cáncer por ningún lado.

La “cosa” moral es le dirección que esta vida persigue, dicen estos filósofos. Sin ella las cabezas serán imbatibles. Porque a la inteligencia hay que guiarla por la actitud.

Ahí donde se destierra a la moral se trata de una asamblea donde cada uno lucha, abierta o soterradamente, por llevarse la mayor tajada del pastel.

La historia sí tiene pies y cabeza y su perspectiva está más allá del tiempo y el espacio.
¿HISTORIA SIN  PIES NI CABEZA?
DIBUJO TOMADO DE lA PSIQUIATRÍA EN LA VIDA DIARIA,
DE FRITZ REDLICH, 1968

La espada que blandía Hércules era de acero, por eso era el cuento de nunca acabar. Siempre brotaban otras cabezas ponzoñosas. 

Por eso estos pensadores dicen, que, considerada la “cosa” moral, el valor moral, las  cabezas de las Hidra podrán ser superadas.

Kant dice que la pura práctica del vivir empírico no sólo no lleva a la humanidad a ningún lado  sino que le impide ir a  donde pueda encontrar valores esenciales, de  un sano destino de la  vida empírica misma:

“…ningún interés practico resultante de principios puros de la razón, como el que encierra la moral y la religión…estos son aun principios justos, pero poco observados, que permiten extender la filosofía especulativa y descubrir los principios de la moral.” (Crítica de la razón pura)

 Wahl, filósofo marsellés del siglo veinte (igual que Morente), apunta en el capítulo dedicado a la Dialéctica, de su excelente obra Introducción a la filosofía, la antinomia corrupción-permanencia.

Corrupción de las cosas finitas sujetas a la ley de la fenomenología que se hacen y se rehacen sin fin. Pero ese devenir tiene su antinomia, referido a un permanente, fuera de la fenomenología.

A semejanza de las emisiones de un volcán cuya cámara magnética no se agotara nunca:

 Wahl:

“Se ha dicho que sólo podemos pensar el Devenir a condición de conseguir  una permanencia a la que oponerle y sobre todo el fondo de la cual pudiera destacarse.”

Y Manuel García Morente explica (Lecciones preliminares de Filosofía) las ideas de Kant, respecto del contenido moral en la evolución humana, de esta manera:

“Todo el conocimiento es un conocimiento puesto al servicio de la ley moral; todo el saber que el hombre ha logrado necesita recibir un sentido. ¿Por qué es por lo que el hombre quiere saber? Pues, para mejorarse, para educarse, para procurar la realización, aunque sea imperfectamente en este mismo mundo, de algo que se parezca a la pureza moral del otro mundo.”
MORENTE



Manuel García Morente (Arjonilla, Jaén, 22 de abril de 1886Madrid, 7 de diciembre de 1942) fue un filósofo español y, converso católico, en sus últimos años de vida fue sacerdote. Fue un gran divulgador, traductor de obras del pensamiento europeo, filósofo de cuño original, y gracias a su magisterio oral y escrito se iniciaron en la filosofía, y aún hoy día lo siguen haciendo, multitud de promociones universitarias….En 1912 obtiene la cátedra de Ética de la Universidad de Madrid. Su pensamiento oscila en este momento entre el kantismo —tesis doctoral sobre La estética de Kant (1912); monografía sobre La filosofía de Kant, Una introducción a la filosofía (1917); traducciones de la Crítica del juicio (1914), de la Crítica de la razón práctica (1918) y de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1921) kantianas— y el bergsonismoLa filosofía de Bergson (1917)—. Durante los años veinte inciden sobre su mente el biologismo histórico de Spengler (tradujo la famosa Decadencia de Occidente del citado filósofo de la historia alemán), Rickert, Simmel, y la axiología, merced a la incorporación que se hizo de la obra de Scheler y Hartmann a través de la Revista de Occidente. En las postrimerías de este decenio termina las traducciones de las Investigaciones lógicas de Husserl (1929), junto con José Gaos, y del Origen del conocimiento moral de Brentano: el método fenomenológico será utilizado en adelante con singular destreza en su indagación filosófica.











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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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