EURÍPIDES, DEUS EX MACHINA


 

Poetas, novelistas y gente de religión han tomado al Deus ex machina como una intervención divina para recomponer el caos en el que se ha caído y parece no tener solución. Como lo que ahora llamaríamos milagro.

O un texto donde se ha perdido el control de las acciones, de los personajes de la novela, y no queda otra que echar mano de una intervención ilógica.

 ¡Irrumpir en el curso normal de las cosas! ¿Curso normal de quién?

En el teatro, introducir, por medio de la tramoya, de la máquina, la figura de Dios para resolver una situación complicada o lo que parece una aporía, sin solución. Se le relaciona con epifanía (manifestación, resurrección, revelación, aparición)

Lo que Murray dice  que eso es un error. Y ya antes lo había señalado Leibniz. Como si la divinidad se hubiera equivocado y de “pronto” quisiera enmendarlo, irrumpir en la escena diciendo ¡Me equivoqué, rectifíquese!

Murray trata de aclarar el lío: “El Deus es un recurso muy grosero para salir de una historia que se ha vuelto un embrollo.”

Lo que dice este autor es que la epifanía  corresponde a una lógica que se ha venido desarrollando pero en la que no sabemos leer. En la lógica divina nada se saca del sombrero.

La divinidad no echa mano del recurso, de técnica literaria, preferido de algunos novelistas, que de manera alternativa hacen pasar por la alegría, el llanto, la depresión y el júbilo, a un mismo personaje, en un mismo párrafo, con tal que  el relato “no caiga”.

Por ejemplo, algunas novelas de D. H. Lawrence y también de F.S. Fitzgerald.

En el mejor de los mundos posibles, de Leibniz, se insiste en  que todo fue diseñado teniendo como base una armonía preestablecida. Nada de brincos, como sucede en el rodeo sobre el lomo del potro salvaje.

El Deus ex machina fue  utilizado  por Sófocles y Esquilo pero de manera señalada por Eurípides. Ejemplo:

Homero sitúa a Helena, símbolo del helenismo, nada menos que uno de los dos grandes soportes de la cultura occidental, en una situación por demás complicada con la guerra de Troya.

Eurípides lo resuelve recurriendo al Deus ex machina. La verdadera Helena nada tuvo que ver con el pleito entre griegos y troyanos. ¡La deidad la llevó a vivir a Egipto!

La que sí estuvo en Troya, durante los diez años que duró la guerra, fue otra Helena. Una Helena como sombra, como viento, como holograma, de mentiritas… ¡Al mejor escritor de guiones cinematográficos no se le hubiera ocurrido!

En la Basílica de la Virgen de Guadalupe, Ciudad de México, hay mil retablos (testimonios pequeños, tamaño carta o a la mitad) de agradecimiento a través de relatos pictóricos, por haber salido vivos de un peligro mortal inminente, luego de invocar el auxilio de la Virgen. Una manifestación, un Deus ex machina que aquí se le llama milagro.

La epifanía, el Deus ex machina, creemos ahora, es una circunstancia que tiene lugar, contra  toda predicción, y ayuda, a resolver una situación que parecía del todo sin esperanza. Ya se dijo que es una interpretación contra la que Murray difiere. Al contrario, dice él, todo trascurre para que en determinado momento tenga lugar la epifanía. La epifanía se da, pero no por pedido y entrega inmediata.

Tiene muchos matices en la vida real, como alguien que, perteneciendo a un ambiente social limitado se da a conocer con aptitudes destacadas para la literatura, poesía,  novelística, ciencia, guerra, vida religiosa, etc.

El personaje masculino de Servidumbre Humana, novela de Somerset Maugham, logra salir de su miserable vida y sin perspectiva alentadora,  debido a que un familiar suyo muere y le deja una herencia…

La resurrección es otra de las características del Deus. Lázaro se levanta, por la intervención divina de Jesús, desde la misma tumba, donde yacía ya muerto…

No se trata del caso de Lázaro, quinientos años antes de Jesús, a la que Murray se refiere, hablando de las resurrecciones: “Es incumbencia especial de este aparecido el traer la acción del drama a una postura final de serenidad y equilibrio.” (Gilbert Murray, Eurípides y su tiempo, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1966, traducción de Alfonso Reyes).

En el mejor de los mundos posibles Leibniz,insiste, que todo está en orden porque  corresponden a la lógica divina, de alguna manera ajena a nosotros los mortales: “Piensas como hombre, no como Dios” le dijo Jesús a Pedro.

 La intención de fondo de estas palabras era que Pedro se volviera más espiritual y menos material y, entonces, entonces comprendería.

Sófocles, Esquilo, Eurípides, solían enredar de tal modo a sus personajes, en una trama de la tragedia, que parecían haber quedado atrapados sin solución. Es cuando se recurría a la componenda metafísica, abrupta, como ahora llamaríamos al milagro, lo que en realidad estaba ya contemplado en el libreto divino.

“Es muy cierto que no hay influjo real de una sustancia  creada sobre  otra, en rigor metafísico, y que todas las cosas, con todas sus realidades, son de continuo producidas por la virtud de Dios, pero para resolver problemas, no basta hacer uso de la causa general, e introducir el llamado  Deus ex machina. Pues si se hace esto, sin otra explicación sacada de las causas segundas, es propiamente recurrir al milagro.” (Leibniz, Sistema de la naturaleza, siglo diecisiete)

Murray hace el señalamiento que creer  o no, en el planteamiento epifánico, va a depender del grado de valores prácticos o de valores esenciales que corran por las calles.

En el afán de seguir la secuencia fenomenológica, una sociedad materialista tendrá como meta lograr la cultura del bienestar, y hará abstracción de lo universal. Plotino lo observaba ya en el siglo tercero de nuestra Era: “Quien se imagina que las cosas están gobernadas por la fortuna y el azar depende de causas materiales.”

Pero en el tiempo de Eurípides los dioses y diosas andaban entre los hombres y se veía normal que tomarán parte de sus asuntos, es decir, que el Deus ex machina, epifanía o milagro, no espantaba a nadie. Si bien, con el planteamiento de lógica divina  y no el caprichoso azar como cree Horacio, de una divinidad improvisadora y  cambiante. 

En otras palabras, el libreto divino de La Ilíada ya estaba escrito desde el principio de los tiempos, sólo que, tanto griegos como troyanos, creían que los inmortales estaban improvisando y que se dejaban llevar por ruegos de humanos.

Es el antiquísimo tema de la humanidad. Antropocentrismo frente al teocentrismo. Determinismo contra libre albedrio del individuo, es lo que está en juego en esos dos modos de ver el Deus ex machina. Lo permanente y el cambio, la eternidad y el comienzó o  Creación.

 Que se dé el milagro cuando el humano dice, lo ruega y hasta  lo exige (sacar a Dios con la maquina) o bien, la otra postura:

El pez que se mueve con toda libertad en la pecera. En la película Magia a la luz de la luna, dirección de Woody Allen, 2014, alguien dice: “”El pez nunca sabe quién cambia el agua de la pecera”.

EURÍPIDES
 
Eurípides (en griego, Εὐριπίδης) (Salamina, 480 a. C. - Pella, 406 a. C.) fue uno de los tres grandes poetas trágicos griegos de la antigüedad, junto con Esquilo y Sófocles.

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores